Entrevistas Alumni

Jose Antonio Gras
Javier Moreno Jabardo
21/05/2020
Alumni
Màster universitari de Ciutat i Urbanisme





Jose Antonio Gras, Alumni de la UOC y ganador del premio Universidad, Conocimiento y Agenda 2030 en la categoría de trabajo final de máster

 

«Hay que hacer urbanismo con principios higienistas para poder evitar las pandemias»
 

Jose Antonio Gras ha ganado diferentes premios internacionales y actualmente trabaja en Foster + Partners como arquitecto urbanista.
 

Cursó el máster universitario de Ciudad y Urbanismo de la UOC, que acabó con un trabajo final de máster (TFM) titulado Explorando cualidades espaciales y sociales de los distritos de innovación como modelo de regeneración urbana: ¿es posible planificar clústeres socialmente inclusivos?. Entre los mil trabajos presentados, la Comisión Evaluadora ha premiado el TFM mencionado por su contribución a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, ya que se centra en el Objetivo 10, «Reducción de las desigualdades», y en el Objetivo 11, «Ciudades y comunidades sostenibles».

 

 

Antes de hablar sobre tu trabajo final de máster, ¿nos cuentas cómo se está viviendo esta situación en el sector de la arquitectura?

Se está viviendo con incertidumbre,, igual que en otros sectores y en la sociedad en general. Dentro de la situación, lo bueno de la rama de diseño en el sector es que es posible seguir adelante sin necesidad de parar por completo: nos podemos organizar para trabajar remotamente desde casa, los proyectos y las gestiones pueden continuar aunque la construcción frene. En mi oficina afortunadamente mantenemos el trabajo y la mayoría de proyectos activos, pero tengo colegas, tanto en el Reino Unido como en España y en otros países, que han visto reducida su carga de trabajo o incluso que han perdido el empleo. Al final, si un eslabón de la cadena para por completo, el resto se ve afectado en mayor o menor medida y de aquí la incertidumbre.

En cualquier caso, me parece necesario mirar más allá del aquí y del ahora, prepararse para el escenario poscoronavirus. Lo que estamos viviendo es dramático y, si no estamos preparados, esta crisis dejará muchísima pobreza. En este sentido, creo que hay que mantener una actitud positiva y tratar de afrontar los problemas, especialmente cuando son intensos en un corto espacio de tiempo (crisis), transformándolos en oportunidades para cambiar el statu quo. Haciendo analogía con la medicina, el momento crítico es el momento de la decisión, cuando el cuerpo enfermo sana o muere. Estamos en ese momento y nuestra actitud frente a él puede devenir en un escenario u otro. En chino, la palabra crisis está formada por dos caracteres (wei ji en nuestro alfabeto), que significan 'peligro' y 'oportunidad', respectivamente. A esto me refiero con la importancia de tener una actitud positiva, constructiva: ante el momento crítico, nuestras decisiones deben ir encaminadas a transformar la situación de peligro en oportunidades de cambio.

Con las grandes crisis siempre suelen llegar grandes progresos, así que creo que es un momento inmejorable para volver a considerar la arquitectura y el urbanismo como herramientas de transformación política y social. Son disciplinas que han sido utilizadas demasiado tiempo como medio para la especulación, como símbolo de poder e incluso para crear mecanismos de vigilancia. La arquitectura y el urbanismo deben tener una base social que permita fomentar la igualdad de oportunidades en una sociedad cohesionada. Forzosamente, estamos ante una gran oportunidad para volver a situar estas disciplinas en el lugar que nunca deberían haber dejado.

Como experto en urbanismo, ¿en qué medida el diseño urbanístico afecta a la transmisión y el control de las enfermedades contagiosas? ¿Cómo crees que cambiará la arquitectura de nuestro entorno después de la COVID-19?

El urbanismo puede actuar en previsión de un nuevo brote cuando hayamos pasado este momento crítico pero sigamos bajo la amenaza del virus. Cada vez que ha habido una epidemia o una pandemia, las ciudades han sido puestas en el ojo del huracán, y esto viene dado por su densidad, por las oportunidades que ofrecen, etc., que, en última instancia, se traducen en movimiento de personas y en incontables interacciones sociales. Hablamos de las pestes de la Edad Media, de Londres y el cólera de mitad del siglo xix, de la gripe mundial de 1918 o, en las últimas dos décadas, de las gripes en Asia o de la enfermedad del ébola en las ciudades subsaharianas. Y de todos estos episodios han salido reforzadas: la eliminación de las murallas para favorecer el crecimiento y aliviar los centros históricos, el emplazamiento de cementerios fuera de los centros urbanos, sistemas de alcantarillado como el de Bazalgette en Londres a raíz del cólera, las anchuras de las calles y la creación de zonas verdes… Son ejemplos de aplicación de principios higienistas a través del urbanismo después de una epidemia. Y hay que aprender de estas experiencias pasadas, pero el momento de urgencia, con lo que sabemos ahora, requiere tomar también decisiones inmediatas que ponen de relieve cuestiones que ya se abordan en la Agenda 2030.

Creo que podemos considerar dos tipos de intervención. Por un lado, se deberían llevar a cabo acciones y políticas urbanas de carácter táctico, inmediatas, como habilitar para peatones espacios normalmente dedicados al tráfico motorizado, de manera que se pueda mantener el distanciamiento social del que tanto se habla ahora (me parece más correcto hablar de distanciamiento físico). Ejemplos concretos los estamos viendo en ciudades como Bogotá o Berlín y, por lo que tengo entendido, ya están cerca de aplicarse en Londres. Por otro lado, también hay que pensar en respuestas estructurales para el escenario poscoronavirus, y para ello es necesario planificar a medio y largo plazo, de manera estratégica: con criterios de densidad, proximidad y diversidad, de manera que se puedan reducir las movilidades obligadas. Con esto estoy reivindicando el concepto de barrio, el acceso a servicios esenciales en un radio de 10-15 minutos a pie. Y para hacerlo de manera segura tiene que ser con espacios públicos de calidad, renaturalizando y peatonalizando espacios hoy dedicados al coche. Al margen de la situación de urgencia, un buen ejemplo es la implementación por fases de las supermanzanas de Barcelona: una fase inicial táctica, puntual, rápida y de bajo coste, y una segunda fase de consolidación que puede reportar beneficios a escala mayor y a largo plazo. Y, por supuesto, lo mismo en el ámbito arquitectónico: cumplir las normativas en las reformas, diseñar viviendas que no estén basadas únicamente en términos de eficiencia espacial, sino en criterios de habitabilidad e higiene. ¿Cuánta gente echa de menos hoy disponer de dos aseos en casa y de un balcón en condiciones?

Tampoco hay que olvidar que la geografía del confinamiento es desigual. Hace unos días, un artículo publicado en The Guardian mostraba correlación entre factores socioeconómicos e intensidad de los brotes, y en este caso especificaba que las minorías étnicas se veían golpeadas por el virus con mayor fuerza. Las condiciones preexistentes, como el acceso a comercios, a cobertura sanitaria y a empleo de calidad, la disponibilidad de renta, la tipología y el régimen de vivienda nos recuerdan que la vulnerabilidad ya estaba ahí, y ahora la pandemia la ha puesto de relieve. Es importante estudiar esa vulnerabilidad, dónde se localiza y se concentra, cuál es su expresión geográfica. Aquí es donde el mapeo de datos es esencial. Volviendo a Londres, el ejemplo más claro es el mapa del cólera de John Snow con el que, cartografiando las muertes por la enfermedad, fue capaz de identificar que los casos se concentraban alrededor de fuentes públicas en el Soho y, finalmente, pudo demostrar que el cólera se transmitía por el agua contaminada. Lo que vengo a decir con esto es que es importante mapear las condiciones preexistentes y cruzarlas con los casos positivos para entender si hay correlación. Esto permitiría, por un lado, delimitar áreas más propensas al contagio y estar preparados para actuar con eficiencia; por otro, influir en el diseño urbano y arquitectónico con decisiones informadas. Pero para que arquitectos, urbanistas, geógrafos, ingenieros y demás expertos podamos hacer una aportación a ello, necesitamos acceso a datos abiertos fiables y de calidad. Si los datos quedan únicamente en manos de empresas o de Administraciones públicas, se estará limitando la capacidad de actuación.

En resumen, y tratando de nuevo de sacar algo positivo de la situación, una de las consecuencias será que habremos podido experimentar algunas de estas ideas a raíz del confinamiento: cómo se pueden utilizar las calles para pasear e ir en bicicleta, cómo son las ciudades con menos coches y cómo afecta al medioambiente (hemos visto mapas de calidad del aire antes y después del brote en varias ciudades, como en Wuhan, y la diferencia es extraordinaria), cómo de habitables son nuestras viviendas, qué carencias tienen… Todo ello requiere la articulación entre distintos niveles de gobierno, no solo en clave de ciudad. Para las áreas urbanas más grandes, aquí es donde cobran especial importancia los gobiernos metropolitanos.

Para terminar, relacionado de nuevo con la Agenda 2030, hace unos días Naciones Unidas publicó un informe sobre cómo afecta la COVID-19 a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. De nuevo, aunque ya se aplicaban en el diseño urbano, la pandemia ha puesto en primer plano cuestiones relacionadas con los ODS y nos hace ser todavía más conscientes de su importancia. Hay que aprovechar la oportunidad.

¿De qué trata tu trabajo final de máster?

Mi trabajo trata sobre los distritos de innovación. En concreto, trato de explorar los impactos sociales negativos que pueden tener los distritos de innovación en las áreas urbanas en que se implementan, porque descubrí que es un aspecto al que, ni en la práctica ni tampoco en el debate académico, no se prestaba demasiada atención.

Decidí presentar el trabajo a los premios de la Fundación Carolina porque creo que trato temas de sostenibilidad entendida en su conjunto, de manera holística, que estaban en consonancia con los objetivos de la Agenda 2030 y con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. En especial, por supuesto, con el Objetivo 11, «Ciudades y comunidades sostenibles», pero también con algunos otros a los que hago referencia de manera más o menos implícita en mi trabajo. 

¿Cómo te enteraste de que tu trabajo había sido premiado?

Estaba en la oficina un viernes, en una reunión a primera hora de la mañana. Cuando salí vi que tenía varias llamadas perdidas en el teléfono que venían de Madrid. Justo cuando las iba a devolver me llegó el correo de la Fundación Carolina diciéndome que me pusiera en contacto con ellos. Al llamar fue cuando me comunicaron que mi trabajo había sido premiado.

No lo esperaba, porque sabía que se habían presentado muchos trabajos aparte del mío y, si bien había tratado de ser riguroso a la hora de hacerlo, estoy seguro de que había muchísimos otros trabajos brillantes que también podían haber ganado.

¿De dónde surge tu interés por los distritos de innovación?

Surgen en torno al año 2015, cuando trabajaba en Alicante en PLAYstudio, con Iván Capdevila y Vicente Iborra, y nos presentamos al concurso Europan 13. El enunciado del ejercicio consistía concretamente en diseñar un distrito de innovación en la zona de Forus, en la ciudad de Stavanger, Noruega.

Se trataba básicamente de crear un nuevo modelo urbano promovido por un nuevo modelo económico, que en este caso era la economía del conocimiento. Investigamos y leímos mucho sobre el asunto, y, en concreto, estudiamos el distrito 22@ de Barcelona, considerado el primer distrito de innovación planificado del mundo. Ganamos ese concurso y eso me reafirmó de alguna manera mi interés en los distritos de innovación; ya no solamente como un modelo de regeneración urbana, sino como una manera de promover nuevos paradigmas urbanos: nuevos modelos de sociedad promovidos por una economía del conocimiento. Y, yendo más allá, surgió mi interés por estudiar qué impactos sociales podían derivarse de estos modelos en los contextos en que se implementan, tanto en las comunidades existentes como en las que pretenden atraer.

¿Cómo puede ayudar tu trabajo a mejorar el diseño de los distritos de innovación?

Mi trabajo puede ayudar a identificar o señalar variables que generalmente no se tienen demasiado en cuenta a la hora de diseñar distritos de innovación. Como decía al principio, con mi investigación trato de mostrar algunas de las externalidades negativas que pueden aparecer como consecuencia de la creación de estos distritos a través de casos empíricos, para ofrecer al final una serie de conclusiones. No se trata solo de ver qué estructuras y procesos urbanos favorecen la innovación, sino qué implicaciones sociales tienen y cómo afectan a las comunidades existentes. Sobre todo a los sectores más vulnerables.

Por otro lado, creo que también puede ayudar a redefinir los límites entre lo local y lo global. Dentro del contexto de globalización en el que vivimos, los modelos de regeneración urbana no son ajenos a ello. Sobre todo cuando se trata de algo que ocurre a escala tan global como la actualización industrial: pasar de la industria de manufactura y pesada de los dos últimos siglos a una industria del conocimiento, más limpia y con un impacto sobre el territorio muy diferente. Creo que los distritos de innovación son la máxima expresión de este nuevo paradigma y, aun así, en muchos casos se intentan aplicar recetas universales en contextos que son completamente distintos. Por eso me esforcé en aplicar la metodología diseñada al analizar seis casos de estudio en cuatro continentes, con el fin de identificar patrones y especificidades mediante el análisis empírico de cada caso. Creo que esto puede ayudar a redefinir esos límites que mencionaba.

¿Ves tu futuro en la investigación?

Sí, veo mi futuro en la investigación. De hecho, forma parte de mi presente también, porque donde trabajo ahora, Foster + Partners, los procesos de investigación forman parte de los procesos de diseño.

Por otro lado, siempre he tratado de combinar de alguna manera lo profesional y lo académico, ya fuese de manera independiente o formando parte de una institución o de otra empresa. En este sentido, el trabajo lo planteaba un poco como la antesala de mi posible tesis doctoral.

¿Por qué es importante que los estudiantes de la UOC centren sus trabajos finales en la Agenda 2030?

La Agenda 2030 es quizá el mayor compromiso político de carácter institucional del mundo para alcanzar objetivos de justicia social, prosperidad e igualdad. Llevar a cabo trabajos en este marco creo que ayuda a plantearlos de manera que posteriormente puedan ser aplicados a problemas reales.

Además, el hecho de que haya 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible específicos puede ayudar a estructurar los trabajos, ya sea porque se centran en uno o en varios de los objetivos, ya sea por el hecho de que ayuda a entender la sostenibilidad de una manera holística mediante la interrelación de estos.

Los 17 Objetivos ayudan a entender que la sostenibilidad no es solo «lo verde» o medioambiental, sino también la sostenibilidad económica, social y cultural, que considero que es lo que la Agenda 2030 nos marca como camino a seguir.

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