Número 95 (enero 2020)

¿Te gusta conducir?

Lena Silva Martínez

Hace algo más de un año, circulaba por la vida con el piloto automático activado. Tenía trabajo, pareja y lugar de residencia estables. A nivel profesional, sobre todo, hacía más de dos años que trabajaba en la misma empresa y ya me conocía todos los protocolos de actuación. Me di cuenta de que necesitaba un reto, algún imprevisto que trastornara la rutina y me hiciera coger, de nuevo, el volante: ¿qué tal, por ejemplo, un máster en la UOC?

Aunque la automatización de tareas nos haya permitido avanzar a unos niveles y a una velocidad casi inimaginables, la importación de esta automatización a la esfera personal causa, seguramente, más estragos que beneficios. En concreto, me refiero al piloto automático que tantos hemos activado en un momento u otro para navegar en esta vida. El que fomenta una sociedad acomodada y anestesiada, en que la comodidad es prioritaria y las alteraciones de aquello que damos por conocido son consideradas inconvenientes, más que oportunidades para poner atención y conciencia a todo aquello que hacemos.

 

Fue a principios de septiembre de 2018 cuando finalmente me di cuenta de que hacía meses que no era yo quien guiaba el recorrido de mi vida, sino que era el piloto automático. Tuve la certeza de que había que hacer algo: empecé pensando qué me gustaría cambiar y acabé haciendo la propuesta de matrícula en el Máster Universitario de Estrategia y Creatividad en Publicidad, que empezaba un mes y medio más tarde. Mejorar mi currículum añadiendo un máster era una posibilidad que había considerado desde que acabé la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas. Sin embargo, después de trabajar durante unos cinco años, el hecho de parar mi trayectoria profesional y comprometerme a seguir unos estudios presenciales o con horarios específicos no me parecía una idea atractiva y, por eso, pensé que la UOC era la mejor opción. Así pues, en octubre de 2018 empecé el curso académico con mucha ilusión.

 

Compaginar los estudios del máster con mi trabajo a tiempo completo en una agencia de publicidad durante nueve meses no fue fácil. O sí que lo fue, depende de cómo se mire. Me explico: poder mantener el trabajo mientras estudiaba, poder elegir cuántas horas dedicar a cada trabajo, poder decidir en qué momento del día leer los textos recomendados, poder acceder a una biblioteca en línea a todas horas, poder resolver dudas con un simple correo electrónico, poder seleccionar cuántas asignaturas cursar y a qué ritmo, o poder estudiar en mi idioma desde Singapur fue facilísimo; fue tener la libertad y la flexibilidad que cualquier estudiante querría. Lo que no me resultó tan fácil fue reencontrar todos los valores y las aptitudes que el piloto automático había atrofiado a lo largo de los años anteriores: la dedicación para leer y subrayar durante los trayectos en transporte público, la voluntad para aprovechar cada minuto de los fines de semana y festivos, la perseverancia para sentarme y teclear a los anocheceres después de la jornada laboral, la motivación para llevar siempre una libreta arriba y abajo y apuntar cada idea, la diligencia para organizar el tiempo de forma eficiente, el esfuerzo para priorizar entre la lista de cosas que hacer y la determinación para seguirla, pero, sobre todo, la fe para creer que todo valdría la pena. Sin embargo, las notas y los comentarios de los profesores después de las entregas reafirmaban mi decisión de haberme adentrado en esta carretera que es el Máster Universitario de Estrategia y Creatividad en Publicidad, me hacían apreciar cada curva y me hacían dar cuenta del valor de haber vuelto a conducir.

 

Siguiendo con la metáfora de la carretera, pienso en un libro que he leído hace poco. Lo que decía el autor es que cuando llevamos puesto el piloto automático no resulta muy agradable que el asfalto esté lleno de baches, pero cuando somos nosotros quienes guiamos el volante, un camino de tierra nos parece entretenido y pone de manifiesto nuestras mejores habilidades –y, si no, que se lo pregunten a los conductores de rally–. En definitiva, los momentos en que desactivamos el piloto automático y dirigimos conscientemente nuestra vida son los que recordaremos con más afecto, los que nos permiten crecer y descubrir de qué somos capaces y los que más satisfacción generan a largo plazo. Así, después de clicar el botón y enviar la última entrega del curso, un sentimiento de autorrealización y desempeño intenso y extraordinario me recorrió cada rincón del cuerpo. Mucho más que cuando acabé la carrera en 2012, porque, durante este máster, yo había sido ama de todo –con las fechas de entrega como única excepción–. Ahora me doy cuenta de que, quizás, las clases presenciales, el hecho de ver a los compañeros cada día o los horarios obligatorios de las universidades convencionales generen un hábito, una cierta inercia que, en el fondo, no es más que un piloto automático. Y reconozco que no está nada mal, porque, seguramente, todos pensamos en nuestra época universitaria con una sonrisa. Lo que quiero decir es que, completando estos estudios en la UOC, tuve la posibilidad de coger el volante, de decidir por dónde circular y de aprender a sortear trabas a medida que hacía camino. Me di cuenta de que el piloto automático, a pesar de que puede ser muy útil a veces, no es del todo enriquecedor y haría falta que todos lo apagáramos de vez en cuando. Si no lo hubiera desactivado, quizás no hubiera recordado nunca que, haciendo referencia a una de las piezas más memorables de la industria publicitaria, sí, me gusta conducir.

 

Cita recomendada

SILVA MARTÍNEZ, Lena. ¿Te gusta conducir? COMeIN [en línea], enero 2020, no. 95. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n95.2006

publicidad;  comunicación y educación;  creatividad; 
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