“Andalucía ha dado un salto adelante en estabilidad y confianza.” Lo dice el presidente de esta comunidad autónoma tras conseguir la aprobación de los presupuestos previa entente con Vox. A su vez, el presidente de Extremadura asegura durante su discurso de toma de posesión que, en las pasadas elecciones autonómicas, los extremeños le han otorgado "una enorme confianza".
Tras reunirse en Waterloo durante cuatro horas, los expresidentes de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont i Artur Mas declaran que necesitan “incrementar la confianza recibida”. Por su parte, la portavoz del PSOE en el Congreso justifica la falta de acuerdos con Unidas Podemos apuntando que, “en una negociación, lo fundamental es la confianza y la sinceridad”.
El ministro de Ciencia, Innovación y Universidades garantiza que la Agencia Estatal de Investigación velará para que haya regularidad en todas las convocatorias, de modo que se genere "una nueva relación de confianza" con los investigadores. Mientras, el conseller de Interior de la Generalitat de Catalunya expresa su “confianza absoluta” en el cuerpo de bomberos durante las labores de extinción del incendio que asuela la Ribera d’Ebre.
Todas las declaraciones precedentes, extraídas de la prensa durante estos últimos días, evidencian el protagonismo que dan los políticos al concepto confianza. Paradójicamente, la confianza de la ciudadanía tiende a resultarles bastante esquiva.
De acuerdo con Maister, Green y Galford (2001), la confianza es un compendio de al menos tres atributos: credibilidad, fiabilidad e intimidad. Aunque estos autores se centran específicamente en la confianza como cualidad requerida para el ejercicio de las labores de asesoría o consultoría, por extensión aluden genéricamente a la asunción de responsabilidades de liderazgo. Sus aportaciones, pues, son perfectamente extrapolables al ámbito de las relaciones que un líder político establece con sus eventuales votantes.
Podemos definir la
credibilidad como la cualidad de una persona, marca u organización que predispone a sus públicos a considerar verdaderos los mensajes que emite. Cuando las proclamas de un candidato en un debate electoral son cuestionadas por el más elemental ejercicio de
fact-checking, cuando las promesas de no establecer alianzas postelectorales con un adversario se las lleva el viento si ello permite alcanzar el poder y cuando el programa electoral se convierte en un mero brindis al sol durante los cuatro años de legislatura, la credibilidad se resiente.
La fiabilidad, a su vez, es definida por el DRAE como “probabilidad de buen funcionamiento de algo”. Si pasa el tiempo sin que se produzcan avances significativos en la resolución de los problemas que preocupan realmente al ciudadano, la fiabilidad del gobernante cae en picado.
La intimidad, por último, está vinculada a la proximidad. De ahí que, durante la campaña electoral, los candidatos se paseen compulsivamente por los mercados o por cualquier otro espacio que les permita mostrarse cercanos a los votantes. Si tras las elecciones el político vuelve a encerrarse en su torre de marfil, ajeno al día a día de sus conciudadanos hasta el punto de ignorar lo que cuesta un café o un billete de metro, la intimidad se desvanece.
Los citados Maister, Green y Galford aportan una fórmula que permite medir la confianza: la denominada ecuación de la confianza (EC). Esta fórmula incluye los tres factores antes mencionados –credibilidad, fiabilidad e intimidad– y añade un cuarto elemento: la orientación a uno mismo. De este modo, la fórmula se expresaría así:
Cuanto más centrada en sí misma está una organización, menos confianza genera en sus públicos. Por ello este último elemento actúa como divisor en la ecuación.
Cuando un partido está más focalizado en resolver conflictos internos que en solventar los problemas de la ciudadanía, este divisor se dispara y, en consecuencia, la confianza se ve diezmada. Lo mismo ocurre cuando los intereses del partido prevalecen sobre los intereses del país o cuando los personalismos pesan más que la voluntad de propiciar el bien común.
Maister, Green y Galford proponen cuantificar los tres elementos positivos de la ecuación en una escala del 1 al 10 y luego sumar los valores obtenidos. El resultado de esta suma debe dividirse después por el valor asignado a la orientación a uno mismo. Un valor mínimo (igual a 1) en la variable de orientación a uno mismo permite mantener incólume la suma (hasta un máximo de 30 puntos) de las variables que actúan como dividendo. Cualquier valor superior a 1 en orientación a uno mismo (el divisor) comporta disminuir significativamente el valor final de la confianza.
Te invito a poner a prueba esta fórmula con tu formación política preferida y con la que más detestas. ¿Confías realmente en alguna de las dos?
Para saber más:
Maister, D. H.; Green, C. H.; Galford, R. M. (2001). The trusted advisor. New York: The Free Press.