Del FOMO al JOMO: el miedo a estar desconectado se convierte en felicidad por conseguirlo
La luna de miel con las redes digitales termina mientras que la desconexión gana adeptosMiramos el móvil una vez cada diez minutos, y más incluso los más jóvenes: los menores de 25 años comprueban la pantalla de su teléfono inteligente cada 7 minutos. Y no concebimos nuestra vida sin él: el 65 % de los españoles volvería a casa a por su teléfono si se lo olvidara —el 75 % si hablamos de los menores de 25 años. Son datos del estudio ¿Estamos hiperconectados?, elaborado por Ikea España hace dos años, y sus cifras dejan en evidencia que estamos enganchados al mundo virtual. Pero también muestran que empezamos a cuestionarnos si merece la pena mantenernos hiperconectados en todo momento: en Navidad, al menos dos de cada diez hogares fueron capaces de cenar sin ningún móvil sobre la mesa, una tendencia que parece ir al alza.
«Cada vez tenemos más conciencia de que el precio que pagamos por estar permanentemente conectados es muy alto, hasta el punto de que pasamos del FOMO —fear of missing out (temor a perderse algo)— al JOMO —joy of missing out (felicidad de estar desconectado)—», explica Manuel Armayones, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación y director de desarrollo del eHealth Center de la UOC. «La luna de miel que teníamos con las nuevas tecnologías se está terminando, porque las promesas que venían con ellas de mayor libertad y mayor capacidad de relacionarnos con los demás no se han cumplido, más bien al contrario», señala.
Armayones apunta varias causas para este cambio de escenario, entre ellas, el solapamiento de las distintas esferas de nuestra vida. «Hemos estirado el péndulo hasta tal punto que ahora estamos de vuelta, entre otras razones, porque se ha mezclado nuestra vida personal con nuestra vida profesional, y se han roto los límites: los jefes envían mensajes de WhatsApp a sus empleados y los incorporan a grupos, aunque no sea la vía de comunicación oficial en muchos trabajos; las parejas se escriben mensajes a la dirección del trabajo; y el compañero te manda un whatsapp para decirte que te ha enviado un mensaje electrónico. Se acaba haciendo un desbarajuste con nuestra vida. Las nuevas tecnologías y las redes sociales funcionan muy bien si nos hacen sentir bien, pero cuando no es así, nos planteamos bajarnos del carro», afirma.
Su opinión coincide con las conclusiones de un estudio elaborado por el Instituto de Investigación de la Felicidad que analizó las consecuencias de dejar de usar las redes sociales. Lo hizo por medio de una investigación en la que participaron 1.095 usuarios, y el resultado fue que quienes abandonaron las plataformas sociales durante una semana se sintieron más felices y con menos preocupaciones que quienes siguieron usándolas. En concreto, el nivel de satisfacción con su vida de los participantes que dejaron las redes creció desde los 7,56 puntos hasta los 8,12 puntos. Además, incrementaron su actividad social, y su satisfacción respecto a esta faceta de su vida subió desde los 3,86 puntos hasta los 4,08 puntos.
Para Enric Puig Punyet, profesor colaborador de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, nos encontramos en un proceso de aprendizaje y racionalización tras comprobar cómo puede afectarnos una conectividad excesiva. «Internet trató de ser verdaderamente una evolución tecnológica en tanto que proponía nuevas formas de relación técnica entre las personas bajo una nueva lógica donde la interconexión en horizontal podía ser la solución a los mecanismos de concentración de poder que siempre han imperado entre quien da y quien recibe la información. Estos discursos, según los cuales compartir información era en cierta forma una manera de poner en jaque al sistema generador de desigualdades, fueron los que supieron aprovechar las empresas que integran la construcción oligopólica GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) para construir sus modelos de negocio», señala Puig Punyet.
El profesor colaborador de la UOC añade que, contrariamente a cómo se presentaron desde el inicio, estas empresas son mayoritariamente publicitarias y para satisfacer sus propios objetivos están llevando a las últimas consecuencias la conectividad, «forzando a sus usuarios, mediante mecanismos de gratificación, a compartir y recibir información. Es lo que nos ha llevado a comportamientos adictivos respecto a los dispositivos. A medida que los años han ido pasando, la exposición continua a esta situación ha terminado por distanciar las redes sociales, y los modelos empresariales GAFA que reposan detrás de ellas, de los discursos con los que entraron en la sociedad en sus primeros años, y ha tornado más evidentes las problemáticas de llevar la conectividad digital a las últimas consecuencias. Por este motivo, tal como vaticinamos hace ya algunos años, las distintas formas de desconexión digital serán una tendencia al alza en los próximos años», advierte.
¿El fin de la hiperconectividad?
Desde hace algunos años existen hoteles y lugares de retiro cuyo principal reclamo es que en ellos no hay cobertura telefónica y tampoco acceso a internet, rincones para la desconexión digital que buscan quienes dicen estar saturados de internet. ¿Estamos ante el principio del fin de la hiperconectividad? Según Manuel Armayones, eso es lo que parece indicar la norma social. «Había una especie de norma no escrita que venía a decir que cuanto más conectados estuviéramos, más lograríamos en el aspecto profesional y más comprometidos con el proyecto de nuestra empresa estaríamos, mientras que en el aspecto privado tendríamos una vida más plena. Pero nos damos cuenta de que la gente que de verdad tiene poder puede permitirse el lujo de apagar el teléfono. La norma social va cambiando, y ahora lo in es desconectarse. Ha habido muchos ejemplos de ello entre personajes populares», señala.
Se refiere a celebridades como Justin Bieber, Ed Sheeran o Kim Kardashian, quienes se olvidaron de sus redes para desintoxicarse de ellas al menos durante un tiempo. Pero también hace referencia a gurús de Silicon Valley, entre ellos Jaron Lanier, uno de los pioneros de internet en los ochenta, quien en su libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato reflexiona acerca de la manipulación a la que asegura que estamos sometidos si nos mantenemos en las redes sociales.
Sin embargo, según Manuel Armayones, también es posible que haya futuro para todas estas plataformas que prometían ser un espacio de socialización. «Una de las cosas que puede salvar a las redes sociales e internet es que seamos capaces de utilizarlas como un instrumento para que pasen cosas reales en la vida real. La plataforma social genuina, aunque haya expertos que no la consideren red social, es WhatsApp. Permite que tengamos una interacción entre nosotros, que se elija muy bien con quién se interactúa, y, al mismo tiempo, que sea algo privado». Las cifras parecen darle la razón: el informe Digital In 2019, elaborado por We Are Social en colaboración con Hootsuite, muestra que mientras que el año pasado Facebook creció un 5 %, WhatsApp lo hizo un 15 %, con lo que reúne en la actualidad a 1.500 millones de usuarios.
«El nuevo panorama conllevará a la larga una respuesta social más plural con respecto a la utilización de las redes sociales y, en general, de las tecnologías digitales. Y será una iniciativa ciudadana, como lo está siendo, porque de una forma u otra todas las instituciones públicas y privadas habrán sucumbido a la digitalización más o menos acrítica», afirma Enric Puig Punyet.
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