Número 68 (julio de 2017)

La asignatura pendiente del feminismo en la prensa

Ana Isabel Bernal Triviño

Las cifras hablan por sí solas. En lo que llevamos de año, una mujer ha sido asesinada por su pareja cada cinco días, un 47% más que en el mismo periodo del año pasado. Solo en el mes de febrero ya se tenían las peores cifras de asesinadas por violencia de género desde 2008, y se prevé que los datos doblen los del año pasado. Junto con las 28 mujeres asesinadas de 2017, también se deben contemplar como víctimas 13 huérfanos. El presupuesto del Gobierno para la lucha contra la violencia de género y políticas de igualdad representa un 0,01% del gasto total, es decir, unos 28 millones de euros. Desde el año 2004, cuando se aprobó la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, se contabilizan más de 800 mujeres asesinadas y más de 161 huérfanos.

A pesar de esta realidad, la preocupación de la sociedad sobre este problema no supera el 1,3%, según datos del CIS. Parece, por este resultado, que la conciencia social es escasa. ¿Por qué? Antes de llegar al asesinato, la violencia machista se nutre y alimenta de muchos factores. Aunque se consideren variables de menor impacto suman y contribuyen a su formación y sostenimiento. El conocido como “iceberg de la violencia de género” evidencia que antes de llegar a la agresión física o al asesinato existe un entorno de maltrato psicológico, de opresión más sutil, bajo micromachismos que configuran la creación y mantenimiento del sistema patriarcal. De esa composición forman parte el humor, la publicidad o el lenguaje sexista que se distribuyen por redes y medios.
 
Desde muchos ámbitos, cuando se intenta buscar solución al maltrato de género, se señala a la educación como la base desde la que puede afrontarse la situación. Pero casi siempre se pasa de soslayo el papel de los medios y su función educativa, sin ser conscientes de cómo estos perpetúan estereotipos, con todas las consecuencias que generan. Todos, medios de comunicación y ciudadanía, deben afrontar una alfabetización mediática desde el punto de vista de género. Somos conscientes de que gran parte de lo que conocemos, de nuestra realidad más inmediata, está determinada por lo que la prensa nos ofrece. Ese consumo crítico es el que nos permitirá comprender y afrontar esta violencia desde argumentos sólidos y veraces, y cuestionar el papel de los medios que no la representan de forma correcta. Entre ellos, aquellos que obvien la contextualización y peculiaridades que requieren estas informaciones.
 
En este proceso, las redes sociales pueden propagar noticias erróneas y mal enfocadas a una velocidad vertiginosa, pero también son un espacio de análisis crítico, de contrapoder, donde especialistas y la propia sociedad civil pueden cuestionar cómo los medios crean un mensaje contrario al feminismo. Entendiendo, como define la propia RAE, que el feminismo no es lo contrario al machismo, sino una línea de pensamiento que defiende la igualdad de derechos.
 
Como refiere de forma constante el experto Miguel Lorente, el machismo se disfraza bajo nuevas formas, se adapta a los nuevos tiempos para subsistir. Por esa razón, estos neomachismos en los medios de comunicación suelen pasar de puntillas, “disfrazados” en multitud de variables. Y, en concreto, el periodismo puede normalizarlos o perpetuarlos a través de factores como el diseño de la información, el lenguaje, la agenda o el framing. La capacidad para mostrar, seleccionar, enfatizar palabras, imágenes, vídeos o expresiones concretas puede crear conclusiones donde incluso se victimiza al agresor y se culpa o responsabiliza a la víctima. Estas cuestiones crean consideraciones como que la violencia de género se limita a casos aislados, personales y privados, en lugar de considerarla un problema sistémico y una responsabilidad social.
 
Jerarquía
 
 
El emplazamiento y jerarquía de la información, su orden y disposición, determinan su importancia. La disposición de una noticia no es inocente. Es lo que determina si es relevante para la sociedad. En consecuencia, esta función tiene la capacidad de distorsionar la realidad cuando esa jerarquía no ofrece una imagen representativa de lo que sucede. En esta información, precisamente, se trata de forma destacada un tema tan delicado como las denuncias falsas por razones de género, que representan solo el 0,014%
 
 
Agenda
 
 
 
Decía Cohen que la prensa «quizá no sea muy eficaz en decirle a la gente qué pensar, pero es asombrosamente exitosa en decirle a sus lectores en qué pensar». Todo aquello que se invisibiliza, todo aquello que no aparece en agenda, termina por no formar parte del debate ni de la opinión pública. En el caso del ejemplo de la izquierda, después de un fin de semana con tres mujeres asesinadas por sus parejas, no hubo ninguna mención en las portadas de dos de los principales diarios del país. En la derecha, a pesar de haber existido unas manifestaciones masivas en asistencia con motivo del 8 de marzo (Día de la Mujer), ningún medio lo consideró como imagen destacable de la jornada.
 
El amor romántico como reclamo para la audiencia
 
 
Otra variable de agenda es focalizar la atención en un hecho, a pesar de que perpetúe valores contra la igualdad. Uno de los pilares de la violencia de género es el amor romántico, cargado de estereotipos y clichés con los que, desde la infancia, se moldea y configura la naturaleza de las relaciones personales basadas, ante todo, en la dependencia emocional. Es aquí donde, de forma habitual, los medios tienden a expresar que el «amor» o «matar por celos» pueden ser un justificante para la violencia.
 
 
En consecuencia, se deja al margen el análisis de estos casos desde un punto de vista estructural, y la audiencia termina por considerar estos casos como aislados o más vinculados a una violencia doméstica, cuando la violencia de género tiene sus propias diferencias.  
 
Los medios de comunicación saben que el amor romántico es una baza, como historia, para ganar audiencia. De ahí que el caso reciente del chico del tranvía de Murcia fuese un recurso continuo para los grandes medios, que han seguido de forma pormenorizada el desarrollo de esta historia. Desde el relato del chico hasta realizar convocatorias en televisiones públicas en las que se responsabilizaba a la joven de que no existiera un «final feliz».
 
Lenguaje
 
El lenguaje permite contextualizar y explicar las razones de esta violencia. En cambio, su uso inadecuado puede promover, ocultar, discriminar e incluso denigrar a las verdaderas víctimas. Pueden ser desde titulares poco oportunos que frivolizan con el número de asesinatos de género —las mujeres asesinadas no se «suman»—, hasta otros donde a pesar de «manosear» a  la víctima se habla de «intento de agresión». Un uso de la terminología que puede llevar a relativizar o normalizar el ataque, una de las acciones más delicadas en el sostenimiento de la violencia de género.
 
 
Calificar con diferentes adjetivos o acciones según el sexo, definir los asesinatos machistas como muertes «a manos de…» o reflejar el suicidio del agresor en titulares, de forma que las dos partes queden reflejadas como víctimas, son otros ejemplos de un enfoque informativo lejos de los principios de género e igualdad.
 
 
Sexismo
 
La discriminación en el tratamiento informativo por razones de género es otro de estos espacios donde la perspectiva de igualdad es deficiente. Sobre todo, en aquellos casos donde las mujeres consiguen un espacio profesional donde existe un evidente techo de cristal. De esta forma, mientras a los políticos se les replica, critica o analiza desde un punto de vista profesional; la mujer es analizada por sus relaciones personales, apariencia física o se cosifica su imagen, lejos de factores de debate sobre su responsabilidad y méritos.
 
 
 
Victim blaming
 
“Culpar a la víctima” es uno de los casos más evidentes de framing, donde se muestra el análisis de la realidad de forma parcial, sin afrontar la razón principal que subyace tras las agresiones. Ejemplo de ello son las dos siguientes noticias, donde se puede interpretar una responsabilización de las redes sociales y de las víctimas detrás de las violaciones o asesinatos cometidos. Se utiliza a sus usuarias como si fuesen el origen de un problema, cuando, fuera de este ámbito, en escenarios físicos reales, estos agresores hubieran actuado de la misma manera. Se intentan buscar otras razones como justificante, cuando la raíz del problema está en el machismo y la misoginia.
 
 
Publicidad
 
La  publicidad o los suplementos y revistas de moda son otro de los espacios donde, de forma más frecuente, se aporta una visión errónea de las mujeres, lejos de una imagen real y basada en estereotipos que no benefician la empoderación o la desestigmatización de los estereotipos.
 
 
Afortunadamente, parte de la propia sociedad hace frente a estos tratamientos informativos a través de las redes sociales y se encarga de corregir a la prensa y cuestionar esas noticias. Los medios educan. Los medios contribuyen a construir la sociedad. Un mal titular o una interpretación equivocada de la violencia machista es una semilla más para que las cifras de asesinadas y afectadas no se reduzcan, para que se perpetúe el sistema patriarcal con su violencia psicológica
 
Como dice Ana Pardo de Vera, directora del diario Publico.es, el periodismo es feminista o no lo es, porque no se puede obviar a un 50% de la población ni su realidad y condicionantes, en favor de una sociedad más igualitaria. Aún más en un sector profesional donde existe un evidente techo de cristal y donde la inmensa mayoría de los cargos directivos son desempeñados por hombres. La sensibilización ante esta realidad, la deconstrucción del machismo y el cambio social solo podrán producirse si los medios asumen y ejercen desde una función social, con la implantación de una formación de género específica entre sus responsables y equipos de redacción, y con una cobertura informativa ejercida desde una perspectiva de igualdad.

 

Cita recomendada

BERNAL TRIVIÑO, Ana Isabel. La asignatura pendiente del feminismo en la prensa. COMeIN [en línea], julio 2017, núm. 68. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n68.1745

género;  periodismo;  comunicación y educación;  medios sociales; 
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