El 'boom' de los festivales: relacionarse con la música mediante la experiencia colectiva
La música en vivo recaudó, en 2022, más de 459 millones de euros en el Estado español, la cifra más alta jamás registradaEl modelo de los macrofestivales y su diálogo con el espacio público, a debate
Es posible que después de la pandemia las experiencias colectivas se aprecien todavía más: la compañía y el disfrute compartido fueron algunos de los grandes agujeros que dejó la crisis de la COVID-19 y, una vez superada, las ganas de recuperarlos se han hecho bien patentes. Una de las expresiones más visibles de esta tendencia son los festivales de música: cada vez hay más y cada vez tienen más público. Este tipo de eventos han hecho que se reestructure el modelo de negocio de la música en vivo y su impacto en las ciudades, pero también cambian la forma en la que el público disfruta del directo de sus grupos favoritos.
En los últimos años, los festivales de música se han convertido en toda una experiencia social en la que convergen varias actividades culturales, económicas y turísticas. Según el Anuario de Estadísticas Culturales del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en el Estado español se celebraron 874 festivales de música en 2021, una cifra que consolidaba la tendencia creciente antes de la pandemia y que parece que ha vuelto con fuerzas renovadas. Este auge no es nuevo, hace ya varios años que el sector musical abarca las propuestas festivaleras, debido al cambio de modelo de negocio: cuando la venta de discos quedó planchada por las plataformas de streaming (reproducción en continuo), la gran fuente de ingresos pasó a ser la música en directo.
Esta circunstancia se ve reflejada en las cifras de facturación de venta de entradas de la música en vivo, que en 2022 fue la más alta jamás registrada. Superó los 459 millones de euros, según el último Anuario de la Música en Vivo de la Asociación de Promotores Musicales (APM) de España. Esto representa un incremento del 191,33 % respecto al año anterior (2021), un año marcado por las limitaciones generadas por la crisis sanitaria de la COVID-19. Pero es igualmente destacable que esta cifra representa un incremento del 20,03 % respecto a 2019, año que ocupaba el primer lugar en cuanto a recaudación por venta de tickets desde que la APM hace seguimiento de estas cifras.
En Cataluña, las propuestas son muchas y muy variadas: hay eventos para todos los gustos y colores, desde los macrofestivales como el Primavera Sound o el Sònar –cada uno con sus particularidades– hasta festivales más alejados de centros urbanos y arraigados al entorno, como pueden ser el Vida o el Aphònica.
"Una cosa que es muy importante para un festival es que el producto que se consume es, al final, la experiencia", apunta la profesora de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) Alba Colombo, directora del máster universitario de Gestión Cultural (interuniversitario: UOC, UdG) e investigadora principal de Festivals, Events and Inclusive Public Space (FESTPACE), un proyecto europeo que analiza el uso de los espacios públicos en Europa para todo tipo de acontecimientos. "Lo que el público compra no es tanto un concierto, sino todo lo que vive dentro del evento". Más allá de la música, esto puede incluir una pulsera, el merchandising, la decoración, la comida… y un entorno "instagrameable". "También es un gran atractivo el hecho de ir descubriendo grupos: uno conoce a los cabezas de cartel y alguna banda en particular, pero ir probando y ver qué resulta interesante entre todas las propuestas es lo que diferencia a los festivales de comprar una entrada para un concierto concreto", dice Colombo.
Barcelona, epicentro del negocio festivalero
Si hablamos de festivales, no podemos obviar el hecho de que Barcelona se haya convertido en potencia mundial en esta materia. En ella convergen citas de renombre internacional, como los mencionados Primavera Sound o Sònar, que representan un impacto muy considerable en cuanto a ingresos en la ciudad. Según datos proporcionados por la propia productora, la última edición del Primavera tuvo un impacto total de 349 millones de euros. El primer fin de semana se registraron un total de 200.000 personas, mientras que en el segundo asistieron unas 240.000 personas, provenientes de 139 países.
"Hay que destacar la orientación de estos festivales, que apuntan a atraer turistas que vienen a disfrutar de la música, el clima y el ambiente. Hay festivales más orientados al público internacional que al nacional o local, y esto tiene consecuencias", señala Pablo Díaz, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC. En esta línea, una de las conclusiones de la investigación de FESTSPACE es sin duda que "Barcelona está saturada de espacios" y que, cuando hablamos de festivales musicales de industria cultural, puede verse cómo están muy centralizados en la ciudad, y se rigen por un tipo de políticas muy conservadoras y economicistas, con la voluntad de hacer negocio y de ser sostenibles económicamente. "En estos casos no hay ninguna voluntad de inclusión, diversidad o participación comunitaria", dice, sino que el objetivo es ganar dinero.
"Los grandes festivales con miles y miles de asistentes, muchos de los cuales son turistas, generan ingresos, pero también conllevan inconvenientes en forma de aglomeraciones, ruidos, comportamientos incívicos, residuos, etc. En este sentido, hay ciudades y destinos que pueden entender estos eventos como la gota que colma el vaso de una situación sobresaturada", señala Díaz. "Otros destinos, sin embargo, pueden entender los festivales como agua de mayo para recibir las visitas que salvan el año económicamente. Todo depende de la dimensión del evento, la gestión de este, el momento del destino y las características del ecosistema local donde se celebra el festival", concluye el experto.
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