Si duermes siete horas diarias, bailas o practicas deporte, tienes un perro, cultivas tus amistades y comes mucha verdura, con algo de suerte vivirás un promedio de 83 años, lo que equivale a 1.000 meses, 4.000 semanas o 28.000 días. Desde la perspectiva de la esperanza de vida podemos sentirnos afortunados: somos el doble de longevos que nuestros antepasados hace tan solo un siglo; vivimos más y en muchos aspectos posiblemente mejor… ¿Pero significa eso que tenemos más tiempo?
En las urbes modernas, globales y tecnológicas el tiempo pasa muy rápido. La sociedad del conocimiento y la economía digital han supuesto, para la mayoría de las personas, una creciente sensación de aceleración e hiperactividad. La multiplicación y superposición de tareas, la necesidad de gestionar enormes flujos de información o la creciente porosidad entre tiempo de trabajo y tiempo libre son solo algunas de las muchas dinámicas de la vida moderna que nos colocan ante una abrumadora reconfiguración del paisaje social del tiempo.
En ese contexto no es sorprendente que las estrategias de gestión del tiempo emerjan como la nueva meca de los gurús de la productividad. La era del multitasking i de las speed-dating, es también la de los blogs y apps que nos ayudan a trabajar más rápido, a aprender más rápido e incluso a “ligar” más rápido. Pero si tenemos a nuestro alcance tantos recursos, herramientas y conocimiento para gestionar mejor el tiempo, ¿por qué sigue siendo tan difícil hacerlo?
Para algunos, parte del problema reside en la explosión de bienes y experiencias que actualmente tenemos a nuestro alcance. Cuando hay tanto que elegir, es natural sentir que nos falta tiempo para hacer realidad tantas posibilidades. El exceso de actividad y la multiplicación de oportunidades de consumo tensionan nuestra percepción del tiempo: cuando constantemente tenemos que enfrentarnos a elegir entre una gran cantidad de opciones como qué comprar, qué mirar, qué comer o incluso qué tareas hacer primero y cuáles dejar para más tarde, se hace muy difícil satisfacer nuestras expectativas y deseos.
El efecto de inmediatez que nos proporcionan las tecnologías digitales potencian esta percepción. Internet y nuestros gadgets de alta velocidad nos mantienen en contacto constante e inmediato con nuestras oficinas y nuestro gestor de tareas, mientras las redes sociales nos conectan diariamente a una infinidad de personas, de información y de productos listos para ser consumidos. Staffan Linder, economista sueco, diagnosticó ya en los años setenta algunas de las consecuencias personales de esta creciente percepción del tiempo basada en la productividad y en la eficiencia. Alertó, por ejemplo, de que el hecho de sentirnos cada vez más presionados a utilizar nuestro tiempo de manera “productiva” lleva a una creciente deterioración del disfrute personal del ocio. Un problema que, según Linder, curiosamente afectaría de manera más intensa las clases acomodadas. En otras palabras, cuanto más valor tiene nuestro tiempo (lo que se traduce en un sueldo razonable y muchas oportunidades de ocio a nuestro alcance) más desasosiego genera la decisión de dónde y cómo “gastarlo”.
La ansiedad en el uso de nuestro tiempo es comprensible si tenemos en cuenta que una esperanza media de vida de 4.000 semanas puede resultar corta ante nuestra maravillosa capacidad para hacer planes ambiciosos e imaginar infinitas posibilidades de futuro. La productividad personal y la gestión estratégica del tiempo pueden ayudarnos a aliviar esta sensación o, si más no, a ser más eficientes en algunos aspectos de nuestra vida. Pero conviene no olvidar que imponer orden a nuestra bandeja de entrada no resolverá dilemas importantes que muchas veces quedan difuminados en el bosque del ajetreo cotidiano: qué caminos seguir y cuáles evitar, qué relaciones priorizar, qué deseos resignarnos a abandonar y por cuáles seguir luchando...
Decía Séneca que la vida es larga si sabemos vivirla bien. Quizás vale la pena dedicar una parte de nuestro escaso tiempo a reflexionar sobre el sentido de sus palabras.
Cita recomendada
CREUS, Amalia. 1.000 meses, 4.000 semanas, 5.324 'inbox messages'. COMeIN [en línea], junio 2018, núm. 78. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n78.1842
Amalia Creus
Profesora de Comunicación de la UOC
@amaliacreus