Vivimos durante meses cómo el cáncer se plantó en la vida de una amiga para robarle la energía, la autoestima y la paz. Fuimos testigos de la evolución del cáncer y la involución de sus ánimos, cada operación, cada sí pero no, cada recaída, todo. Llegó el temido día de la mastectomía. Todos los ánimos que le dábamos parecía que se perdían en la inmensidad del mal; no nos quedaban palabras para combatir el miedo y la incertidumbre. Unos días antes nos reunimos un grupo de amigos para hablar del tema. Estuvimos reflexionando sobre la enfermedad y entre las lamentaciones de por qué a ella y las propuestas para animarla pusimos sobre la mesa el uso de la fotografía como herramienta terapéutica.
Al inicio de aquella pesadilla ya le habíamos ofrecido nuestra cámara y/o nuestra mirada en algunas ocasiones, pero todo era tan duro que no quería verse, no quería mostrarse ante el objetivo porque era mostrar también aquel mal que no sabía aún cómo gestionar.
Es un error pensar la fotografía de personas en términos de retrato convencional, y hay muchas formas de contar historias personales mediante la imagen que no necesariamente requieren la presencia de la figura humana. La fotografía como terapia tiene muchas formas y variedades:
1. Desde detrás de la cámara. Mirar a través del objetivo nos permite ver y sentir los momentos y las cosas de forma diferente. Unas veces con distancia y otras en cambio, desde una proximidad intimidatoria, captando detalles, expresiones, minucias que de otra forma nos pasarían desapercibidas.
2. Delante de la cámara. Trabajando desde el cuerpo, el movimiento... desde las emociones expresadas directamente a cámara. Puede ir del retrato más convencional hasta el retrato referencial, con planos generales o tratando de crear sinécdoques visuales con las que contar la historia a partir de un pedazo de ella.
3. Con imágenes ya existentes. La reflexión, la resolución de problemas puede venir también de la mano de fotografías ya existentes sean estas fragmentos de nuestra vida o ajenas.
Utilizar la fotografía como terapia en la lucha contra el cáncer de mama se ha hecho ya antes; no es algo novedoso, pero no por ello debemos obviarla y más cuando se convierte en un arma que si bien no cura, nos ayuda en el proceso de asimilación, lucha y reparación de las cicatrices del ánimo y el alma. Recordemos a la fotógrafa
Kerry Mansfield, a la que se le diagnosticó este tipo de cáncer con tan sólo trenta y un años; la artista Mara León con su proyecto artístico colectivo
730; el proyecto
Únicas y Valientes llevado a cabo por el fotógrafo Antonio González, o
The Scar Project, del fotógrafo de moda David Jay. Son solo algunos ejemplos.
En todos ellos, no deja de sorprender cómo la fotografía, esa parada del tiempo, ese tête à tête con la memoria, tiene la capacidad de apoderarnos y bien pensado, de hacernos inmortales.
En el caso que explicábamos antes, sin embargo, el tema nos tocaba de cerca y abordar la cuestión nos resultaba verdaderamente complicado, porque no debíamos hablar desde la tristeza, ni de lo que se perdía, ni de lo que nos separaba o nos hacía diferentes sino de lo que nos hacía iguales y nos unía.
Hacía mucho tiempo que en su torso ella no veía más que los pechos. "El" pecho. Francamente, a nosotros el pecho, solo o con el otro, nunca nos había llamado la atención. Ni antes ni ahora. Porque cuando conoces y quieres a una persona profundizas en ella, y más allá de los pechos, de la piel, hay otras cosas de mucho más valor vital. Así es como tomamos el símbolo del corazón como hilo conductor de una serie fotográfica que la acompañaría desde ahora en el camino de la lucha.
Imagen del proyecto ‘730’, de Mara León
La idea consistía fundamentalmente en desnudarnos y poner un objeto en forma de corazón en la parte izquierda del torso, que era donde estaba el pecho del que iba a ser operada. «Esa es la verdadera razón de ser, el corazón, la estima, más allá de cualquier otro atributo fisiológico», concluía el argumentario.
Cuando hice el planteamiento mi inquietud principal era que no quisieran acceder a retratarse desnudos, lo que hacía perder sentido a la idea. Los motivos pensé que serían los de siempre y qué pereza oír de nuevo si hemos ganado peso, si estamos demasiado flacos o si no salimos nunca bien en las fotos. Afortunadamente todo este proceso nos había sensibilizado tanto que no estábamos para tonterías. La cuestión no éramos nosotros, sino ella. Y por ella no había complejos que valieran, por ella todos nos desnudamos a pesar de todas las imperfecciones que tenemos, porque eso es lo que nos hace auténticos. Como tener un pecho. O como no tener pelo, o como tener después de nuevo. Porque cada momento, cada vivencia, cada cicatriz, por dolorosa que haya sido nos hace únicos.
De la misma forma, las imágenes debían ser imágenes francas, sin retoque fotográfico, sinceras y directas, y teníamos que sonreír porque que toda aquella declaración de intenciones era motivo para estar contentos, para expresar las cosas que verdaderamente valen la pena. Y así es como la fotografía en nuestro caso nos hizo más fuertes. A mí porque me ayudó a enfrentarme también a una enfermedad que como mujer me aterra, al resto porque demostraron que están y estarán cuando se les necesite y a ella porque nunca más se sintió sola en el proceso.
La serie, sin embargo, está incompleta. Nos falta su foto. Ha prometido pasar por el estudio, pero aún es pronto. Ha ganado la batalla al cáncer pero sigue recuperándose de las secuelas. Pienso que el día en que se ponga delante de la cámara será el día en que todo habrá terminado. Será el punto final. Y esa imagen quedará para siempre.
Imagen de ‘The Scar Project’, de David Jay
Cita recomendada
MARTORELL, Sandra. La fotografía como herramienta terapéutica y de lucha contra la enfermedad. COMeIN [en línea], octubre 2017, núm. 70. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n70.1764