¿Cómo debería ser una educación mixta presencial y en línea en las escuelas?
La brecha digital y la socialización de los alumnos son los grandes retos de este modelo, más apropiado para secundariaLa crisis sanitaria originada por la pandemia de la COVID-19 ha puesto en jaque el sistema educativo de muchos países. En España, el largo confinamiento al que se han visto obligados los cerca de diez millones de alumnos ha subrayado la necesidad de un cambio de paradigma, ya que, además, podría haber rebrotes de la epidemia en los próximos meses.
Entre las opciones planteadas por el Ministerio de Educación y Formación Profesional está la posibilidad de implementar una educación mixta presencial y en línea en los colegios a fin de evitar el colapso educativo.
Sin embargo, según Lourdes Guàrdia y Albert Sangrà, profesores de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, todavía hay notables dificultades que solventar, entre ellas la brecha digital, determinada por las diferentes posibilidades de acceso a la tecnología por parte de la población y la forma de garantizar la socialización que fomenta la presencia de los escolares en las aulas.
Para aplicar esa propuesta, también surgen dificultades de tipo económico, en el momento de garantizar la conciliación de la vida familiar y la educativa, en las condiciones laborales del profesorado, y también en la construcción de las instalaciones escolares óptimas para grupos de alumnos más reducidos.
«Un tema es hablar de viabilidad y el otro, de conveniencia y de las repercusiones que tendría en el caso de que finalmente se implemente una propuesta como esta», afirma Lourdes Guàrdia.
Según Sangrà, se desconocen aún los niveles de adopción de la modalidad en línea en la nueva normalidad, pero «sí serán superiores a los que había antes de 2020»; por eso, las instituciones tendrán que disponer de nuevos niveles de infraestructura digital —tecnología y apoyo— para dar un apoyo fiable a los estudiantes.
«La brecha digital —refiere Guàrdia— está claro que existe, tanto desde el punto de vista de acceso (por parte del estudiantado, pero también organizativamente en términos de con qué tecnologías cuenta el centro para desplegar un sistema educativo en red de calidad) como de competencia digital (del profesorado y del estudiantado) para el uso educativo».
Guàrdia, que es directora del máster universitario de Educación y TIC (E-learning) de la UOC, indica que no es posible solucionar esa brecha en pocos meses. Según la profesora, «lleva tiempo implementar este cambio, que también es cultural, y no solo pedagógico y tecnológico». Y, aunque puede dotarse a los centros y a las familias de más tecnología, «aprender a usarla con fines educativos no es inmediato; se necesita formación, planificación, liderazgo, capacidad de adaptación al cambio, creatividad…», agrega la experta.
Si se quiere un modelo mixto o semipresencial, explica, «debería haber como mínimo un equilibrio desde un punto de vista pedagógico, organizativo y tecnológico».
«Algunos centros quizás puedan estar un poco más preparados en algunos de estos aspectos, pero dudo de que lo estén en los tres, en el sentido de estar pensados o configurados para establecer un modelo híbrido. Lo están para un modelo presencial con apoyo de la tecnología, y no en todos los casos. Cada uno de los aspectos (pedagógico, organizativo y tecnológico) necesitaría reformularse y ello conllevaría acciones asociadas que demandarían mucho tiempo para que pudieran implementarse correctamente», asegura Guàrdia, que es investigadora del grupo EDUL@B de la UOC.
En opinión de Albert Sangrà, catedrático de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, para hacer frente a la brecha digital entre el alumnado de la educación española debe trabajarse en la formación intensiva del profesorado, con una mayor equidad que garantice el acceso a internet como un derecho fundamental y a partir del apoyo a las familias, a fin de que dispongan de todos los instrumentos para que sus hijos no queden descolgados del proceso educativo, un esfuerzo que requiere notables inversiones.
Un modelo que encaja mejor en la educación secundaria y superior
Una dificultad que destacan casi todos los protagonistas de este proceso aparece en el momento de contemplar la edad de los alumnos. «Cada nivel educativo tiene sus particularidades en cuanto a perfil de los alumnos, a objetivos educativos, capacidades propias de la edad o en relación con su desarrollo personal, por lo que está claro que no sería recomendable implementar la misma estrategia en todas las etapas», asevera la profesora de la UOC.
Así, en las primeras etapas de la formación escolar, muchos aprendizajes se producen «a partir de experiencias educativas más sociales y que requieren cierto contacto físico y de una mayor relación entre alumnado y profesorado». En cambio, en etapas superiores, «podrían encontrarse fórmulas de aprendizaje híbrido que funcionaran», añade la experta.
En edades tempranas, recuerda Lourdes Guàrdia, «el profesorado tiene un papel fundamental, es un guía imprescindible que pauta, que ayuda, que anima, que diseña escenarios que favorezcan el aprendizaje…, y con los más pequeños esto no puede sustituirse con la tecnología». Además, resalta, «también el contacto social, el juego, la interacción física, el contacto con el entorno en general, con los compañeros, son vitales en estas edades».
Una de las dudas que surgen en estos momentos se refiere a la sostenibilidad de este modelo híbrido. En niveles educativos superiores se ha comprobado que es sostenible y así ha sido la ruta en los últimos años. «La tendencia de la educación superior es la de establecer modelos semipresenciales, llevando a la no presencialidad tareas que puedan realizarse de forma autónoma y en colaboración en la red, y a la presencialidad tareas que requieran experimentación, contacto social o profesional, y para temas complejos que sean difíciles de tratar de manera no presencial», asegura Lourdes Guàrdia.
En la formación profesional y el bachillerato se han dado iniciativas similares, pero las complicaciones aparecen cuando el ámbito es el de las etapas escolares iniciales. Entonces, como indica Guàrdia, el objetivo principal va más allá de expedir títulos y certificados académicos. «Y es por ello que renunciar a esta otra capacidad de la escuela, que da oportunidades para todos por igual, independientemente de su situación personal, contexto familiar, que les forma como personas, en valores, para poder tener una mejor calidad de vida, etc., e implementar un modelo que suponga menos horas en la escuela, les restaría oportunidades, y no sería justo ni conveniente para nuestro futuro», afirma.
¿Cómo debería ser un sistema híbrido?
Una de las observaciones que ha hecho la ministra de Educación española, Isabel Celaá, apunta a la necesidad de que esta apuesta educativa recurra a la enseñanza personalizada y la modificación del currículo, esto es, que establezca un nuevo currículo centrado en competencias.
«Si finalmente hay que implementar un sistema híbrido, habrá que revisar el currículo escolar, analizar el perfil de alumnado teniendo en cuenta su contexto familiar y condiciones de estudio en casa o en otros lugares públicos que pueda facilitar la Administración cuando no pueda tener dichas condiciones en casa», apunta Guàrdia.
Además, será preciso discernir qué recursos se utilizarán en el aula y cuáles en red y en el entorno virtual, «cómo coordinarse entre profesores para evitar solapamientos y la sobrecarga de trabajo», subraya.
«Trabajar de forma autónoma y en línea no tiene que comportar dar más tareas, quizás menos y que sean más productivas. Pero para poder llevar a cabo todo esto es necesario que el profesorado esté preparado, y en algunos casos lo está y en otros no lo está suficientemente. Quizás ahora más que nunca sería una oportunidad para introducir una forma distinta de abordar el currículo, un currículo menos fragmentado, más competencial de lo que es ahora, mediante el desarrollo de proyectos multidisciplinares, pero ello comporta una mayor coordinación entre el profesorado», estima la especialista.
Además, según Lourdes Guàrdia, «debería organizarse un sistema de atención y seguimiento más personalizado del alumnado, ya que una menor coincidencia de profesorado-alumnado podría llevarnos a un mayor fracaso y abandono escolar». «No podemos permitirnos que esto pase. Las tecnologías justamente deberían ayudar al profesorado a poder hacer mejor ese acompañamiento y personalización», concluye la experta.
Sin embargo, en los últimos meses muchos profesores han hecho un esfuerzo para empezar a dar clases a distancia mientras estaban confinados y de un modo imprevisto, por lo que necesitarán apoyos para afrontar una posible transición a un modelo mixto o híbrido. «Parte del profesorado manifiesta estos días que está saturado por la carga de trabajo, tangible y emocional, que les ha producido el elevado número de horas que han estado delante de una cámara o respondiendo mensajes de los estudiantes en tiempo real. A muchos les ha dado la sensación de que estaban dedicando 24 horas al día, 7 días a la semana, a atender a su grupo o grupos de clase, y hay que trabajar para que ello no se repita», explica Sangrà.
Por eso, agrega, es precisa la participación de personal docente de apoyo y la creación de nuevas figuras de profesorado asistente en los contextos virtuales, que tengan la realidad digital ya «interiorizada y experimentada, y es mejor si esta experimentación ya ha empezado en su formación inicial como profesores».
El catedrático e investigador del grupo EDUL@B de la UOC recuerda que existe el erróneo pensamiento de que la educación en línea es más económica al funcionar con menos recursos, pero no es así. «Si quiere ofrecerse una educación en línea de calidad, o una modalidad en línea en un contexto de presencia discontinua de calidad, hay que asumir determinados costes que son estrictamente necesarios», dice el experto.
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