¿Por qué triunfan los realities?
GH Vip, Adán y Eva, Hermano mayor y dentro de pocas semanas se estrena Quiero ser monja, un nuevo reality show. Este género televisivo nacido hace veinte años consigue arrastrar a miles de espectadores ante las pantallas. Pero, ¿qué recursos utiliza para atrapar y fidelizar a la audiencia? Ferran Lalueza, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC, analiza este producto audiovisual, y Francisco Núñez, sociólogo de las emociones, explica qué recursos emocionales utilizan para triunfar.
El éxito de los reality show
«Sobre todo por el uso de la espiral de la transgresión creciente -es decir- se impone la necesidad de atreverse siempre a ir más allá de lo que se haya hecho previamente para sorprender y mantener el interés del público», afirma Ferran Lalueza, ya que «no es fácil escandalizar a los telespectadores del siglo XXI». Para mantener esta espiral de transgresión creciente, utilizan recursos como, por ejemplo, modificar las pruebas del concurso o incluir participantes, premios o castigos nuevos.
Para Francisco Núñez, profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, «el cotilleo que suscitan los personajes de los programas de telerrealidad sirven para posicionarnos a nosotros mismos con relación a nuestras emociones y valores; es decir, qué nos gusta y qué no, qué aprobamos y qué rechazamos, en qué nos consideramos mejores». Para el experto, «más que juzgar a los participantes, lo que hacemos es definirnos y posicionarnos». Estos programas nos hacen salir de la rutina, «ponen delante de nosotros un espacio de realidad distinto del de la vida cotidiana, nos ofrecen emociones -a menudo nuevas y diferentes- y nos sirven para posicionarnos ante estas situaciones, son como un laboratorio de experiencias y emociones», considera Núñez.
El espectador tiene poder: ve, juzga y decide
En esta misma línea, Lalueza argumenta que «empoderan al espectador, porque lo convierten en un ser omnisciente que puede conocer, controlar y juzgar la actuación de los protagonistas del programa, y a veces incluso puede contribuir a decidir su suerte» con la votación por mensajes de texto, llamadas o utilizando la aplicación móvil del programa. «La espiral de transgresión engancha, incluso cuando provoca vergüenza ajena». El espectador es capaz de seguir visionando el programa «por curiosidad y por el morbo de averiguar cómo de bajo pueden llegar a caer sus protagonistas».
¿Somos cotillas o nos hacen ser cotillas?
El estudio «The Visual Impact of Gossip», de Eric Anderson, publicado en la revista Science, demostraba que nuestro cerebro presta más atención a aquellas personas de las que sabemos cosas negativas que a aquellas de las que sabemos cosas positivas o neutras. Los participantes en el estudio recordaban en un porcentaje más elevado a aquellas personas de las que habían oído algún chisme o informaciones negativas. Parece que la ciencia puede llegar a dar una respuesta y explicar el porqué del éxito de los programas de telerrealidad y de telebasura.
Según Francesc Núñez, es evidente que «lo que llama la atención, lo que nos puede despertar la emoción, es lo que se sale de la normalidad, del estado medio de la vida emocional en que nos movemos en el día a día». El sociólogo afirma que «muchas de las emociones básicas son negativas. Hay más emociones negativas que positivas, y tal vez ello está ligado a nuestro proceso evolutivo. Los actos bondadosos nos atraen, pero tienen menos capacidad de respuesta inmediata».
El espectador de los programas de telerrealidad quiere «huir de la rutina y encender el diapasón emocional, que lo alerta, lo tensa, le estimula los sentidos, le pide una respuesta».
Fraccionar las historias engancha
Resulta sorprendente que otros programas de la misma cadena o corporación reutilicen los contenidos de los programas de telerrealidad. Para Ferran Lalueza, «la retroalimentación de los contenidos de un programa de telerrealidad constituye una vía óptima de rentabilizarlos y de llenar horas de programación de bajo coste. La información se dosifica con suficiente habilidad como para generar expectativas nuevas periódicamente que eviten que la audiencia desconecte». El experto alerta, sin embargo, de que «esta sobreexplotación y omnipresencia puede provocar saturación en la audiencia en vez de reforzar su interés si no se hace como es debido».
Veinte años de programas de telerrealidad
En 1991 empezaba en Suecia el primer programa de este género. Hoy en día, los programas que han sobrevivido y que triunfan «son especialmente bastos, estridentes y están centrados en lo más grotesco de la naturaleza humana, es decir, son pura telebasura». Durante este largo camino, la audiencia ha penalizado estos excesos, como ocurrió por ejemplo hace cuatro años con el programa La noria de Telecinco, aunque son bastante excepcionales. Así pues, Ferran Lalueza afirma que «las reglas del juego son claras: cada edición debe ser más escandalosa que la anterior para mantener el interés del espectador». Añade que «el escándalo y la transgresión provocan atención y comentarios de indignación o de mofa, hoy en día vehiculados con frecuencia por medio de las redes sociales, que se convierten en un espacio para chismorrear».
Entretener vende el doble que informar
Viendo las parrillas televisivas uno se da cuenta de que el entretenimiento lo impregna todo. «Vivimos en una economía de la atención, ante la saturación de información y los estímulos de todo tipo que recibimos cada día, la atención de cada uno de nosotros se convierte en un bien muy preciado y el entretenimiento se convierte en la principal moneda de cambio para atraerla».
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