«Los confinamientos, las mascarillas y los pasaportes sanitarios ya hace siglos que existen»
Joana Maria Pujadas Mora, profesora agregada investigadora de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)
Joana Maria Pujadas Mora, profesora agregada investigadora de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)
Como Lònia Guiu, la intrépida y pionera detective surgida de la imaginación de la escritora mallorquina Maria Antònia Oliver, Joana Maria Pujadas Mora (Palma, 1977) investiga el pasado para aprender más sobre nuestra historia y encontrar los porqués del presente. Investigadora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, esta historiadora especialista en demografía se adentra en manuscritos, padrones, contratos y todo tipo de documentos a los que aplica datos masivos (big data) y técnicas de inteligencia artificial para la construcción automatizada de bases de datos.
Sus líneas de investigación van desde el estudio de la creación de los mercados de trabajo agrarios hasta el análisis de la brecha salarial entre géneros hace cuatro siglos, pasando por la evolución de las desigualdades socioeconómicas en Barcelona y su hinterland antes y después de la revolución industrial.
Pujadas Mora reivindica la función social de la historia y hace hincapié en la perspectiva de género. La demografía, dice, afortunadamente no excluye a nadie, porque todos nacemos y morimos. Entre las líneas de investigación en que trabaja actualmente de forma intensa está la dedicada a las pandemias. La historia, explica, nos enseña a comprender lo que está pasando hoy con la COVID-19. Los confinamientos, las mascarillas o, incluso, el pasaporte sanitario ya hace siglos que existen.
Como Lònia Guiu, la intrépida y pionera detective surgida de la imaginación de la escritora mallorquina Maria Antònia Oliver, Joana Maria Pujadas Mora (Palma, 1977) investiga el pasado para aprender más sobre nuestra historia y encontrar los porqués del presente. Investigadora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, esta historiadora especialista en demografía se adentra en manuscritos, padrones, contratos y todo tipo de documentos a los que aplica datos masivos (big data) y técnicas de inteligencia artificial para la construcción automatizada de bases de datos.
Sus líneas de investigación van desde el estudio de la creación de los mercados de trabajo agrarios hasta el análisis de la brecha salarial entre géneros hace cuatro siglos, pasando por la evolución de las desigualdades socioeconómicas en Barcelona y su hinterland antes y después de la revolución industrial.
Pujadas Mora reivindica la función social de la historia y hace hincapié en la perspectiva de género. La demografía, dice, afortunadamente no excluye a nadie, porque todos nacemos y morimos. Entre las líneas de investigación en que trabaja actualmente de forma intensa está la dedicada a las pandemias. La historia, explica, nos enseña a comprender lo que está pasando hoy con la COVID-19. Los confinamientos, las mascarillas o, incluso, el pasaporte sanitario ya hace siglos que existen.
Ya hace un año que estalló la crisis de la COVID-19, la última de las pandemias que ha vivido la humanidad a lo largo de la historia.
La perspectiva histórica permite entender muy bien lo que está pasando ahora. Actuaciones no farmacológicas como establecer distancia social, llevar mascarilla o lavarnos las manos ya se habían aplicado en otros momentos de la historia, como también los confinamientos. De hecho, siempre los ha habido. Ya en el siglo xiv se aplicaban las cuarentenas y los cordones sanitarios. Quizás no eran confinamientos totales, como los que sufrimos nosotros al inicio de la pandemia, de quedarnos encerrados en casa, pero sí que eran municipales y comarcales, y se cerraban los puertos para evitar el tráfico marítimo y se imponían cuarentenas.
A medida que pasa el tiempo y aumentan los conocimientos sobre la transmisión de patógenos, se empiezan a ver mascarillas, como por ejemplo en las imágenes que documentan la gripe de 1918. También muchas actividades, como las clases en el colegio, se hacen al aire libre como se hizo para combatir la tuberculosis; o la recomendación de seguir determinados preceptos higiénicos como la limpieza de manos.
¿Cómo recibía la población todas estas restricciones?
Había gente que se saltaba el confinamiento, claro. También había salvoconductos sanitarios, similares al pasaporte sanitario del que se habla ahora, y si no venías de un lugar libre de enfermedad, no podías entrar en otro. Quizás la población se quejara y hubiera manifestaciones, pero, al menos en las epidemias que hemos estudiado, no hemos encontrado disturbios documentados. Quizás porque la gente podía llevar una vida más normal de la que pudimos llevar nosotros, seguir con su actividad cotidiana, ir de aquí para allá, ir al trabajo. Sí que se suspendían las fiestas, los bares se cerraban y las misas se reducían en función de la actitud religiosa de cada comunidad. Algunas, en el siglo xix ya sabían que juntarse mucha gente era peligroso, mientras que otras optaban por sacar un santo a la calle para pedirle que se marchara la epidemia. Y lo que pasaba es que se generaban brotes y la gente aún se contagiaba más.
En esta pandemia de la COVID-19 la natalidad ha bajado mucho, y en España, un país ya de por sí envejecido, estamos en la cifra más baja de nacimientos de niños desde 1941. ¿También pasó en otras pandemias?
La natalidad siempre cae en situaciones de crisis, ya que la fecundidad necesita estabilidad, tranquilidad, y las epidemias no son momentos que la gente considere propicios para tener descendencia. A diferencia de otras pandemias del pasado, y pese a que con la COVID-19 nos focalizamos mucho en destacar el número de muertes, lo cierto es que la cifra es muy baja en comparación con la de la peste negra o la de la gripe de 1918. Esta última, por ejemplo, afectó sobre todo a hombres adultos en edad de reproducción. En cambio, la COVID-19 afecta a personas mayores, sobre todo; por lo tanto, aquí el descenso de natalidad tiene más a ver con la incertidumbre económica.
¿La gente dejaba de tener hijos?
En general, lo que vemos en la historia es que, cuando había un desastre de este tipo, la gente decidía espaciar los nacimientos de los hijos, para esperar a que la situación mejorara. O decidían tener menos. A veces, también había impedimentos biológicos, mujeres que no tienen hijos durante una crisis y que después ya no pueden tener porque se ha acabado su periodo reproductivo, un poco lo que seguramente pasa ahora en España.
¿Qué sucede, en términos de desigualdades, en épocas pandémicas?
La epidemia de la peste sirvió para erradicar la desigualdad, porque la enfermedad mataba transversalmente y a todas las edades, y ello causaba un declive poblacional. En cambio, en la gripe de 1918 la desigualdad aumentó y el patrón de comportamiento de la enfermedad era similar al de la COVID-19. No es que las epidemias por sí solas conlleven más o menos desigualdades, sino que exacerban los problemas que ya existen en la sociedad. Cierto es que, como consecuencia de la pandemia, las desigualdades se acentúan más.
¿Había mecanismos para intentar compensar estas desigualdades?
No existía el estado del bienestar, ni los ERTE, pero los gobiernos pasados sí que ponían en marcha algunos tipos de paliación. Por ejemplo, en la epidemia de cólera se hicieron planes de obras públicas, de modo que a la gente que se había quedado sin trabajo porque había cerrado la empresa donde trabajaba la ponían a arreglar caminos. Otros gobiernos optaron por la «sopa económica», es decir, repartir alimentos a la gente que lo necesitaba.
Como parte de su investigación, ha estudiado en profundidad las desigualdades socioeconómicas en Barcelona de 1481 a 1905. Ha visto que la desigualdad en la capital catalana era muy superior en la era preindustrial.
Los datos que posibilitan el estudio de cinco siglos de desigualdades son los de la Barcelona Historical Marriage Database, que se creó en el marco del proyecto Five Centuries of Marriages, financiado por el Consejo Europeo de Investigación y dirigido por Anna Cabré. Cada matrimonio que se contraía en la diócesis de Barcelona tenía que pagar un impuesto en relación con su nivel socioeconómico, y ello nos permite hacernos una idea de la riqueza de los contrayentes. Junto con el entonces doctorando Gabriel Brea, decidimos que aquella base de datos sería una buena herramienta para estudiar desigualdades. Pudimos descomponer los datos socialmente y pudimos ver que, antes de la industrialización, las clases más altas —pocas personas pero que concentraban mucha riqueza— eran los grupos sociales que más contribuían a las desigualdades. En cambio, a partir de la industrialización quienes más crean desigualdad es la clase obrera, porque tienen un peso demográfico muy alto y un peso muy bajo en términos de riqueza.
Otro proyecto de investigación emblemático que ha llevado a cabo se centra en la generación de una especie de red social del pasado.
Empezamos a colaborar con el Centro de Visión por Computador desde el proyecto Five Centuries of Marriages, con Josep Lladós, su director, y Alícia Fornés, para llevar más allá la frontera en la transcripción automática de documentos. De este modo, junto a Alícia Fornés solicitamos el proyecto «Redes: Tecnología e innovación ciudadana en la construcción de redes sociales históricas para la comprensión del legado demográfico», en el marco del programa Recercaixa. A través de técnicas de inteligencia artificial y gracias al entrenamiento de datos con voluntarios, hemos podido recuperar los datos del padrón históricos de muchos municipios del Baix Llobregat, y ahora también hemos empezado con la comarca del Maresme. El padrón es, al fin y al cabo, la lista de habitantes organizada por hogares, y ello nos permite tener una red familiar que podemos ir siguiendo hogar tras hogar, además de una red de vecinos.
El Facebook del pasado.
Así es. Y para entrenar a los algoritmos a aprender a leer los padrones de forma automática, recurrimos a la ciencia ciudadana. Hemos creado una aplicación donde los voluntarios pueden ir transcribiendo la información de los padrones. Con ello, lo que hacen es decirle al algoritmo «esto que tienes aquí es "Joan" y esto otro, "Puig"», para que, en un momento dado, cuando haya aprendido lo suficiente, pueda llevar a cabo la lectura automática de manuscritos. Ya tenemos 400.000 observaciones individuales. Tenemos algoritmos que ya empiezan a funcionar que están integrados en videojuegos y que ofrecen transcripciones automáticas de partes de los padrones, y el jugador tiene que ir validándolas.
¿Qué cree que atrae a los voluntarios a querer participar en esta aplicación?
Que podrán reseguir la historia de sus antepasados. Podrán saber qué vida llevaba su tatarabuelo en Molins de Rei y qué pasó cuando se trasladó a El Masnou. Para facilitar la búsqueda, ya tenemos implementado un buscador onomástico. Y a nosotros, los investigadores, disponer de este Facebook del pasado nos da mucha información. Nos permite deducir el tipo de familia, la fecundidad, incluso estudiar la progresión social, porque con los padrones sigues a la gente a través del tiempo, puedes ver qué tipo de empleo tienen, como les afecta el contexto macroeconómico. Por ejemplo, hemos elaborado un estudio basándonos en los datos de los padrones en el que vemos que, cuando llega la industrialización, a los primeros que van a trabajar en las fábricas no les va muy bien en cuanto a movilidad social. En cambio, en la segunda oleada, cuando la industrialización está más consolidada, les va muy bien. Eso lo podemos ver estudiando a los hermanos.
¿Y qué papel tiene aquí la mujer? ¿Aparece en los documentos antiguos o también está silenciada?
La gran suerte —y también es uno de los motivos por los que me dedico a esto— es que en la demografía sale todo el mundo, porque todos nacemos y morimos. Así estudiamos a hombres y mujeres, si bien es cierto que de la mujer no hay tanta huella documental como de los hombres. En los padrones, por ejemplo, aparece la ocupación de los hombres, y, en algunos, sus salarios o rentas. En cambio, en el caso de las mujeres, en la ocupación nos encontramos con frases del estilo de «las propias de su sexo» o «sus labores». Aun así, puedes saber cuántos hijos tienen, a qué edad se casan, cuándo mueren.
De algún modo, en mi trabajo siempre está implícita la perspectiva de género. Ahora estoy llevando a cabo un estudio sobre la creación del mercado de trabajo en Mallorca. Un compañero, Gabriel Jover, localizó libros de contabilidad y libretas de collidores (aceituneras) de varias possessions —un tipo de masías propio de las Baleares— de la isla especializadas en aceite en los siglos xvi y xvii. Para la cosecha de la oliva se contrataba mano de obra jornalera, que eran niños y mujeres. Pues bien, hemos podido recuperar qué cobraban cada día y hemos comprobado que este trabajo agrario tenía menor remuneración y solía hacerse en familia, como por ejemplo una madre viuda y tres hijas, o tres hermanas. Este episodio pone sobre la mesa la brecha salarial que ya existía para las mismas tareas, cosas que pasaban entonces y que siguen pasando hoy en día.
UOC R&I
La investigación e innovación (RI) de la UOC contribuye a solucionar los retos a los que se enfrentan las sociedades globales del siglo xxi, mediante el estudio de la interacción de la tecnología y las ciencias humanas y sociales, con un foco específico en la sociedad red, el aprendizaje en línea y la salud digital. Los más de 500 investigadores y 51 grupos de investigación se articulan en torno a los siete estudios de la UOC y dos centros de investigación: el Internet Interdisciplinary Institute (IN3) y el eHealth Center (EHC).
Los objetivos de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y el conocimiento abierto son ejes estratégicos de la docencia, la investigación y la innovación de la UOC. Más información: research.uoc.edu. #25añosUOC
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