Como probablemente ya sabéis, La dimensión desconocida (
The Twilight Zone) fue una serie de la CBS, creada por
Rod Serling y con cinco temporadas emitidas entre 1959 y 1964.
The Twilight Zone sentó las bases no sólo de la ciencia ficción y la fantasía modernas, sino el propio concepto de serie de ficción televisiva. En total, 156 historias autónomas, algunas de ellas clásicos de pleno derecho, presentadas como un ritual: unos títulos de crédito inmersivos, con una voz afectada que nos ayudaba a dar el paso de una a otra dimensión y la presencia de un narrador, el propio Serling, que presentaba en pantalla al personaje principal de cada historia y, en off, hacía el epílogo.
Tras la infinita variedad de temas que presentó The Twilight Zone, semana tras semana se desnudaban los miedos y las incertidumbres de la sociedad norteamericana y del ciudadano medio del momento (eso sí, en general de raza blanca y género masculino) a través de historias sorprendentes, moralmente sobrecogedoras, imaginativas y puestas en imágenes de forma casi cinematográfica, con la contribución de firmas de lujo en el guion (como Charles Beaumont, Ray Bradbury o Richard Matheson) y contando en la dirección con nombres de larga trayectoria cinematográfica junto a jóvenes promesas (Mitchell Leisen, John Brahm, Robert Florey, Richard Donner, Don Siegel o Jacques Tourneur, incluyendo una única mujer, la conocida actriz Ida Lupino, quien dirigió un capítulo de la última temporada).
A pesar de los años transcurridos, el culto a la dimensión desconocida no se ha desvanecido, por lo que no es de extrañar que surgieran numerosas series antológicas de misterio y terror que bebían directamente de su espíritu (entre ellas Galería Nocturna, creada inicialmente por Serling en1969). También diferentes revivals, el primero de ellos cinematográfico (la fallida película episódica de 1983 donde, a pesar de todo, había algunos momentos muy interesantes de la mano de Joe Dante y George Miller), uno de televisivo a mediados de los 80 y un segundo a principios de los 2000.
Ahora nos llega una nueva y ambiciosa reimaginación de la mano de
Jordan Peele, director de cine ampliamente reconocido por sus filmes de terror con trasfondo social
Get Out (2017) y
Us (2019). La nueva
Twilight Zone (como ya hizo el anterior revival de 2002), intenta a la vez rendir homenaje a la serie original de Serling y
poner el foco sobre temas candentes en la sociedad norteamericana contemporánea, marcada por las luchas sociales, el pensamiento conservador extremo y una presidencia abiertamente distópica.
Esta es la fuerza y al mismo tiempo el lastre de la apuesta de Jordan Peele. Por su naturaleza antológica, la nueva Twilight Zone del 2019 no duda en abordar temas urgentes, utilizando la ficción y la fantasía para construir parábolas sociales a cuenta de los límites del éxito, el racismo, el sexismo y la violencia de género, el poder de las redes sociales, las armas, la inmigración ilegal, la xenofobia o el advenimiento de presidencias de tendencias caprichosas y dictatoriales. Y lo hace a través de premisas brillantes que parten en general de historias originales (de momento sólo una es una adaptación muy libre de un episodio clásico, Pánico a 20,000 pies, ya rehecho a la versión cinematográfica).
Aunque homenajea al clásico, la nueva propuesta es, de hecho, muy diferente: más social que psicológica, más orientada a la llamada a la acción con eco colectivo que no a los dilemas morales individuales. El mensaje de Twilight Zone 2019 parece hecho para ser debatido de forma extensiva e inclusiva, no para guardarlo en privado. Nos interpela directamente como ciudadanos, por eso el famoso off que acompaña los créditos iniciales se dirige directamente a nosotros (“los miedos del hombre” del original son ahora “nuestros miedos”, eliminando exclusiones de género).
El problema radica en que muchas veces, como de hecho ya sucedía en el segundo film de Peele, Us, el poder de sugerencia propio del fantástico choca con la voluntad de explicitar de forma muy directa un tema, por lo que este condiciona la historia , perdiendo en sutileza (en este sentido otra serie heredera de Twilight Zone, Black Mirror, ha sabido encontrar un mejor equilibrio). Tenemos el caso de Replay, donde una madre luchará literalmente contra el tiempo para intentar evitar que su hijo sea abatido por un policía racista; Not all men, donde la caída de un meteorito en un pequeño pueblo libera la agresividad de los hombres, en especial contra las mujeres; The Wunderkind, donde un niño aparentemente simpático llega a la presidencia de Estados Unidos gracias a su popularidad en Youtube; o Point of origin, donde una mujer acomodada vive en sus carnes lo que es ser inmigrante ilegal (en inglés, Illegal Alien). Este choque estimula la reflexión pero a la vez la condiciona y esto puede generar frustración, al menos es lo que me ha pasado a menudo. Tampoco ayuda que algunos finales se empeñen en dar algún tipo de clausura a historias que habrían quedado más redondas con finales abiertos, como la propia Nightmare at 30,000 feet, Six degrees of freedom o Replay. Ni que una obra dirigida a la reflexión y la inclusión sociodemográfica se emita en EEUU por la plataforma de pago de CBS, no en abierto. Por todo ello, la serie está siendo recibida con críticas totalmente dispares, en especial por fans de la serie original.
Pero el potencial del fantástico para situar en otra dimensión los temas que más nos angustian socialmente es tan poderoso que me he llevado conmigo cada capítulo que he visto hasta ahora, independientemente que me haya gustado más o menos. Me la he llevado pensando en el fondo y en la forma, en los límites entre la llamada a la acción social y los mecanismos de la ficción y sí, con muchas ganas de compartirlo. No es perfecta, no complacerá plenamente el fan pero sabe provocarnos, y eso no es poco.
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