Conocidos acontecimientos recientes en la esfera política, cultural y judicial relacionados con la libertad de expresión y la (auto) censura, aunque también otros menos comentados en los medios, me han llevado a querer cuestionar la noción ampliamente aceptada, pero profundamente problemática de "sentido común" tal y como se utiliza en la actualidad.
Existe un recurso cómico de ficción algo gastado pero habitualmente efectivo en el que ante una situación vivida por unos personajes uno de ellos exclama en voz alta: «Estáis pensando lo mismo que yo, ¿verdad?», apuntando a algo que nos parece evidente, hasta que terminamos descubriendo que no, que nadie estaba pensando lo mismo. El mito actual del sentido común funciona un poco de la misma manera: construye un contexto social en el que tendemos a creer que todos estamos pensando lo mismo en relación a algo que nos termina pareciendo natural. Al menos para todos los que estamos "dentro" del sentido común. Esto ofrece diversas ventajas, ya que hace más sencilla nuestra visión cotidiana del mundo, sobre todo de nuestro mundo cercano, y nos permite dar por supuesto unas bases de pensamiento, de opinión y de actuación en determinadas cuestiones, hasta el punto que las podemos dar por hechas. Incluso aunque sea realmente una caja negra de la que no sabemos gran cosa, y en la que cada uno pondría cosas distintas. El sentido común nos produce la reconfortante sensación, aunque sea imaginada, que ante una situación todos estamos pensando lo mismo y, si lo hacemos bien, no nos preguntaremos qué. Pero vivimos en un momento en el que el sentido común se ha erigido en una especie de dogma que, en aras de una buscada simplificación, se utiliza como arma de distinción, control, juicio, como vía rápida y ejecutiva para llegar a conclusiones sin tratar de comprender. Y entonces deberíamos hacernos algunas preguntas, sobre todo en relación a quién lo abandera y cómo lo estamos utilizando.
— Bob Esponja: ¿Estás pensando lo mismo que yo?
— Patricio: Probablemente no...
Afirmar creer estar en posesión de la verdad queda feo, es políticamente incorrecto, pero si la cubrimos con el manto eufemístico del sentido común, nos permite justificar una autoridad soft y lo que es más importante, compartida, porque todos estamos pensando lo mismo, ¿verdad? Esto nos permite encasillar posiciones políticas sin preocuparnos por entenderlas, como si todas las ideologías fueran homogéneas, como si pudiéramos exaltar o menospreciar posiciones independentistas o constitucionalistas como bloques compactos, monolíticos, que situamos "dentro" o "fuera" del sentido común. Para evidenciar, o incluso penalizar acciones culturales ajenas a lo que suponemos es el sentido común del momento, sean titiriteros, raperos, carrozas de Reyes LGBTI, cantautores, novelistas, humoristas o artistas. En esta lista encontramos recientes polémicas alrededor de acciones judiciales que llevan en sus sentencias la marca de la democracia del sentido común, en la que se juzga la literalidad de la expresión artística y en la que no se distingue entre la intención real de hacer daño y la necesidad de expresión aunque sea abrupta, visceral, incorrecta, ofensiva o, porque no, cuestionable. Pero socialmente hacemos lo mismo enarbolando la bandera del sentido común.
Cita recomendada
ROIG, Antoni. Contra el sentido común. COMeIN [en línea], marzo 2018, núm. 75. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n75.1817