El número de cooperativas de consumo agroecológico aumenta un 58 % en Barcelona en la última década
En la ciudad, 1.420 familias de un total de 57 organizaciones consumen productos responsablesUna investigación muestra un mapeo de estos grupos de consumo en Barcelona desde el año 1993
Un estudio ha analizado la transformación de las cooperativas de consumo agroecológico tradicionales en Barcelona fruto del impacto de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). El trabajo, una tesis doctoral del investigador de la UOC Ricard Espelt, muestra un mapeo de los grupos de consumo agroecológico en la ciudad de Barcelona desde el nacimiento de la primera cooperativa, Germinal, en 1993. Las conclusiones revelan que el número de estas organizaciones ha pasado de 36, en 2009, a las 57 actuales ―un incremento del 58,3 % en diez años―, y que la tecnificación de la gestión y la comunicación de estas iniciativas puede favorecer su capacidad de crecer de forma sostenible.
La investigación aborda este tipo de consumo de alimentos frescos, de proximidad, en un contexto en el que España importa de media unos 25.483 millones de toneladas de alimentos de largo recorrido, con un impacto medioambiental de 4.212 toneladas de CO2 al año. En Barcelona, una ciudad con una trayectoria del cooperativismo de 25 años, existen 1.420 unidades familiares―unas 4.500 personas― que consumen alimentos de proximidad por medio de estas organizaciones. «En los barrios de Gràcia y el Poblenou es donde hay más personas asociadas en este tipo de iniciativas», apunta Espelt, miembro del grupo de investigación DIMMONS del instituto de investigación IN3 de la UOC.
Los resultados del estudio determinan que el modelo tipo de grupo o cooperativa de consumo en Barcelona es una organización de menos de 25 familias, constituida como una asociación y con un alto nivel de cumplimiento de los valores que promueve la agroecología y la economía social solidaria (ESS), es decir, el cooperativismo agroecológico. «Conecta con la agroecología porque, además de fomentar una producción con un aprovechamiento óptimo de los recursos naturales y sin productos químicos sintéticos u organismos modificados genéticamente ―como lo hace la ecología―, también se preocupa por el impacto social y político de la producción de alimentos», explica el investigador. Y comparte las características de la ESS, añade el experto, porque es una organización situada fuera del sector público, que se gestiona democráticamente, que defiende la igualdad de derechos y obligaciones de sus miembros y que participa del mercado en cuanto que instrumento al servicio del bienestar de todas las personas.
Este tipo de cooperativas mantienen un estrecho vínculo con los circuitos cortos de comercialización porque cumplen los requisitos de proximidad y desintermediación de los productos consumidos. La distancia geográfica media de los proveedores de las cooperativas en Barcelona es de 278,7 km respecto a los 3.827,8 km de media en los que se sitúa el consumo de productos alimentarios de la ciudadanía española. El consumo de productos que vienen directamente del productor es del 90,7 %. Esto, según Espelt, muestra «un fuerte compromiso con la producción local».
Para el investigador, las organizaciones estudiadas contribuyen a incrementar la concienciación de la importancia de la soberanía alimentaria y del fin de la sociedad campesina en Cataluña, que, con la desaparición constante de pequeñas y medianas fincas agrícolas, tiene una tendencia muy aguda. «Tienen la voluntad de promover un consumo local, autosuficiente y alejado de los mercados globales. Su lucha contra el cambio climático las sitúa en comunión con otros movimientos de carácter global, como la red de ciudades en transición, que tiene un fuerte arraigo en Reino Unido», apunta.
El estudio identifica que las organizaciones que funcionan con personas liberadas, con retribución económica, tienen un potencial más amplio en relación con el número de personas asociadas que las que funcionan solo mediante el trabajo de voluntariado. «Los datos obtenidos en esta investigación apuntan a que estos grupos tienen una capacidad para escalar el impacto del cooperativismo agroecológico más evidente que el resto», remarca el investigador.
Consumo y compromiso político
Espelt corrobora en su trabajo que el cooperativismo tiene un fuerte componente activista y urbano. Durante el movimiento 15M ―en el que se crearon diez grupos de este tipo de consumo―, hubo un proceso de autoafirmación de la condición de activista de las personas que formaban parte de las cooperativas y una fase óptima para explicar los valores y el funcionamiento de sus organizaciones a otros vecinos y vecinas del barrio, lo que mejoró el arraigo de estas personas con el entorno más cercano. «A pesar de que sus índices de participación en movimientos sociales son bajos, en el plano individual son altos».
Además, la adopción de las TIC por parte de estas organizaciones, además de facilitar la transformación de su modelo organizativo en cooperativas de consumo agroecológico de plataforma, tiene relevancia en la acción política. «La cooperativa tradicional tiene unos niveles bajos de compromiso social y de incorporación de las TIC, así como una participación individual moderada; la cooperativa en red añade un compromiso social y un uso de las TIC más elevados, y el activista suma a la vinculación de grupo otra individual mucho mayor», remarca.
A la hora de evaluar el tipo de tecnología utilizada y su correspondencia con el procomún digital, la investigación observa la distancia que existe entre los valores que promueve el cooperativismo agroecológico y las herramientas con más uso. Más de la mitad de estos colectivos utilizan los servicios ofrecidos por Google ―software de licencia propietaria―, mientras que, en paralelo, se ha desarrollado software en el marco del procomún digital ―Katuma es la iniciativa más destacada.
El experto, por concluir, destaca las tres diferencias significativas respecto a los modelos tradicionales de cooperativismo de los siglos XIX y XX. En primer lugar, la tecnificación de la gestión y la comunicación pueden favorecer la escalabilidad y reproductibilidad del modelo. En segundo lugar, se crea un círculo virtuoso en la esfera de los valores, dado que la tecnología utilizada, basada en el procomún digital, obedece a los mismos objetivos sociales que la misión fundacional de las cooperativas y los grupos de consumo. Y, finalmente, la tecnología y el modelo de red resultante también las acerca a otras organizaciones y redes de activismo político, con las que se interrelacionan, colaboran y se funden en una red de redes tecnopolítica en la que las fronteras de las instituciones y el activismo individual se difuminan. Por todo ello, este nuevo tipo de organizaciones se denominan cooperativas de consumo agroecológico de plataforma.
Un relato colectivo sobre la historia del cooperativismo agroecológico en Barcelona
La tesis doctoral ha sido el punto de partida e inspiración para la edición, junto con Núria Vega, del ensayo Cooperativisme i agroecologia a Barcelona, un relato impulsado por la Fundación Ideograma y publicado por la editorial Comanegra en el que han participado gran parte de las cooperativas y los grupos de consumo de la ciudad. El libro permite reconocer la trayectoria del movimiento y contextualizarlo en cada uno de los barrios por medio de las aportaciones de Álvaro Porro, comisionado de economía social y desarrollo local y consumo del Ayuntamiento de Barcelona; Miquel Vallmitjana, del colectivo La Repera, y Adrià Martín, Gemma Flores-Pons y Patrícia Homs, de la cooperativa L'Aresta. La obra también pone un foco especial en el tratamiento gráfico ―con fotografías de Alejandro Marí y Jordi Plana Pey― y poético ―mediante los versos de Gustavo Duch.
El conjunto de este trabajo permite reconocer la larga tradición del cooperativismo agroecológico en la ciudad de Barcelona y significar cuáles son las claves para su transformación en la era digital.
Expertos UOC
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