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A pesar del progreso observado en numerosos ámbitos de nuestra civilización musulmana, desde que salimos de Al-Andalus en el siglo IX de la Hégira, 1492 d. C., nuestra civilización árabe ha retrocedido, a pesar de que sigue luchando, o por lo menos, sigue viva en los corazones de los creyentes y en los comportamientos de la gente, gracias a Dios. No obstante, es víctima, primero, de la debilidad del pensamiento y, segundo, de la investigación y la innovación. Se ve afectada también por el comportamiento de algunos ignorantes, dueños de mentes cerradas, de su exageración, fanatismo e ignorancia. Son ellos los que fingen la sabiduría y utilizan la religión para sus fines políticos. Ellos extienden la ruina, como dice Dios El Excelso en el Sagrado Corán: «Destruyen sus casas con sus manos y con las manos de los creyentes». Asimismo se ve perjudicada por aquellos que poseen una fe débil y que tienen como ejemplo al mundo occidental. El problema externo se basa hoy en que Occidente, con su enorme fuerza, domina el mundo por la lógica del mercado y la materia, y quiere generalizar su ejemplo sobre todos los pueblos, para ello se basa en tres peligrosas medidas para separar sociedad y religión. Primero, marginar la religión, causando así su exclusión en las sociedades modernas. Segundo, la lógica de mercado y su poder, exento de justicia. Esto ha motivado el desequilibrio de las bases de los pueblos y la destrucción de su identidad y sus valores. Tercero, la dominación occidental niega el derecho a la diferencia y al pensamiento religioso. Los que poseen este pensamiento dominante sobre el mundo creen que sólo ellos poseen el poder de utilizar la mente. Hemos de recordarles que sin civilización islámica no habría existido el Renacimiento europeo, ni la modernidad, ni tampoco el progreso. Les recordamos también que nuestra civilización está basada en la mente, así que nos dirigimos a ellos para explicarles el encuentro entre Averroes y el gran sabio Ibn Al-Arabi, relatado por éste último: «Cierto día, en Córdoba, entré en casa de Abu’l-Walid Ibn Rushd (Averroes), que había mostrado deseos de conocerme personalmente, por lo que había oído decir de mí y por las noticias que le habían llegado de las revelaciones que Dios me había comunicado en mi retiro espiritual. Por eso, mi padre, que era amigo suyo, me envió a su casa con el pretexto de cierto encargo, para dar a Averroes la ocasión de conversar conmigo. Era yo entonces un muchacho imberbe. Cuando entré, se levantó del lugar en que estaba y se dirigió a mí con grandes muestras de cariño y consideración. Me abrazó y me dijo: “Sí”, y yo le respondí “Sí”. Esta respuesta aumentó su alegría, al ver que yo le había comprendido; pero, dándome cuenta yo de la causa de su regocijo, añadí: “No”. Entonces Averroes se entristeció, perdió su cara el color y, comenzando a dudar de la verdad de su propia doctrina, me preguntó: “¿Cómo pues encontráis vosotros resuelto el problema, mediante la iluminación y la inspiración divina? ¿Es acaso lo mismo que a nosotros nos enseña el razonamiento?” Yo le respondí: “Sí y no” Entre el sí y el no salen volando de sus materias los espíritus y de sus cuerpos las cervices» La civilización es la coyuntura apropiada para que la humanidad evolucione. Quién te encontró, ¿qué perdió? Quién te perdió, ¿qué encontró? |
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