UOC R&I Talk con el profesor e investigador de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC
¿Podrías contarnos tu trayectoria académica y profesional?
Soy profesor de los Estudios de Derecho y Ciencia Política en la UOC y mi campo de investigación comienza con la brecha digital y el desarrollo digital, es decir, la forma en que desde los estados hasta las personas adquieren hábitos y usos de la tecnología. En los últimos años me he ido especializando en dos ámbitos que son muy similares, aunque a veces no lo parece: el aprendizaje y la participación democrática. Creo que las instituciones —ya sean políticas o educativas— están en una fuerte crisis sobre todo porque a medida que las personas se empoderan y son más soberanas, el papel de intermediación de las instituciones tradicionales se ve debilitado, si no totalmente cuestionado. Estoy interesado en la forma en que las personas toman las riendas de su propio aprendizaje y de su participación política para conseguir sus objetivos.
Uno de los proyectos de investigación europeos en los que participas es EURYKA: Reinventing Democracy in Europe. ¿En qué consiste?
Participo en un proyecto financiado por el Horizonte 2020 —el VIII programa marco europeo— que tiene entre sus objetivos hacer un mapeo de los jóvenes europeos, especialmente los que están en riesgo de exclusión, para saber cómo se comportan en general y, en concreto, cómo y dónde participan en política. Desde la UOC nos encargamos de analizar cómo utilizan las redes sociales para socializarse en el ámbito político, para participar, para interactuar entre ellos y, sobre todo, para intentar poner sus programas en la agenda pública, que normalmente es el gran problema, ya que las cuestiones que interesan a los jóvenes a menudo quedan fuera del ámbito público.
También participas en un proyecto internacional llamado Voice or Chatter sobre participación ciudadana, analizando el caso de Barcelona.
Dentro de Making All Voices Count, un gran programa financiado por varias instituciones internacionales para que la gente tenga voz y sea escuchada, se desarrolla el proyecto Voice or Chatter. El proyecto contiene diez estudios de caso de diez países diferentes de todo el mundo, es decir, un estudio de caso para cada uno de los países. El caso que me ocupa es el análisis de Decidim Barcelona, sobre todo la primera parte, cuando se lanzó con el Proyecto de Actuación Municipal (PAM), que es como el Plan estratégico de Barcelona, una iniciativa muy comprometida del Ayuntamiento para intentar que el ciudadano participara tanto en línea como fuera de línea. Se utilizó una plataforma ciudadana muy abierta que permitía tanto la participación colectiva desde asociaciones y federaciones, entre otras entidades, como la individual. La plataforma ha sido abierta en el diseño y el protocolo y los resultados han sido vinculantes. Los resultados de la investigación demuestran que la manera en la que se ha llevado a cabo y el compromiso adquirido en las formas representan un antes y un después, es decir, hay un retorno de soberanía a la ciudadanía que, si se mantiene, puede conllevar un giro en la forma de tomar las decisiones institucionales.
¿Pero no hay desafección por la política?
Hay una tendencia muy acusada desde 2004 en España —aunque en los últimos dos años se ha atenuado un poco por la emergencia de Podemos y los nuevos partidos surgidos del 15-M que se han institucionalizado— de desafección por la actividad representativa o por la participación institucional hacia lo que era la participación extrarepresentativa, es decir, con una mano dejaban de votar en el congreso y en el parlamento y con la otra mano participaban cada vez más en iniciativas transversales y horizontales, las cuales también destierran sindicatos y ONG. Son dos cuestiones que parecen contradictorias, pero en realidad se explican por el mismo fenómeno. Por un lado, cada vez participamos menos en las instituciones porque no nos las creemos, porque pensamos que tienen agendas propias, nos da la sensación de que no nos representan; y, por otro, la tecnología nos ayuda a articularnos sin contar con estas instituciones u organizaciones como los sindicatos y otras entidades más tradicionales. Son dos cuestiones que se producen en paralelo. Aunque sería óptimo definir un punto de confluencia donde realmente las instituciones pudieran volver a dialogar con la ciudadanía, los ciudadanos encuentran cada vez más cómodo participar en plataformas horizontales, en causas muy concretas en las que ven que son escuchados y con el grado de compromiso que quieran. La gente lo que quiere es decidir, no participar, y muchas personas ven más efectivo este tipo de compromiso. No es un mito, aunque todavía tenemos las parabólicas sintonizadas en la participación representativa y por ello a menudo se nos escapan estos fenómenos o su alcance. Parece que todo lo que no pasa por estos canales representativos no exista, sobre todo porque no lo estamos midiendo lo bastante bien.
La participación ciudadana también tiene lugar en las redes, donde tenemos conciencia de que hay información que es manipulada. ¿Las informaciones malas no afectan a esta participación?
Tendemos a pensar sobre los malos usos de internet en temas estrictamente de política. En cambio, en participación ciudadana en un sentido más amplio, como puede ser el ámbito sanitario, hay comunidades de práctica, de enfermos, de pacientes, de cuidadores, con una trayectoria extensa, con una seriedad muy grande, con un gran rigor y que dan unos frutos espectaculares. Pasa lo mismo en las comunidades de aprendizaje tanto de educadores como de estudiantes o de aprendices en general; comunidades de práctica, gente que trabaja y que pone su actividad en común. Fuera de la política, que es prácticamente todo, las prácticas en general son muy buenas, la gente aprende mucho a hacer un buen uso de internet y cuáles son los requisitos, las competencias, los protocolos, la manera de compartir, el modo validar la información... y considero que es un éxito brutal, aunque haya casos aislados de malas praxis. En la política hay mucho ruido, muchos intereses en informar o desinformar y más falta de ética, ya que sus intereses están más a menudo relacionados con la destrucción del adversario que con la participación para construir juntos. Nos faltan más competencias digitales avanzadas, de utilizar la tecnología de manera eficiente y eficaz, es decir, no solamente saber encender el ordenador y hacer una carta, sino saber qué hacer para que esta llegue a quien tiene que llegar. En este sentido, nos falta muchísimo y en eso es seguramente donde deberíamos verter más recursos, tanto públicos como privados y personales.
Los datos abiertos son positivos para la participación. Hay un proyecto del Banco Mundial en este sentido en el que participas.
Para poder participar, los datos abiertos o la información en general son esenciales, es decir, no podemos hacer una aportación crítica o constructiva sin tener antes un conocimiento previo de cuál es el estado de la situación. El Centro Investigación para el Desarrollo Internacional de Canadá ha financiado, con la cooperación canadiense, la cooperación inglesa y con el Banco Mundial, un proyecto de tres años que lo pone de manifiesto: Open Data for Development. También es muy importante para poder identificar qué herramientas tenemos que usar, la formación que necesitamos, las buenas prácticas, etc. Nos invitaron a Manuel Acevedo, consultor internacional radicado en Buenos Aires, y a mí a hacer la evaluación del proyecto, incluyendo también un análisis de hacia dónde debería ir. En estos tres años se han hecho muchísimas cosas, ya que todavía es un terreno muy virgen, muy abierto. Este proyecto ha cartografiado la comunidad y las prácticas mundiales a escala global sobre datos abiertos para el desarrollo. Nos encontramos en un punto de efervescencia donde hay que catalizar y crear estándares y es aquí donde nosotros hacemos propuestas de futuro.
Eres tutor de tesis de un doctorando industrial en la UOC, Ricard Espelt. ¿Podrías explicarnos en qué consiste el proyecto?
Desde hace cinco años colaboro con Ricard Espelt, un investigador con una beca del Plan de doctorados industriales de la Generalitat de Cataluña. Ricard analiza de qué manera el cooperativismo puede beneficiarse de la incorporación de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), pero no desde un punto de vista estrictamente instrumental, sino la forma en la que las TIC mejoran la creación de red, cómo lo acercan al activismo y determinan que se organice mejor.
Somos una universidad digital. ¿Los estudiantes nativos digitales determinarán nuestro modelo educativo?
Opino que los nativos digitales —bajo esta denominación o cualquier otra— determinan la educación como mínimo en dos fases, y las dos son bastante radicales. La primera es digitalizar y despresencializar lo que es la provisión de esta docencia, es decir, creo que el modelo mixto o blended entre presencial y digital será para siempre. Creo que será una práctica habitual, hegemónica, completar la docencia presencial con una parte virtual. En el futuro será así no solo en la educación, sino en todos los ámbitos de aprendizaje, tanto en la empresa como en el ocio... habrá estos dos componentes que se complementarán. En este sentido, el estudiante tira de las instituciones para que complementen los recursos, pero creo que llegará una segunda fase, que es empezar al revés, desde la parte digital por parte del estudiante: iniciamos el proceso de aprendizaje solos y después buscamos a alguien que nos acompañe. En la UOC estamos en medio de esta situación: tenemos las prácticas digitales, tenemos el acompañamiento, nos falta acercarnos un poco más a la iniciativa individual de la persona que empieza a aprender por su cuenta y luego busca un mentor.
¿Por qué es necesario que divulguemos la investigación que producimos?
Primero, porque beneficia al investigador y a su investigación, en la medida en la que expone lo que hace a otros profesionales que pueden hacer aportaciones. Segundo, porque facilita que la investigación tenga impacto social. En mi caso, si quiero tener un impacto en el sistema educativo o en la democracia, es difícil hacerlo solo desde la academia, por lo que he de establecer un diálogo permanente con la sociedad. El tercer motivo es porque estamos en una universidad con financiación pública y, por tanto, es una obligación técnica devolver los resultados de la inversión a quien ha puesto el dinero, que es el ciudadano. Me resulta difícil huir de la responsabilidad que tenemos con el contribuyente de todo lo que hacemos con dinero público y no revertirlo en la sociedad.
¿Nos recomendarías un libro sobre tu ámbito de experiencia?
Hay un libro que explica por qué estamos hablando de esta participación. Yochai Benkler en La riqueza de las redes hace una aproximación a las transformaciones que ha habido en la sociedad a raíz de la tecnología, aplicables a la transformación de la participación, tanto en la educación como en la política u otros ámbitos. Señala que con la tecnología han caído muchos de los cimientos que soportaban las instituciones, tales como la limitación al acceso a la información o los costes de participar. Benkler apunta que el mundo ha cambiado radicalmente y muchas de las cuestiones que indicaba hace más de una década pasan hoy en día.