Durante muchos años nos acostumbramos a entender y explicar el cambio climático como algo que le ocurre a nuestro planeta: calentamiento global, inundaciones, incendios, deforestación, lluvia nuclear, extinciones, desaparición acelerada de la biodiversidad... Con el tiempo y la continua degeneración de los ecosistemas terrestres, pasamos también a conocer su dimensión experiencial: guerras, migraciones forzadas, pobreza, colapso del sistema alimentario... Finalmente, a golpe de pandemia, comprendimos que las consecuencias del cambio climático no ocurren solamente en países distantes, a las tortugas y a los osos polares. Nos afectan a todos, son terribles y nos están matando.
Y aunque nada de esto supone una novedad, ¿por qué sigue persistiendo esa imperiosa desconexión entre conocimiento y acción, entre lo que sabemos y lo que somos capaces de hacer para cambiar la realidad?
La respuesta a esta pregunta no es para nada sencilla, como tampoco lo es la problemática que encierra. Actuar contra el cambio climático requiere seguramente una reinvención radical y colectiva del mundo tal y como lo conocemos. Sin embargo, a los que hemos tenido la suerte de nacer y crecer lejos de la guerra y la pobreza, el cambio radical nos cuesta. Incluso nos resulta difícil imaginarnos –a nosotros, a nuestros hijos, a nuestros nietos– en ciertos escenarios que dibujan informes recientes sobre el impacto (para algunos ya inevitable) que el calentamiento global tendrá sobre nuestras vidas en poco más de treinta años. Ciudades sumergidas bajo el mar, poblaciones enteras desplazadas, nuevas pandemias, guerras por reservas de agua, escasez de alimentos... Nos lo dice la ciencia, nos lo muestran los datos, pero, aun así, enfrascados en el exuberante y seductor capitalismo occidental, todo ello nos sigue sonando como una música de fondo, abstracta, distante, para muchos incluso inverosímil.
Y es que, aunque la crisis climática aparece cada vez con más frecuencia en los primeros puestos de las encuestas sobre los temas que más preocupan a las personas, para una parcela significativa de la población mundial sigue siendo una abstracción cuyas consecuencias están a décadas de distancia. Por ello, conseguir que nuestro modo de entender el cambio climático pase a tener un impacto en la configuración de nuestras prácticas sociales cotidianas es uno de los desafíos más urgentes y complejos al que nos enfrentamos como sociedad. Pero ¿cómo conseguirlo?
Algunos expertos sugieren que uno de los muchos campos desde el que afrontar la batalla contra el cambio climático es el terreno narrativo. En efecto, en lugar de bombardear a las personas con montones de evidencias –seguramente necesarias para situar la realidad, pero poco efectivas para impulsarnos a la acción–, un creciente cuerpo de investigación sugiere que una comunicación efectiva del cambio climático pasa por contar más y mejores historias: narraciones que conecten lo que le ocurre al ecosistema terrestre con nuestra experiencia vivida, relatos que nos ayuden a vincular la degradación del planeta con la degradación de nuestros modos de vida, la extinción de especies con la extinción de nuestras propias posibilidades de futuro.
El arte, la literatura, el diseño, la comunicación, la fotografía, el cine, la creatividad en general, son, por ello, campos de batalla que abren múltiples y esperanzadoras posibilidades. Nos permiten situar nuestra acción y nuestro pensamiento sobre el cambio climático más allá del debate científico y entenderlo como eso que los sociólogos llaman un hecho social: modos de actuar, de sentir y de pensar que se enmarcan en la cultura y determinan nuestras prácticas, como individuos y como sociedad.
El cambio climático es seguramente un desafío científico, pero también un reto cultural, social y humanitario de dimensiones planetarias. Así, el lenguaje creativo es hoy más necesario que nunca para ayudarnos a comunicar, a nivel emocional y a escala humana, la urgencia de este desafío.
Cita recomendada
CREUS, Amalia. Crear posibilidades: relatos para un nuevo mundo. COMeIN [en línea], septiembre 2020, no. 102. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n102.2064
