3/12/24 · Cultura

"La masculinidad tradicional es susceptible a extremismos por su conservadurismo radical"

(Foto: Niklas Björling)

Lucas Gottzén es profesor en el Departamento de Estudios de la Infancia y la Juventud en la Universidad de Estocolmo, Suecia. Adopta perspectivas feministas y críticas sobre la juventud, el género y la sexualidad, con especial atención a los hombres jóvenes y las masculinidades. Su investigación actual se centra principalmente en el sexo y el placer, el consentimiento y la violencia sexual, la "manosfera" (activismo en línea a favor de los derechos de los hombres) y el extremismo de extrema derecha. Hablamos con él antes de su participación en la conferencia internacional Men in Movement, que se celebrará en Barcelona los días 9 y 10 de diciembre de 2024 con el título "Masculinities for Feminist Futures: Challenging Masculinism and Violence". Organizado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y con el apoyo del Pacto de Estado contra la Violencia de Género y Hombres Igualitarios (HI/AHIGE), el simposio busca incorporar los hombres en las discusiones alrededor del género, en un contexto de urgencia frente a la violencia y la desigualdad.

 

En tu trabajo has explorado la conexión entre machismo y extremismo. ¿Qué características de las masculinidades tradicionales crees que las hacen susceptibles de alinearse con movimientos extremistas?

Lo que podríamos denominar masculinidad tradicional —o roles de género tradicionales— puede ser susceptible a los movimientos extremistas porque estos son inherentemente conservadores. Este es el problema principal, realmente. Tienden a mirar hacia atrás, anhelando una "edad dorada" que probablemente nunca existió, en que la supremacía masculina y el patriarcado eran dominantes. En aquel pasado imaginado, los hombres eran "hombres reales", las mujeres eran "mujeres reales", y los hombres eran los que tomaban decisiones tanto en las familias como públicamente. Esta conexión es un factor clave. Es una visión que está fundamentalmente arraigada a mirar hacia atrás. Y no es conservador en el sentido típico, en que conservadurismo significa un enfoque prudente del cambio. Aquí tenemos una forma de conservadurismo radical. Lo vemos en el populismo de extrema derecha o lo que algunos podrían denominar "movimientos de derecha radical". Para la extrema derecha, por ejemplo, esta visión a menudo va ligada a la supremacía blanca: la idea de restaurar la supremacía blanca en la sociedad. Junto a esto, también se trata de restaurar la supremacía de los hombres.

¿Cómo usan los líderes populistas de extrema derecha el machismo para atraer a su público? ¿Y cómo varía esto en diferentes contextos culturales y sociales?

Lo hacen de una forma tanto ideológica como performativa. En el ámbito ideológico, estos movimientos promueven ciertos valores, a menudo arraigados en el pensamiento binario: los hombres tendrían que ser hombres, y las mujeres tendrían que ser mujeres. Normalmente, son antitrans y se oponen a las ideas progresistas sobre el género, a menudo impulsando visiones muy conservadoras de las relaciones de género. Pero también se trata de cómo los mismos líderes populistas escenifican el machismo, y esto puede variar mucho de uno al otro. Trump, por ejemplo, representa una forma muy particular de populismo de extrema derecha que se caracteriza por un sexismo extremo, el odio, la venganza y el resentimiento hacia los opositores políticos. Aun así, este tipo de machismo abiertamente agresivo y machista no funcionaría en un contexto nórdico, por ejemplo, en que el populismo de extrema derecha incorpora a menudo lo que se podría denominar "femonacionalismo". Esto vincula los derechos de las mujeres como un valor esencial de la cultura occidental, posicionándolos en contraste con las culturas musulmanas. Los líderes de estos entornos no pueden inclinarse demasiado por el sexismo abierto porque esto provocaría una reacción importante en sociedades como Suecia o Finlandia. Al mismo tiempo, tampoco se pueden inclinar demasiado hacia el feminismo, puesto que esto minaría su posición tradicionalista. Es un delicado acto de equilibrio. Sus estilos de liderazgo reflejan estas dinámicas. En la Europa occidental, los líderes de extrema derecha tienden a presentarse como personas cotidianas, un tipo de masculinidad tradicional con estética de clase trabajadora o de clase media baja.

Otro aspecto importante es el énfasis populista en el liderazgo del hombre fuerte. Estos líderes se centran en encarnar la idea de un estado fuerte y un liderazgo fuerte. A menudo se presentan como los únicos capaces de promulgar un cambio real. Esto no es necesariamente antidemocrático, pero puede apoyarse en ideas que coinciden con el fascismo, situando a una figura singular y poderosa en el centro de su movimiento.

El auge de los extremismos es un asunto transversal ahora mismo, y globalmente relevante. ¿Has estudiado cuál es el ambiente social y político que está haciendo posible que esos discursos se difundan más fácilmente y que la gente se sienta más atraída por los extremismos?

Sí, hay muchas razones, a pesar de que no puedo hablar del todo por el Sur global; allá es un poco distinto. Pero cuando se trata de Europa, Norteamérica e incluso mi país de origen, Argentina, con figuras como Milei, surgen ciertos patrones. Un factor importante son los cambios económicos y políticos que hemos visto durante los últimos treinta años. El neoliberalismo ha dominado muchos países y ha dado lugar a una austeridad económica que ha afectado mucho a la clase trabajadora y la clase media. Los trabajos tradicionales de la clase trabajadora, especialmente los ocupados por los hombres, han desaparecido en gran medida. Las industrias se han trasladado fuera de países como España o Suecia, y esto ha creado una gran ansiedad e inseguridad. En estas situaciones, la gente a menudo anhela la estabilidad y, al mismo tiempo, busca chivos expiatorios.

Los movimientos progresistas o los partidos de centroizquierda, como los socialdemócratas en Suecia o los demócratas en los Estados Unidos, podrían haber abordado estos problemas mediante políticas de promoción de la justicia social y la igualdad económica. Pero en gran parte no lo han conseguido. Por un lado, sus políticas económicas han continuado potenciando el neoliberalismo, perpetuando la inseguridad que siente la gente en su vida cotidiana. Por otro lado, se han centrado cada vez más en aquello que algunos denominan peyorativamente "política identitaria". Y aquí soy claro: no soy crítico con los derechos LGBT, el antirracismo o causas similares. Pero el intenso enfoque en estos temas a menudo se percibe como un proyecto elitista. No es elitista, está claro, pero así lo ven, sobre todo, los hombres de la clase trabajadora, que ya sienten una sensación de movilidad a la baja e inseguridad por la inestabilidad del mercado laboral, las hipotecas y otras presiones.

Al mismo tiempo, estos hombres ven reforzados los derechos de las mujeres, las personas queers y los grupos no blancos, y asocian este progreso con partidos de izquierda o de centroizquierda. Esto crea una sensación de alienación, especialmente entre los hombres jóvenes y los hombres de clase media baja, que después recurren a los partidos populistas y de extrema derecha.

“La masculinidad tradicional tiende a mirar hacia atrás, hacia un patriarcado imaginado”

La victoria de Trump en los Estados Unidos ha tenido que ver, enormemente, con el voto masculino. En las elecciones norteamericanas, hemos visto una diferencia en los patrones de voto basados en el género que afecta a todos los grupos demográficos. ¿A qué se debe esto?

No soy experto en política estadounidense, pero creo que hay varios factores en juego. No ha sido solo una victoria decisiva de Trump, también debemos tener en cuenta que Biden, y en particular Kamala Harris, no han tenido resultados tan fuertes como podrían haber tenido.

Desde una perspectiva de género, no se puede ignorar el hecho de que Harris es una mujer de color. En los Estados Unidos, todavía es un reto importante conseguir un cargo como mujer, especialmente como una mujer de color. Hay un aspecto de género y racial en cómo se percibe y se acepta el liderazgo político. Después está el estilo personal de Trump, que resuena fuertemente entre determinados grupos de hombres. No todos, está claro, pero sobre todo los hombres fuera de las zonas metropolitanas del país. Su estilo es muy diferente de la dinámica de género que vemos en la política europea, donde este tipo de enfoque no funcionaría del mismo modo.

Algunos estudios muestran un victimismo y un malestar masculinos muy importantes entre los hombres, todavía más acentuado entre las nuevas generaciones.

Lo que es interesante es que, hasta hace quizás diez años, los hombres más jóvenes acostumbraban a ser más profeministas y solidarios con los derechos de las mujeres y los derechos LGBTQ+, mientras que los hombres mayores eran más conservadores. Pero esta dinámica ha cambiado, y parte de este cambio es generacional: los hombres jóvenes de aquella época anterior ahora están al final de la década de los cuarenta años. Crecieron en un panorama político y social diferente. Pero también tiene que ver con factores económicos. Los estudios a escala de la UE, por ejemplo, muestran que los hombres jóvenes de zonas con altas tasas de paro son más propensos a ser críticos con el feminismo. Los investigadores sugieren que esto se deriva de la inseguridad financiera.

Para alguien como yo, con un trabajo estable y una posición segura en el mercado laboral, es más fácil sentirse generoso o solidario con los demás. Pero para un joven de veinte años que acaba de finalizar el bachillerato o la universidad y se enfrenta a una relación precaria con el mercado laboral, esta sensación de inseguridad puede amplificar estas actitudes. Por lo tanto, estamos viendo una mayor polarización de género entre los jóvenes en comparación con las generaciones mayores.

¿Se puede hacer frente a estas tendencias desde un análisis crítico de las masculinidades? ¿Qué se puede proponer para cerrar esta brecha?

Sí, creo que sí. Pero el problema de buena parte del análisis alrededor del machismo sobre estos temas es que a menudo empieza planteando a los hombres, especialmente a los jóvenes, como el problema. Sus actitudes se consideran inherentemente problemáticas, tildadas de sexistas o de odio. Y, a pesar de que en algunos casos es verdad, creo que, si queremos impulsar el cambio, debemos entender las perspectivas de estos hombres. Esto significa adoptar lo que un antropólogo podría denominar una "perspectiva émica": entender sus luchas desde su propio punto de vista. ¿Cuáles son los retos que afrontan en la vida cotidiana? ¿Cómo cuestiones como el mercado sexual o de citas, la precariedad laboral y la inestabilidad económica configuran sus opiniones y los conducen, por ejemplo, hacia la manosfera? Las instituciones democráticas —sean progresistas, de izquierdas o centristas— deben abordar las experiencias vividas de estos jóvenes. Se enfrentan a la inseguridad, la austeridad y la inestabilidad. La economía política también tiene un papel importante aquí. También tenemos que reconsiderar nuestro enfoque en las políticas identitarias. A pesar de que es importante, centrarse exclusivamente en la identidad puede alienar a estos hombres y parece reforzar la política de identidad masculina. En vez de esto, necesitamos enfoques universales: soluciones que se apliquen a todo el mundo a la vez que muestren su valor a los jóvenes y a los hombres blancos. Esto no quiere decir disminuir la importancia de los movimientos feministas o LGBTQ+; más bien, se trata de ilustrar cómo la alineación con estos movimientos puede beneficiar a todo el mundo.

¿Cómo te imaginas un futuro en que las masculinidades estén desacopladas del extremismo y la violencia? ¿Qué papel tienen la educación y las políticas públicas en este proceso?

Hay que desmantelar el acoplamiento más amplio de la masculinidad con la violencia, no solo en el extremismo, sino también en áreas como la violencia doméstica. Esto implica que los hombres aprendan, desaprendan y se enseñen los unos a los otros cómo construir culturas con hombres que sean más solidarios. Esta es probablemente la mejor forma de decirlo: culturas que no se basen en demostrar la masculinidad mediante la violencia, la agresión o la opresión. Una parte clave de esto se puede abordar mediante programas educativos, como por ejemplo iniciativas de prevención de la violencia. Ya se está haciendo muy buen trabajo en este espacio, y creo que es útil. Pero esto es solo una pieza del rompecabezas. La otra parte es crear una vida habitable para la gente. Es esencial abordar los problemas estructurales que hacen la vida precaria para tantos. En resumen, no basta con centrarse solo en cambiar las normas y los ideales. Esto es importante, pero también debemos abordar las condiciones materiales y los retos sistémicos a los que se enfrentan las personas. Debemos hacer ambas cosas.

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