«Las sociedades occidentales no están muy receptivas a la aceptación de refugiados»
Víctor M. Sánchez, director del máster universitario de Derechos Humanos, Democracia y Globalización
Víctor M. Sánchez, director del máster universitario de Derechos Humanos, Democracia y Globalización
Víctor M. Sánchez, doctor en Derecho por la Universidad de Barcelona (2003) y director del máster universitario de Derechos Humanos, Democracia y Globalización de la Universitat Oberta de Catalunya, acaba de publicar Migraciones, refugiados y amnistía en el derecho internacional del Antiguo Oriente Medio, II milenio a. C. (Tecnos). Para el doctor Sánchez, experto en derecho internacional, «no hemos cambiado tanto en términos humanos y la experiencia histórica, el único laboratorio social del que disponemos, no ha servido para aprender lo suficiente. Las mismas situaciones sociales conducen una y otra vez a idénticos desastres». Hoy, las miradas de las personas de Siria, Sudán o Afganistán nos recuerdan que son más de veintitrés millones de refugiados en el mundo y cerca de trescientos millones de migrantes. Un drama de grandes dimensiones.
Víctor M. Sánchez, doctor en Derecho por la Universidad de Barcelona (2003) y director del máster universitario de Derechos Humanos, Democracia y Globalización de la Universitat Oberta de Catalunya, acaba de publicar Migraciones, refugiados y amnistía en el derecho internacional del Antiguo Oriente Medio, II milenio a. C. (Tecnos). Para el doctor Sánchez, experto en derecho internacional, «no hemos cambiado tanto en términos humanos y la experiencia histórica, el único laboratorio social del que disponemos, no ha servido para aprender lo suficiente. Las mismas situaciones sociales conducen una y otra vez a idénticos desastres». Hoy, las miradas de las personas de Siria, Sudán o Afganistán nos recuerdan que son más de veintitrés millones de refugiados en el mundo y cerca de trescientos millones de migrantes. Un drama de grandes dimensiones.
En un mundo globalizado, hoy, el conocimiento, la información, el capital fluyen. ¿También las personas?
Los flujos migratorios humanos son muy antiguos: tenemos registros escritos desde hace cuatro mil años, aunque son muy anteriores. Pero hoy los volúmenes son superiores a los de cualquier otro periodo de la historia. En el año 2000 se desplazaron fuera de su lugar de origen 155 millones de personas, un 2,8 % de la población. En el año 2015 hubo unos 244 millones de personas migrantes, un 3,3 %.
¿Cómo se explica este aumento?
No hay una sola causa. Podemos hablar de factores técnicos relativamente novedosos: cada vez es más fácil moverse y hacerlo con más eficiencia. También las TIC facilitan ese movimiento: es más sencillo decidir dónde y cómo se va, crear redes familiares de acogida, etc. Incluso, ahora, con un móvil o un televisor conectado por satélite, se reduce la distancia sicológica entre el espacio sociocultural en el que se vive y aquel al que se quiere partir. Pero hay otros factores que, desde la antigüedad, empujan al ser humano a reactivar su impulso nómada: económicos, las desigualdades sociales, la huida de mundos con excesivo apego a la tradición, la minorización política en los lugares de origen, las guerras, los desastres naturales...
¿Podemos aprender de aquellos primeros movimientos migratorios?
Allá donde hay una necesidad vital no cubierta emerge el instinto de huida. Nos movemos desde que el primer Homo sapiens puso los dos pies sobre la tierra y levantó la cabeza para poder mirar más allá de la copa de los árboles. Y seguramente esos movimientos migratorios han sido siempre conflictivos. Cuando empiezan a emerger los estados territoriales, hacia el II milenio a. C. en el antiguo Oriente Medio, se escriben tratados entre estados en los que se regulaban esos flujos para impedirlos. Normalmente, creaban una obligación de captura y entrega de los migrantes o refugiados hacia su estado de origen. Quizá el aprendizaje más importante es que la variable más relevante en la regulación de los flujos migratorios es el valor económico que se traslada a cada individuo, no tanto su valor moral. En aquellas épocas tener mucha población, especialmente mujeres, era un factor determinante del poder del estado. Ahora la migración normal, es decir, la de personas con baja cualificación profesional y escasa riqueza, genera el efecto contrario: son vistos como un coste para el estado de origen y el receptor. Por eso, unos no hacen nada para retenerlos en sus fronteras, y los otros dificultan al máximo el acceso a sus territorios. Nada impide hoy en el mundo desarrollado la entrada de gente con cualificaciones especiales, porque se los considera económicamente como un activo productivo.
Siria, los Balcanes... nos traen a casa la guerra y el drama que viven tantos seres humanos. Miles caminando por vías o en pateras... ¿Qué le hacen pensar esas imágenes?
En primer lugar, me hacen recordar que hay unos veintitrés millones de refugiados en el mundo, y que la causa principal de esos dramas personales y colectivos es últimamente siempre la misma: los conflictos dentro de los estados, las guerras civiles, los movimientos de secesión. Siria, Afganistán, Sudán del Sur, Somalia, Sudán, la República Democrática del Congo, Eritrea, Burundi... La comunidad internacional, y también las sociedades nacionales, deberían hacer todo lo que estuviera en sus manos para prevenirlos y evitarlos... Ya pasó lo mismo en las guerras internas entre griegos en los siglos vi a iv a. C. (las guerras sagradas, la guerra del Peloponeso, la guerra civil de Atenas en el 404 a. C., etc.). Generaron miles de exiliados y refugiados por toda la Hellas y en sus márgenes exteriores (Lidia, Persia). No hemos cambiado tanto en términos humanos, y la experiencia histórica, el único laboratorio social del que disponemos, no ha servido para aprender lo suficiente. Las mismas situaciones sociales conducen una y otra vez a los mismos desastres.
La crisis de los refugiados nos movió, y mucho. Hoy el tema no parece existir.
Lo que es «noticia» lo seleccionan los medios de comunicación, que cumplen un papel esencial como guardianes del derecho a la información pero que, obviamente, también están sometidos a las reglas del mercado o de la política. El mundo es tan humano como yo, o como el que lea esto, y, como todo lo humano, tiene virtudes y defectos. Por suerte, de prestar asistencia a los refugiados no se ocupan los periodistas. Si así fuera, ahora no tendríamos ningún problema que resolver. Sin embargo, ahí siguen. Por fortuna, los estados, con todos sus defectos, han creado instituciones internacionales como el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados o la Organización Internacional para la Migración, que, junto con otras entidades centenarias de base social como la Cruz Roja Internacional, llevan a cabo una tarea constante, continua, no siempre suficientemente reconocida y muchas veces poco financiada, para gestionar los peores efectos de estas situaciones.
El sistema de cupos en Europa, el sistema de méritos en Estados Unidos..., ¿cómo podemos hacer una gestión humana y efectiva de esta situación?
Aunando realismo con sentido de humanidad. Pero no con lo uno y sin lo otro. Hay que descartar que nadie vaya a imponer a un estado cuántos inmigrantes va a recibir. Otra cosa son los refugiados o las personas necesitadas de protección internacional porque sus vidas corren peligro. Es ahí donde se debe exigir más a los estados occidentales, sobre todo porque la mayor parte de los refugiados permanece en los estados limítrofes al de salida (Turquía, Líbano, etc.). No hay que minusvalorar tampoco que las sociedades occidentales no están hoy por hoy muy receptivas a la aceptación de refugiados, por desgracia, y eso limita la acción de cualquier gobierno que quiere ser reelegido. Que se lo pregunten a Angela Merkel en Alemania. Por eso, mientras se crean mejores condiciones para la recepción de refugiados en nuestros países, hay que valorar también positivamente que se incrementen los recursos hacia los principales países de acogida de los refugiados.
¿Dónde están los límites? El muro de Trump, la valla de Melilla...
Los únicos límites legales exigibles, bajo estándares internacionales, son asegurar que las devoluciones se hacen de modo correcto, esto es, tramitando solicitudes de asilo cuando es pertinente, asegurando asistencia jurídica a los que pasan antes de proceder a su devolución, tratando cada caso individualmente, asegurando que las condiciones de esas vallas no ponen en peligro de forma innecesaria la integridad de las personas que quieren cruzarlas, y garantizando un trato humanitario a todas esas personas en tránsito, tengan o no después el derecho a permanecer en el país de destino, prestando especial atención a las condiciones de acogida y tratamiento de los niños menores inmigrantes acompañados o no, y también a las mujeres, siempre en situación más vulnerable en este fenómeno. Por cierto, el muro entre Estados Unidos y México no es del mandato de Trump. Lo empezó a construir el presidente demócrata Bill Clinton en 1994. Y Obama tiene el mérito de haber sido el presidente de Estados Unidos que más inmigrantes ilegales ha expulsado: casi tres millones.
El trato a la inmigración, ¿una cuestión de ideología política?
Cualquiera que retrate los problemas de los flujos masivos de personas a través de las fronteras como una cuestión de derechas o izquierdas, o modernidad frente a conservadurismo, está realizando juicios llevados por el mero oportunismo político. Las salvajes cuchillas afiladas que recubrían la parte alta de una de las vallas de Ceuta y Melilla las instaló Zapatero en 2005...
La sociedad civil, ciudadanos y ciudadanas, ¿qué papel podemos desempeñar?
A estas alturas es muy difícil saber con certidumbre a qué nos referimos cuando hablamos de sociedad civil. ¿Sindicatos, organizaciones no gubernamentales, fundaciones? La realidad demuestra que estas formas institucionalizadas de acción social han sido cooptadas por partidos políticos o administraciones, así que, en general, con honrosas excepciones, su punto de vista acaba estando muy condicionado por los partidos o administraciones de las que son tributarias. Actúan o callan de modo excesivamente selectivo. Esto afecta a su reputación y credibilidad. No han logrado, en realidad, ser auténticos representantes de la sociedad civil, puesto que sus finanzas no se basan fundamentalmente en las cuotas de los socios, ciudadanos preocupados por mejorar la sociedad que los rodea, sino en uno u otro modo de subvención pública. Por supuesto, hay asociaciones serias, no cooptadas políticamente, para canalizar el apoyo financiero y humano de esa conciencia humanitaria genuina de los ciudadanos: Unicef, ACNUR, Médicos sin Fronteras, Amnistía Internacional, etc. Más allá, nos encontramos con mecanismos de acción parapolítica de escasa autonomía financiera y, por consiguiente, con poca independencia para la fijación de sus objetivos. Actúan como las iglesias cuando hacen acción social: no hay ánimo de lucro, pero sí vocación de captación de fieles, esto es, de votantes futuros. Eso no es necesariamente malo, solo que con respecto a las iglesias o confesiones hay más transparencia en cuanto a sus fines.
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Redacción