«Al agua no pueden atribuírsele propiedades curativas», apunta Aguilar, bióloga y profesora de los Estudios de Salud de la UOC. Aguas, las hay de muchos tipos (de grifo, embotellada, de baja mineralización, etc.) y cada una tiene sus características que pueden contribuir a algunas funciones orgánicas. Las aguas de elevada mineralización -como son las cálcicas o hipersódicas- pueden ser, por ejemplo, desaconsejables en casos de problemas renales, cálculos, hipertensión o para los bebés, y las fluoradas, en cambio, pueden ser recomandables para la protección dental.
La dureza del agua acostumbra a ser otro aspecto controvertido. La bioquímica Carme Carrion, profesora de los Estudios de Salud de la UOC, explica que la dureza viene condicionada por la cantidad de iones en disolución, «sobre todo de calcio y magnesio». Desde el punto de vista del consumo humano, diferentes informes publicados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) no han encontrado pruebas científicas de que las aguas duras sean perjudiciales para la salud. Carrion solo puntualiza que las aguas de este tipo son menos recomendables para las personas con alteraciones cutáneas y que en algunos casos «puede provocar eccemas». El nivel de dureza o mineralización, además, puede influir en el sabor del agua.
Existe también el mito popular que el agua del grifo no es buena para la salud. Y lo cierto es que, como señala Aguilar, esta agua pasa por unos controles analíticos exhaustivos de sus características físicas, químicas y microbiológicas que garantizan su calidad y seguridad para el consumo humano: «que el agua sea del grifo no significa que sea peor que la envasada». El agua envasada, en realidad, «no es estéril, no garantiza cero microorganismos de origen». Lo que asegura, también por medio de unos controles muy estrictos, es que «no haya patógenos».
Los envases, y sus materiales, para conservar el agua
En las etiquetas de los envases se tiene que informar de la procedencia del agua y del tipo —mineral natural, de manantial o preparada—, el nombre de la empresa, la fecha de consumo preferente, recomendaciones de conservación, entre otras indicaciones. Un agua, además, no puede atribuirse una calidad propia que es característica del agua en general, como por ejemplo «agua ligera» (cuando todas lo son).
El agua envasada en botellas tanto de plástico como de cristal está libre de contaminantes. Aguilar, de todos modos, recomienda el cristal, porque es un material de fácil limpieza, que se puede desinfectar, lavar a elevadas temperaturas y, por lo tanto, reutilizar. Además, es un material más sostenible de cara al medio ambiente.
Las botellas de aluminio que utilizan los excursionistas para transportar el agua son una buena opción, porque este material es ligero, no deja pasar la luz y es bastante resistente a los golpes. De todos modos, hay expertos que recomiendan comprobar que el bidón tenga recubrimiento interior para que el aluminio no entre en contacto directamente con el agua y se eviten posibles migraciones de sustancias que puedan ser un riesgo para la salud.
La calidad del agua depende de todos
«Algunas acciones humanas cotidianas pueden afectar la calidad del agua e incrementar los costes de depuración de las aguas residuales», alerta Hug March, experto de la UOC en gestión urbana del agua. La primera práctica nociva, comenta el investigador, es la eliminación del aceite de cocina (u otras grasas) que hemos utilizado para freír por el fregadero: «pequeñas cantidades de aceite pueden afectar la calidad de grandes cantidades de agua y de rebote encarecer el proceso de tratamiento en las plantas de depuración». En este sentido, March explica que el aceite se tendría que llevar en recipientes al centro de recogida.
La segunda práctica nociva, remarca el experto, es la eliminación de medicamentos que ya no se usan por medio del lavabo. «Los medicamentos caducados se tienen que llevar a los puntos de recogida habilitados en las farmacias», puntualiza.
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