22/4/20

A nuestra sociedad le interesa que se odie a los profesores: cuanto menos influencia tengan, más se tenderá al autoritarismo

Andreu Navarra. Profesor de instituto y docente colaborador del máster universitario de Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas

Foto: Adrià Navarra

Foto: Adrià Navarra

Andreu Navarra. Profesor de instituto y docente colaborador del máster universitario de Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas

 

Profesor de instituto y docente colaborador del máster universitario de Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas de la UOC, Andreu Navarra también es autor de Devaluación continua. Informe urgente sobre alumnos y profesores de secundaria (Tusquets), una radiografía del sistema educativo desde un punto de vista tan crítico como optimista, aunque parezca contradictorio. Navarra cree que en estos tiempos de confinamiento y de adaptación a la educación en línea de todos los niveles educativos, se está haciendo «lo que se puede» y que las medidas que ha anunciado el Gobierno no responden a las necesidades de la comunidad educativa. Cree que la solución a los problemas actuales es heredada de un sistema al que le urge una reforma integral que ha de abordarse con una visión largoplacista y sobre todo innovadora, ya que como dice: «El único futuro posible para este país es la innovación… pero la innovación es cara».

 

 

Profesor de instituto y docente colaborador del máster universitario de Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas de la UOC, Andreu Navarra también es autor de Devaluación continua. Informe urgente sobre alumnos y profesores de secundaria (Tusquets), una radiografía del sistema educativo desde un punto de vista tan crítico como optimista, aunque parezca contradictorio. Navarra cree que en estos tiempos de confinamiento y de adaptación a la educación en línea de todos los niveles educativos, se está haciendo «lo que se puede» y que las medidas que ha anunciado el Gobierno no responden a las necesidades de la comunidad educativa. Cree que la solución a los problemas actuales es heredada de un sistema al que le urge una reforma integral que ha de abordarse con una visión largoplacista y sobre todo innovadora, ya que como dice: «El único futuro posible para este país es la innovación… pero la innovación es cara».

 

¿Cómo se está adaptando el ecosistema educativo a la nueva situación? ¿Crees que los centros se están adaptando bien a las nuevas circunstancias?

Pienso que se está percibiendo con alarma lo que ya antes era evidente: que la educación estaba transferida a las autonomías, y ahora la sociedad civil ve como un problema la falta de directrices claras desde el Gobierno central, y sus vacilaciones. Yo veo esa variedad como una ventaja. Ahora bien, pienso que cada docente está actuando según lo que le permiten sus propios recursos, y que estos son limitados. No sabemos si los docentes lo están haciendo bien o mal, creo más bien que están haciendo lo que pueden, con directrices a veces encontradas o difusas, y sin haber podido prevenir a los alumnos. Sin poder informar de cosas como por ejemplo si habrá notas de tercer trimestre. A la espera de información veraz, la incertidumbre entre los padres debe de estar siendo considerable. 

 

¿Cómo valoras las medidas que ha aprobado el Ministerio para este curso?

Pienso que es irreal y difusa la parte que se refiere a abrir los centros en julio. ¿Qué ocurriría en esos centros, qué se impartiría, con qué programaciones y dotaciones? Si echan un vistazo a las páginas web de los sindicatos de profesores, en marzo hacía ya meses que atronaban de protestas. Algunos incluso llamaban a una huelga indefinida. Con este malestar, ¿quién iría a trabajar en julio? ¿Y en qué condiciones? ¿A 38 grados? ¿Con golpes de calor, en Sevilla o Córdoba? No hay tiempo ni dinero para dotar a miles de aulas con refrigeración, no sería saludable y hay normativas en ese sentido. Lo que también resulta extraño es que un día se anuncien esas medidas, en teoría consensuadas con las comunidades autónomas, y por la mañana algunas comunidades ya empiecen a decir que no las aplicarán. Es la fragmentación de la que hablaba al principio. Lo que echo de menos es más seriedad a la hora de hablar de estos temas. Los alumnos son personas, no rebaños; no se pueden traer y llevar sin saber qué van a hacer, por qué y para qué y quién los tutelará.

La ministra de Educación, Isabel Celaá, no habla de aprobado general, pero decir que todos los alumnos pasarán de curso, salvo excepciones, es un poco lo mismo, ¿no?

Lo que ha hecho la situación inédita actual es destapar problemas que llevan décadas sin obtener una respuesta clara del sistema. Desde que se aprobó la LOGSE (lo explica el profesor y director de instituto David Martínez Fiol), los centros están masificados e infrafinanciados. Eso produce que no se pueda repetir curso como se hacía en el pasado lejano. Lo que me sorprende de las palabras de la ministra es que señale que solo habrá repeticiones «excepcionales», porque hace décadas que solo hay «repeticiones excepcionales». Quien es profesor en secundaria asiste a cientos de reuniones de evaluación en las que los temas principales son, precisamente, que repita solo, y subrayo el solo, alumnos a quienes se prevé que van a aprovechar la repetición tanto académicamente como en lo personal. No son más que uno o dos por curso. Sin embargo, esto hace que se arrastre un problema que preocupa sobremanera a los profesores. Un problema tan grave como invisible: la «promoción automática». Promocionan sistemáticamente personas que no alcanzan los niveles mínimos de conocimientos. Sigue habiendo una minoría importante de alumnos que suspenden, no dos o tres asignaturas, sino ocho, nueve, diez… Ese el problema, la renuncia a aprender, cada vez más extendida, más allá de si se aprueba o se suspende. Niegan que las notas signifiquen algo: indican, aunque aproximativamente, si un alumno aprende o no. El problema es tanto que repitan como que promocionen, porque el problema de fondo es que no aprenden. La cuestión empieza en primaria, donde no se detectan problemas de aprendizaje cuando toca por falta de personal de psicopedagogía. Lo ideal sería que se diagnosticaran esos problemas hacia tercero o cuarto de primaria. Si no, estallan en primero de ESO, cuando ya poco se puede hacer.

Como aprueba todo el mundo, nadie se implica en el desarrollo real del alumnado. Los alumnos no es que estén desmotivados por los estudios en sí, sino que los desmovilizan las propias leyes que premian la pereza y el desprecio del saber. Esos alumnos jamás tendrán las competencias necesarias para aprobar bachillerato o una carrera universitaria. Estamos hundiendo el futuro de nuestros jóvenes, pintando un paraíso terrenal de facilidades gratuitas que no existe. La gran novedad hoy es que empieza a perfilarse un movimiento intelectual a favor del conocimiento y del enriquecimiento que supone un sistema educativo con la debida exigencia académica y bien dotado. Ha llegado la hora de abandonar la falsa pedagogía basada en dogmas fracasados que encubren la desigualdad más flagrante, reconocida por las instituciones internacionales.

Nuevos problemas de diversidad y retos democráticos como la inclusión se quedan en frases bellas desde 1990 porque no están acompañados de dotación económica suficiente ni del personal necesario para llevar a cabo las reformas que se vienen proponiendo desde entonces.

¿Crees que los alumnos, al saber que no se les va a evaluar este trimestre, bajarán su rendimiento?

Estoy comprobando que, a medida que avanza el tiempo de confinamiento, hay menos interés por entregar tareas no evaluables. Y esto a pesar de que los tutores están llamando a las familias por teléfono. Pero esto no es una novedad. Como vengo diciendo, las sucesivas leyes de educación no hacen más que desmovilizar el potencial de nuestra juventud. Parece que se busque o se desee una juventud apática, desinformada y pesimista.

¿Qué otras soluciones podría haber?

La solución pasa por la dignificación de los actos de aprender y enseñar, por el abandono del pedagogismo rígido y experimental, hijo de posturas y gestos de los años setenta del siglo pasado, para liberar al alumnado y al profesorado de la educación presente, profundamente burocratizada y deprimente. Desgraciadamente, no hay solución a corto plazo porque la política educativa está en manos de visionarios irresponsables, que no escuchan las voces de alarma. Hay que reivindicar el derecho a que nuestro alumnado disfrute de aire fresco y libertad, y a que los profesores se emancipen del burocratismo a ultranza. Alumnado y profesorado podrían disfrutar de vivencias explorativas si no les cortaran el paso los tres enemigos actuales de la enseñanza: la falta de dotación económica, las pedagogías disruptivas o vandálicas, propias de una ideología profundamente clasista y antiintelectual, y la obsesión por el control y la desconfianza —de las administraciones que sospechan de los profesores, de los profesores que desconfían de las administraciones y los padres y de los padres que sospechan de ambos—.

Ha llegado la hora de dejar enseñar y dejar aprender, de volver a poner el acento sobre el conocimiento del que se tiene que beneficiar toda la sociedad. La filosofía pedagógica y gran parte de la opinión de los profesores van en esta línea: basta de timos y basta de políticas degradantes. Son un tapón para el desarrollo libre de nuestros jóvenes.

¿Crees que esta situación está demostrando las desigualdades de la sociedad?

Esta situación ha hecho aflorar lo que ya sabíamos: los pedagogismos actuales están favoreciendo la desigualdad. No hacemos más que repetir que no se quede ningún alumno atrás, pero no pasamos de las palabras a pesar de los esfuerzos de una plantilla sobrepasada de burocracia. España es cada vez un lugar más desigual, porque hemos renunciado a un objetivo democrático estratégico: un sistema educativo bien vertebrado y académicamente fuerte. No estamos dando a los jóvenes las herramientas que necesitan para analizar su presente y construir su camino. Los estamos engañando, mediante un modelo borroso que combina la desmovilización con el estatismo social. Parece que nuestro objetivo hoy es que todo el mundo se quede en su punto de partida: en la realidad de su hogar y sin ir más allá de lo que se aprende a medias en primaria. Están llegando alumnos a primero de ESO que apenas saben leer. Obviamente, nuestro plan para ellos es que se dediquen al subempleo precario en el sector turístico.

¿Cómo se han adaptado las instituciones a la nueva situación? ¿Crees que están haciendo un esfuerzo y que está dando buenos resultados?

Pienso que lo que ha cambiado es que la preocupación que sentían los profesores por la calidad de la educación se ha trasladado a los padres, que no saben qué está ocurriendo. Las improvisaciones, la falta de coordinación, han aflorado. De algún modo ha cundido el pánico. De repente, el sistema no era tan moderno como se venía asegurando. Por este motivo, la falta de claridad y las vacilaciones no han hecho mucho bien. Ahora bien, yo he de hablar desde donde trabajo, y ya lo he escrito en algún medio: la solución a esta situación tenía que ser moderada. Es decir, tenía que combinar la continuidad del pulso del curso con el acompañamiento emocional del alumno, que no está pasando por buenos momentos. No podemos olvidar jamás que trabajamos con personas, no con productores de datos cuyo éxito necesitamos para firmar estadísticas útiles. Donde yo trabajo se ha dejado margen a la creatividad y la espontaneidad y lo he notado. Estoy contento con la reacción razonable de mis superiores.

¿Crees que la sociedad percibe el esfuerzo que están haciendo profesores y centros educativos? Son muchas las voces críticas, el WhatsApp de los padres está repleto de críticas sobre cómo se está gestionando toda la situación. ¿Crees que los docentes son percibidos como un gremio poco solidario? ¿Cómo es la imagen que está dando la comunidad?

Este es un tema que me preocupa, y que ya me preocupaba antes. Pienso que hagan lo que hagan los profesores, los van a odiar igual. Porque hay un cierto ambiente de hostilidad contra la inteligencia y la información, alentado por la política populista. Los profesores están concitando el odio antisistema, porque son la parte más débil del Estado. Los profesores no han de ser ángeles, ni demonios. Tampoco deben ser héroes (aunque yo trabajo todos los días con héroes en secundaria, nunca me cansaré de escribirlo). Lo que ha de ser un profesor es un buen profesional, una persona comprensiva y competente, con saberes que transmitir. Estos modelos suprahumanos que provienen del mundo de la empresa son falsos y dañinos. El alumnado en general no odia a los profesores; las muestras de afecto y gratitud suelen ser habituales y, por supuesto, hay padres muy preocupados por la degradación de la red pública y madres ejemplares. Esas madres sí son también heroicas. El padre que, pese a todos los obstáculos, se preocupa de la educación de sus hijos, es heroico, porque el sistema está dando una imagen lamentable. A nuestra sociedad le interesa que se odie a los profesores: cuanto menos influencia tengan, más se tenderá al autoritarismo y a las formas políticas más primitivas. Por eso las dictaduras se ensañan con los profesores. Los profesores somos incómodos, como dice Giroux, porque enseñamos a pensar y a preguntar, y eso entraña riesgos. Quien sea inmovilista y extremista verá una amenaza en un profesor, porque la educación es lo único que separa una democracia plena de un lugar asediado por el autoritarismo. El aprobado general es un desprecio al alumno y una degradación más del sistema. En general, estamos pensando poco en qué aprender y por qué. Pienso que durante este tercer trimestre el objetivo tendría que ser aprender todos lo máximo posible.

Has escrito Devaluación continua. Informe urgente sobre alumnos y profesores de secundaria, ¿por qué es necesaria una reflexión sobre el estado de la educación?

Porque hay demasiados problemas reales de las aulas reales que ni los medios suelen reflejar ni las leyes solucionan. Es más, las leyes agravan el marasmo. Una buena ley educativa blindaría el presupuesto para secundaria y universidades y dotaría al sistema público de lo que le toca. Imponer modelos de evaluación o enfoques metodológicos es malo, no porque esos modelos sean malos, sino porque son impuestos, sin tener en cuenta los factores humanos. Como padre, estoy cansado de que se evalúe a mi hijo de tonterías y de que la escuela no le aporte unos mínimos decentes propios de un país europeo. Aplicamos cataplasmas de consolación pedagógica, pero no avanzamos en la construcción de conocimientos propios, lo cual nos condena a ser una sociedad semicolonial, en la que se premia la ignorancia y el orgullo fanático, las identidades violentas y la picaresca. Como profesor, con mi libro quería transmitir un mensaje esperanzador a mis compañeros de trabajo, porque estoy convencido de que acabaremos organizándonos para echar a los visionarios y los curanderos de nuestro horizonte cotidiano.

¿Y qué conclusiones has podido extraer?

Que el problema del sistema educativo está en gran parte fuera del sistema educativo. El problema es la dejadez de los adultos. El problema son las recetas y panaceas que proponen las administraciones, desconectadas de la realidad. El único futuro posible para este país es la innovación. Y la innovación es cara. No innovaremos con fraseologías anticuadas e injertos de otras realidades sociales. Necesitamos nuestra propia ciencia, nuestros propios escritores, periodistas, artistas, biólogos y médicos. Necesitamos una sociedad científicamente informada, ni consolada con paternalismo ni educada en una falsa ética de la desmovilización y la ansiedad consumista. La escuela ha de combatir nuestras deformidades sociales, no reproducir esas deformidades y urgencias en el aula.

El libro está escrito desde el optimismo, ¿cómo ves el futuro?

El futuro puede ser prometedor si desenmascaramos a los pedagogistas y exigimos que el poder de crear y acompañar a los jóvenes resida en los profesores y en los jóvenes, ni en burócratas ni en falsos pedagogos que trabajan solo para su imagen y para su propio medro. La energía necesaria para enseñar y aprender no puede quedar malgastada, pisada por las montañas de formularios y las grandes irrealidades de las utopías pedagogistas. Todo ese marketing interno de la profesión que se lleva horas y más horas tiene que invertirse en el beneficio del alumnado, no en la humillación de los docentes. Hay que prohibir la burocracia en los centros educativos, educar para el pensamiento crítico y la libertad y desenmascarar a los profetas que no creen en el potencial de nuestros jóvenes y los insultan con sus propuestas infantilizadoras. Detrás de la nueva pedagogía, tan vieja y tan cuajada de tópicos que ya solo arranca risas y sarcasmos entre los profesores, lo que hay es un puro populismo, la titulitis en su versión más facilista. El aprobado general no es más que un aspecto más de ese populismo antiacadémico. Hay que pensar más en el aprendizaje y menos en el oportunismo.

¿Cómo valoras la introducción de las TIC en el sistema? ¿Crees que la actual situación será un empujón para incluirlas en el día a día de manera efectiva?

Como han escrito algunos especialistas en trabajo a distancia, una mera videoconferencia no es educación en línea. Las chapuzas no llevan a ninguna parte. Hay que exigir infraestructuras dignas para el trabajo presencial y el telemático, que son poderosos si se acompañan y complementan el uno al otro. Lamentablemente, creo que se acercan tiempos de recortes, de más miseria y falta de liderazgo. Hasta que la sociedad civil despierte y se harte de tanta chabacanería y vulgaridad. Decía Bertrand Russell que la democracia era imposible sin ciencia. Y la pregunta que me hago cada día es por qué se vincula en secundaria la tecnología con la banalidad y los juegos. Por qué no nos valemos de los recursos tecnológicos para la divulgación científica y la información ciudadana. La UOC demuestra que es posible investigar y transmitir aliados con las tecnologías: en secundaria, la obsesión reinante es valerse de los recursos del tramo infantil para rebajar la secundaria. ¿Y si hacemos lo contrario, e invitamos a nuestros alumnos a investigar, y ponemos herramientas decentes en sus manos? Lo que hacemos es lo que los malos padres hacen con sus bebés: ponerles un juguetito con luces en las manos o un jueguecito para que se callen, y así de paso nos ahorramos escuchar e integrar su visión del mundo, la visión de los jóvenes. Les estamos imponiendo, no ya lo que tienen que ponerse de ropa y la música que han de escuchar, sino también cómo han de sentirse. Eso es precisamente lo que significa el hecho de que se les evalúe de emociones, como la «empatía». Evaluar emociones es puro control social. Lo que hace un buen profesor es aprovechar la rebeldía de los jóvenes para aumentar su creatividad y su inconformismo.

¿Y cuáles son los retos más urgentes del sistema educativo?

Pienso que el reto más importante tiene que ver con el modelo que representamos los adultos. Si nosotros, los adultos, dejamos de degradar el conocimiento y la ciencia, si mostramos comportamientos serios, empáticos y responsables, la juventud seguirá ese camino a largo plazo. Sin embargo, me temo que actualmente los adultos estamos ofreciendo una imagen de sociedad orgullosa de ser desigual e insolidaria, que demoniza y expulsa el talento, entroniza la vacuidad y la irresponsabilidad, el sectarismo y la mentalidad del eslogan y el hooliganismo. No hay más que encender el televisor para darnos cuenta de cómo hemos degradado el espacio público. Un centro docente no es más que un espacio público, que absorbe las dinámicas de fuera y las reconduce hacia el aprendizaje. Actualmente estamos haciendo lo contrario: adoctrinar, perseguir la iniciativa creativa, y profundizar en la banalidad y el control social.

¿Qué te parece el debate sobre la escuela concertada? ¿Cómo ves este sistema que mezcla educación pública, concertada y privada?

Cualquier reforma se ha de hacer sin pisar a nadie, sin terremotos. Apoyo todas aquellas iniciativas que pasan por convertir centros concertados, que son una anomalía y un foco de clasismo, en centros públicos. Esta sociedad hace algo muy curioso: depaupera el sistema público y luego se muestra aporofóbica. El camino del futuro pasa por la dignificación del legado común, el fortalecimiento inequívoco (es decir, con presupuestos puros y duros) del sistema público.

Y sobre la enseñanza por competencias… ¿Vale para todos? ¿Cuáles son los pros y los contras?

La enseñanza por competencias es válida cuando no se implanta por decreto y provocando el caos en las instituciones. Hay grupos en los que no funciona bien, y grupos en los que es un éxito. Aquí hay algo que subrayo siempre: trabajamos para que nuestro alumnado aprenda, no para que se confirmen nuestras teorías. La asignatura que imparto en la UOC, Historia de la cultura contemporánea, está diseñada como un proyecto. En sus propuestas no conozco nada más avanzado. Literalmente enseño a construir una investigación a partir de unas informaciones e interpretaciones básicas. La asignatura en sí es un proceso de construcción, y algunos de los resultados los he mandado a publicar a revistas. Los alumnos se ven a sí mismos preparándose para empezar a publicar, reunir bibliografía, entrenarse en el comentario profesional de la cultura. Es un éxito, porque la asignatura se gradúa y se actualiza cada seis meses, porque está viva. Otras experiencias en secundaria nacen muertas, porque llega un señor con poder y te exige que sigas un formulario de ochenta folios, cuyas actividades sumen a los grupos en la ansiedad y la desmovilización. Confío en la adecuación al alumno y en los equipos docentes vivos, con una idea clara de que los conocimientos son importantes, y no tanto en los metacódigos, los lucimientos y los alardes gratuitos. Estamos al servicio del alumnado, y no al revés.

Hay voces que hablan del peligro de eliminar del todo las clases magistrales… ¿Qué opinas?

Hay que eliminar la clase magistral mala, pero la clase magistral buena proporciona experiencias únicas a alumnos y profesores. Porque genera debates, porque a veces se puede estimular la participación de los que siempre callaban, porque ven que sus pensamientos y experiencias valen. Una vez, en mis prácticas como profesor en ciernes, asistí a una clase espeluznante, en la que un docente habló maquinalmente una hora de reloj sobre el siglo xvii mirando a una ventana. Nos dormimos todos. Pero una clase magistral de un auténtico maestro, transmisor de sabiduría, es un tesoro. A veces, en los cursos de formación, resulta ridículo escuchar una perorata contra la clase magistral… mediante una clase magistral grabada en vídeo. En realidad, todas estas persecuciones y demonizaciones resultan cansinas, tópicas e inútiles. Deberes: ¿sí o no? Pues dependerá de lo que más aproveche a un grupo concreto, y de si resultan segregadores o no. Tecnologías: ¿sí o no? Igualmente: como herramientas, sí; como fines impuestos, no. Exámenes: ¿sí o no? Si sirven al aprendizaje, sí; si son meros trámites o barreras, no. Lo que no resulta muy útil es dar vueltas a los mismos temas una y otra vez.

El enemigo es la rutina, los dogmas son enemigos de la enseñanza. Las clases magistrales dignificadoras son necesarias en unos contextos, en otros hará falta otro abordaje igualmente útil. La enseñanza ha de estar viva, no puede confiarse ni burocratizarse. Unos tipos de clases no excluyen a otros, hay que abandonar el pensamiento binario y excluyente. Lo único realmente malo es imponer un modelo único, representativo de un pensamiento único.

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