Recuperemos a
George Orwell. O más bien recuperemos una de sus obras. Cuando encuentres tiempo para hacerlo, no dudes en dar un repaso concienzudo, con lápiz y papel para tomar buena nota, a su obra magna
1984, ahora te invito a
recordar Rebelión en la granja. No el libro en sí, clásico donde los haya y disponible en todas las bibliotecas del mundo, sino la adaptación animada de
1954 de
John Halas i
Joy Batchelor.
En 1951, Halas y Batchelor recibieron el encargo de adaptar la obra de
Orwell, contundente sátira contra el estalinismo hecha desde una inequívoca posición de izquierdas. La historia oficial relataba que el productor estadounidense
Louis De Rochemont poseía los derechos de adaptación de la novela de
Orwell y realizó el encargo a los animadores británicos. La verdad, sin embargo, es algo más novelesca y estuvo oculta hasta 1974: la auténtica fuerza promotora de la adaptación de Rebelión en la granja fue la CIA, como explicó el agente
Everette Howard Hunt en su libro
Undercover:
Memoirs of an American Secret Agent, y como muy bien detalla
Daniel J. Leab en
Orwell subverted: The CIA and the filming of Animal Farm (Penn State Press, 2008).
Hunt, que formaba parte de la unidad de guerra psicológica de la CIA, obtuvo los derechos de adaptación de la novela de Orwell de la viuda del autor. Según sus memorias, fue el propio Hunt quien eligió como productor de la película a De Rochemont, y juntos decidieron utilizar el estudio de animación Halas y Batchelor, impresionados por sus películas de propaganda de guerra y por sus anuncios para los cereales Kelloggs. Años más tarde, Vivien Halas, la hija de los directores afirmó que no creía que sus padres hubieran estado al tanto de participación alguna de la CIA en el momento de la producción, algo que también sostiene Howard Whitaker, uno de los animadores que trabajaron en la producción, en el documental Down on Animal Farm, episodio de la serie Stay Tooned! incluido en los extras de la edición conmemorativa del 60 aniversario de la película.
De hecho, las motivaciones de Halas y Batchelor para emprender la producción de la película eran simples: en primer lugar, Batchelor, como ciudadana británica educada, era conocedora y admiradora de la obra de Orwell; en segundo lugar, Halas, húngaro de origen, no era especialmente afecto al régimen de Stalin en la Unión Soviética. Además, después de tanto tiempo realizando películas publicitarias y propagandísticas, ambos consideraban que había llegado el momento de realizar una obra mayor, basada en un referente de prestigio, y que además iba a ser el primer largometraje de animación británico de la historia. A lo largo de la producción, la historia sufrió algunos cambios respecto de la trama original de la novela, algunos promovidos por los creadores, otros sugeridos por De Rochemont a instancias de los auténticos promotores del proyecto. Muy criticado en su momento fue el cambio del desenlace de la historia, que en la obra original de Orwell es sombrío y desesperanzado y que en la película anuncia un futuro de auténtica libertad para los animales.
A pesar de ese origen
poco noble,
Rebelión en la granja no es una película de propaganda política. Precisamente porque habían trabajado en el campo del cine gubernamental,
Halas y Batchelor supieron separar su película del panfletismo y le insuflaron alma creativa y un verdadero espíritu humanista. Halas insistió en crear una película para todos los públicos —aunque el resultado final era netamente adulto— cuya fuerza satírica sigue vigente.
Rebelión en la granja recoge lo bueno del estándar de la animación
Disney —que Halas y Batchelor usaron a conciencia— para darle una vuelta y
ofrecer una película original, abundante en soluciones de narración visual de gran poder expresivo y en grandes diseños de personajes. Aun hoy, el primer largometraje de dibujos animados realizado en Gran Bretaña merece la consideración de clásico al margen de cualquier origen dudoso.
Y en él, sigue resonando con fuerza la voz de George Orwell, que continúa hablando de los días que nos han tocado vivir.