El K-pop es un potente movimiento cultural de origen coreano basado en la música, pero que no se puede entender sin una estética visual, un trasfondo cultural (y de industria cultural) y un fandom global profundamente implicado. El K-pop trasciende la simple etiqueta de pop fabricado para adolescentes y ha adquirido sorprendentes implicaciones sociales e incluso políticas. Mi hija es fan total del género y, en parte por interés, en parte por exposición, me propongo darle una vuelta en este artículo. K-pop, in your area.
En la última década, el K-pop se ha convertido en una de las tendencias más destacadas del panorama musical contemporáneo. Entre nosotros, los fenómenos más conocidos son BTS (que si no hubiera sido por la pandemia hubieran agotado probablemente las dos fechas en el Estadi Olímpic de Barcelona este verano) y Blackpink (que llenaron el Palau Sant Jordi en 2019), aunque la lista de jóvenes grupos actuales es interminable (y no siempre fácil de pronunciar), con nombres como EXO, Twice, Itzy, Ateez, NCT, (G)I-dle o SuperM, por citar algunos. Hoy en día, el K-pop trasciende lo musical, habiéndose convertido en un auténtico movimiento cultural de vocación internacional. Podemos encontrar desde tiendas especializadas donde la música es lo de menos (como comprobé en la popular librería You Liang de Madrid) hasta talleres de baile para intentar dominar sus complejas coreografías, como el que ofrece en Barcelona el Espai Jove La Fontana.
Quise preguntarle precisamente a la profesora de este taller, Sara Pérez, para tener una idea global sobre el fenómeno. Sara conoció el K-pop hacia 2010, un par de años antes de su explosión global con el inesperado éxito sin precedentes de la canción Gangman Style, pero también con Fantastic Baby de BigBang. Para ella, ambas canciones fueron el inicio de todo. En la actualidad, considera que el estilo es más homogéneo, apoyado en fórmulas de éxito y colaboraciones con artistas pop internacionales como Lady Gaga, Dua Lipa o Flo Rida. Una de las claves de la difusión actual del K-pop es a través de YouTube y una extensa red de recomendaciones que permite ir conociendo nuevos grupos, incluso llegar al género desde otros intereses en la cultura asiática. Para Sara, otro elemento es el que habitualmente los grupos tengan muchos integrantes, con roles y estética diferenciados: unos más dedicados al baile, otros más a la voz principal y otros al rap, un elemento muy habitual en un tema K-pop y que contribuye a la variedad sin tener que recurrir a colaboraciones externas. Más allá de la música, el K-pop no sería lo que es sin las coreografías y los vídeos musicales: ambos se han vuelto cada vez más complejos, sorprendentes y visualmente impactantes.
Si nos movemos una década atrás, esta anterior generación de intérpretes que descubrió Sara, como Shinhwa, BigBang o 2NE1, estaba más influenciada por el hip-hop, así como por las músicas y estéticas urbanas, y su popularidad vino de la mano –como ya hemos visto– de Gangnam Style de Psy. Esa aparente ida de olla de 2012 comparte una parte importante de las características del K-pop: música de baile con reminiscencias de la música funky y disco (sobre todo el euro-disco de los setenta y ochenta típico de países como Italia, Alemania o Suecia), cantada en coreano con apariciones puntuales del inglés y, por supuesto, vibrantes vídeos musicales y coreografías corales.
Pero Gangnam Style era una apropiación del K-pop, llevado hacia el humor más absurdo para así ironizar sobre un barrio pijo de Seúl. Según el episodio dedicado al género de la estupenda serie documental de Netflix En pocas palabras, deberíamos ir aún más atrás en el tiempo, hasta 1992, cuando Seo Taiji and Boys marcaron las bases de un estilo que crearía una poderosísima industria: una banda de chicos, con un estilo moderno, desenfadado y en el que las coreografías y una actitud rompedora con la conservadora sociedad coreana conectaron con toda una generación de jóvenes. Hoy en día, YG Entertainment, Big Hit Entertainment o JYP Entertainment son grandes empresas que funcionan literalmente como una industria de talentos: audiciones para sus propias academias, que forman jovencísimos aspirantes a artistas durante años, a través de procesos selectivos, en busca de la siguiente fórmula de éxito. Así se muestra, de forma amable, en el reciente documental Blackpink: light up the sky. Una de las cosas que más me sorprendió del documental de Netflix es la clara consciencia de las populares integrantes del cuarteto de estar haciendo «bien su trabajo» (lo que contrasta mucho con la visión individualista del genio creador típicamente occidental) y cómo aceptan con tranquilidad que su momento puede pasar o pueden incluso ser sustituidas.
La historia del K-pop es también la de talentos muy jóvenes que tienen que aprender a lidiar con el fracaso, si no son elegidos para optar al anhelado estrellato; pero también con la fama si lo consiguen, una fama temporal ligada a las modas y a la enorme entereza física, mental y emocional que exigen sus intensas coreografías grupales y largas jornadas de trabajo, además del talento para cantar y estar disponibles para sus fans en redes sociales. Ciertamente, tiene también su parte oscura, vinculada a la exigencia, la presión y la gestión de la fama y el fracaso.
En el K-pop o, como se conoce en Corea, el idol pop, el fandom es esencial: no solo son típicas las intensas muestras de apoyo colectivo, físico y online, sino incluso la presión a las compañías –extremadamente controladoras con sus productos– para que traten bien a sus ídolos. Como se relata en un artículo de The Washington Post, la tradición de hacer regalos se derivó, por petición de muchos artistas abrumados, hacia donaciones a diversas causas, con lo que el fandom del K-pop empezó a asociarse a iniciativas solidarias y de ayuda a personas necesitadas. La expansión internacional del género y este cruce de culturas entre Oriente y Occidente se ha visto ligada a la emergencia de colectivos globales y multiétnicos de jóvenes fans, hábiles con las redes sociales (sobre todo Twitter, TikTok y Twitch), con conciencia social en temas como el racismo o el sexismo, con sensibilidad LGBTI y a menudo parte de minorías étnicas en países como EE.UU.
Este impulso a expresar «tu propia verdad» (una conocida frase de BTS) ha movido, por ejemplo, a fans norteamericanos a apoyar activamente movimientos como Black Lives Matter (enviando vídeos de K-pop a la policía de Dallas, que pedía a los ciudadanos vídeos que denunciaran actos de protesta ilegales) o incluso a trolear el pasado junio un polémico mitin de Trump en Tulsa, Oklahoma (donde tuvo lugar uno de los más espantosos episodios de violencia racista del siglo pasado, la masacre de Tulsa de 1921). Fans de K-pop en Twitter y activistas en TikTok (concretamente, de la Alt TikTok, es decir, colectivos que utilizan TikTok con objetivos alternativos, en general, activismo social) registraron miles de falsos pedidos de asistencia, con lo que, a la hora de la verdad, el recinto estaba vacío. En la actualidad, esta forma de activismo lúdico pero tremendamente efectivo es una extensión natural de unos valores comunes de una comunidad de fans global, abierta, entusiasta y activa. Nada mal para algo nacido como una engrasada industria del entretenimiento.
Para saber más:
En pocas palabras: K-pop (documental, Netflix).
«Cómo los fans del K-Pop sabotearon un evento de Trump».
«K-Pop fans crash Dallas police force app in support of Black Lives Matter».
«The K-pop revolution and what it means for American politics».
«Por qué los fanáticos del K-Pop están recurriendo al activismo político».
Banda sonora
I am the best. 2NE1.
How you like that. Blackpink.
100. Super M.
Perfect man. Shinhwa.
Lies. BigBang.
Cita recomendada
ROIG, Antoni. «Expresa tu propia verdad»: K-pop, no solo un fenómeno musical. COMeIN [en línea], novembre 2020, no. 104. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n104.2075