Mi respuesta fue, obviamente, que no me consideraba competente para responder a tal pregunta —dejemos que los psicólogos den la respuesta en todo caso—, pero que además no consideraba que esto fuese necesariamente así. De entrada, lo que hacía la joven no era un
selfie, atendiendo estrictamente a su definición (fotografía realizada por uno mismo con un dispositivo móvil); sino que la fotografía la estaba tomando otra persona, lo cual es literalmente un retrato (fotografía cuyo objeto principal es una persona, diferente de ti mismo, en cuyo caso es un autorretrato). Resulta curioso cómo no siendo un selfie enseguida se definió como tal. Esto es significativo de las connotaciones negativas asociadas al término: si aquello era malo o peligroso = era un selfie (para más detalles leed el artículo «
Entre el narcisimo y el activismo, visiones del selfie». Y en segundo lugar, el hecho de que algunos jóvenes realicen determinadas “locuras” no significa que todos lo hagan: cuando tomamos la excepción como la norma estamos contribuyendo a amplificar los denominados pánicos morales. Dicho de otro modo, no es relevante para este caso si se trataba de un selfie o no, sino que el fondo de la cuestión es la sospecha sobre el uso temerario de la tecnología por parte de los jóvenes y adolescentes.
Efectivamente, este es un tema que importa institucionalmente y por ese motivo la misma UE financia en la actualidad diversos
proyectos de investigación para determinar las conductas peligrosas y ofrecer soluciones y recomendaciones a los padres sobre cómo gestionar el
uso de las tecnologías con sus hijos.
Sin embargo, no es este el punto donde quería llegar. Asumiendo que existen conductas imprudentes, aunque no sean mayoritarias, la cuestión es por qué reaparece recurrentemente la pregunta sobre el porqué los adolescentes realizan acciones arriesgadas, absurdas e incomprensibles para los adultos. Cuando me hago esta pregunta no puedo dejar de pensar en los jóvenes y adolescentes de mi generación, que salían de fiesta cada fin de semana en los años noventa, desplazándose en coche —mucho más inseguros al igual que las carreteras— a las distintas discotecas de la denominada Ruta del Bakalao, por poner un ejemplo. ¿Acaso no eran conductas arriesgadas las drogas de diseño de aquella época? ¿Por qué pensamos que esto es una novedad? ¿En qué momento perdemos la memoria generacional?
Algunas veces me da la impresión de que subestimamos, o somos muy condescendientes con la capacidad de los jóvenes para manejarse con las
redes sociales. Como en la mayoría de consumo de medios y aficiones, hay quienes realizan un uso más abusivo y otros uno más racional. Una de las prácticas que me ha llamado la atención últimamente, de la que se habló en
la red de investigadores de selfie en Facebook, son las denominadas fake Instagram,
finstagram o finsta. Se trata de cuentas “paralelas” en la aplicación Instagram que muchos jóvenes se abren para separar muy claramente el tipo de contenidos que publican en su cuenta habitual. Desde 2017, que la aplicación permite gestionar más de un perfil, en la finsta se ponen todos aquellos contenidos comprometedores que no se desea que sean vistos en la cuenta pública o “real” (rinsta).
Esta estrategia obedece a una segmentación de sus propias audiencias, asumiendo por su parte que cada red social y cada plataforma tiene un propósito distinto: de un lado, existe un claro consenso sobre que Instagram es una red que promueve las imágenes de calidad, con un cierto valor estético, y con un elemento de “postureo” (datos obtenidos en las entrevistas realizadas en el contexto del proyecto selfiestories). Este es el motivo por el cual se crearían las cuentas fake, que son privadas y que incluyen el contenido que no quieres mostrar al resto del mundo (fiestas, drogas, etc.) y cuya calidad fotográfica es totalmente irrelevante.
Estas cuentas tienen objetivos totalmente contrarios al que se señalaba al inicio de este artículo: no buscan el like masivo, sino compartir con un círculo pequeño y cercano imágenes que tienen un valor contingente, y en muchas ocasiones efímero, tal y como sucede en otras redes, como snapchat, que también responderían a este propósito de compartir contenido con una vida caduca. Esta tendencia, como señalaban varios investigadores de la mencionada red, se produce a nivel global y por tanto se da por igual en distintas partes del mundo. Esto tan solo es un ejemplo de las múltiples complejidades en el uso social de las tecnologías por parte de los jóvenes… superemos el selfie y los miedos.
Para saber más:
Cita recomendada
SAN CORNELIO, Gemma. Adolescentes, tecnología y riesgo: del 'like' a la 'finstagram'. COMeIN [en línea], mayo 2018, núm. 77. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n77.1836