«El estudiantado tiene que aprender y crecer constantemente»
Anna Pons, analista y jefa de proyectos en la Dirección de Educación y Competencias de la OCDE
Anna Pons, analista y jefa de proyectos en la Dirección de Educación y Competencias de la OCDE
Entre el 29 de junio y el 2 de julio, se celebra virtualmente el Congreso CIDUI 2021, organizado por las ocho universidades públicas catalanas y la ACUP. Decenas de expertos se reunirán para analizar y reflexionar sobre los retos a los que se enfrenta la educación en la sociedad digital. Entre ellos, Anna Pons, analista y jefa de proyectos en la Dirección de Educación y Competencias de la OCDE, que reflexionará sobre si hay que hablar de una nueva pedagogía. Según ella, hoy en día "el estudiantado tiene que ser capaz no solo de adaptarse constantemente, sino también de aprender y crecer constantemente".
Entre el 29 de junio y el 2 de julio, se celebra virtualmente el Congreso CIDUI 2021, organizado por las ocho universidades públicas catalanas y la ACUP. Decenas de expertos se reunirán para analizar y reflexionar sobre los retos a los que se enfrenta la educación en la sociedad digital. Entre ellos, Anna Pons, analista y jefa de proyectos en la Dirección de Educación y Competencias de la OCDE, que reflexionará sobre si hay que hablar de una nueva pedagogía. Según ella, hoy en día "el estudiantado tiene que ser capaz no solo de adaptarse constantemente, sino también de aprender y crecer constantemente".
Viendo los cambios que estamos viviendo en todos los ámbitos –y que van a afectar a las generaciones futuras– ¿hace falta una nueva forma de enseñar?
Seguimos enseñando para un mundo pasado. Una generación atrás, el profesorado podía esperar que aquello que enseñara duraría toda la vida. Hoy en día, los contenidos pueden encontrarse en Google, las habilidades rutinarias se están automatizando y los requisitos del mercado de trabajo cambian rápidamente. Los sistemas educativos tienen que poner mucho más énfasis en formar para el aprendizaje a lo largo de la vida, para gestionar formas complejas de pensar y formas complejas de trabajar que los ordenadores no pueden asumir fácilmente. El estudiantado tiene que ser capaz no solo de adaptarse constantemente, sino también de aprender y crecer constantemente, de posicionarse y reposicionarse en un mundo que cambia rápidamente.
El estudiante universitario de hoy no tiene las mismas necesidades ni su vida llega tan marcada por coordenadas como espacio o tiempo. Aparecen nuevos perfiles profesionales y la sociedad tiene nuevas necesidades.
Sí, las nuevas generaciones y los perfiles no tradicionales requieren un aprendizaje mucho más activo, flexible y más relacionado con sus realidades e intereses. Requieren que se personalicen las experiencias de aprendizaje para garantizar que todos los estudiantes tengan la oportunidad de tener éxito y afrontar el aumento de la diversidad cultural en sus aulas y de las diferencias de estilos de aprendizaje, de modo que permitan al alumnado aprender de la forma que sea más propicia para su progreso.
¿Cuáles son los grandes ejes, rasgos… que tendría que incluir una nueva pedagogía?
El coronavirus ha supuesto una gran conmoción. Ha puesto en evidencia los límites de las clases magistrales y ha forzado al profesorado a replantearse cómo se enseña. Si queremos aprovechar el inmenso potencial individual y colectivo que estos cambios facilitan, tenemos que replantearnos qué conocimientos, habilidades, actitudes y valores son necesarios para el futuro. A pesar de que este siempre nos va a sorprender, la mejor vacuna contra la complejidad y la incertidumbre del mundo de hoy es prepararse para ser autónomos en el aprendizaje, para saber aprender y reaprender. Entre otras cosas, esto pasa por poner los intereses de los estudiantes en el centro promoviendo una pedagogía más activa en las aulas, con interacciones de calidad en espacios más pequeños; transmitiendo un sentido de empoderamiento hacia el propio aprendizaje y la elección del itinerario formativo, y reconciliando aprendizaje y evaluación con seguimiento y apoyo continuos. Evidentemente, también implica cambios en el modelo tradicional, en el que se espera que el docente sepa hacerlo todo en lugar de haber varios roles especializados.
¿Puede destacar alguna experiencia pionera, innovadora, a escala internacional, que vaya en esta línea?
El proceso de masificación ha generado una atención creciente en la calidad de la docencia, a través de indicadores de progresión y acabado, o del aprendizaje de los estudiantes. A pesar de que todavía se mantiene el mito de que ser experto en una disciplina es suficiente para convertirse en un buen profesor, cada vez hay más países o universidades que requieren o alientan al profesorado a seguir una formación en pedagogía y que han reforzado las unidades destinadas al apoyo para la calidad docente. La investigación sigue teniendo un mayor peso en las decisiones de carrera, pero en algunos países se ha incrementado el peso de la docencia en la evaluación del profesorado y se han creado incentivos como premios o nuevos perfiles profesionales destinados a la docencia. En el ámbito institucional, algunos países como Irlanda y Holanda han introducido financiación específica para la excelencia docente, para proyectos institucionales o iniciativas docentes, o para reducir el abandono.
En lo que respecta a innovación docente a través de nuevas tecnologías, estamos viviendo un periodo de experimentación en términos de políticas públicas. En Holanda han puesto en marcha una asociación cooperativa entre el ministerio y las instituciones de educación superior e investigación para coordinar políticas de digitalización y crear un número de estudiante único para todas las instituciones del país, combinado con un sistema de microcredenciales, poner a disposición materiales y recursos de acceso libre, o favorecer el uso de learning analytics para el seguimiento del aprendizaje. En Nueva Zelanda se ha avanzado considerablemente en el reconocimiento y la promoción de credenciales alternativas a través de la definición de criterios formales de calidad y el desarrollo de un sistema de financiación pública de estas credenciales.
¿Cómo definiría el éxito educativo? ¿Es posible sin equidad y calidad? Y el fracaso, ¿cómo lo definiría?
El éxito educativo sería que cada cual llegara a desarrollar su potencial, y no solo tendríamos que pensar en talentos académicos. El fracaso es el talento perdido, aquellos para quienes el modelo actual de clases magistrales no funciona, que acaban abandonando o tardan muchos años en conseguir el título, y evidentemente todos aquellos que directamente no pueden ni plantearse una educación superior porque salen del sistema sin el título de secundaria. A pesar de los avances de estos últimos años, no podemos olvidar que España sigue siendo uno de los países de la OCDE con las cifras más elevadas de fracaso escolar.
¿Cuáles son, según usted, las claves de este éxito educativo?
No hay recetas mágicas y cada país tiene que encontrar su propio camino. Diría, sin embargo, que hace falta un alineamiento sistémico o coherencia de las políticas. Por ejemplo, las tecnologías digitales tienen un enorme potencial para mejorar la calidad, la equidad y la eficiencia en la educación superior. Si se adoptan bien, pueden ampliar el acceso a estudiantes no tradicionales, reducir los costes de instrucción y ampliar la instrucción individualizada y adaptativa. Aun así, para aprovechar todo el potencial de la digitalización y evitar los riesgos, hay que replantearse de manera exhaustiva el marco de políticas, incluida la manera de financiar las instituciones y apoyar a los estudiantes; cómo se forma y se apoya al profesorado; cómo se garantiza la calidad, y cómo se reconoce el aprendizaje.
¿Cuáles de las recomendaciones que hacen desde la OCDE serían interesantes para el contexto catalán?
La precariedad o dualidad del profesorado es uno de los grandes temas pendientes que puede acabar resultando en una fuga de talento en el contexto económico actual. Las limitaciones de financiación y la variabilidad son motores importantes de la precariedad, pero también lo es la cultura actual de la investigación, en términos de procesos de evaluación, relaciones de poder entre académicos sénior y júnior, e individuales e incentivos institucionales. Hay que replantearse la política de recursos humanos si queremos que la carrera académica sea atractiva para los jóvenes, y así impulsar la calidad de la investigación y de la docencia.
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