Hace un par de años escribía en esta misma revista De creatividad y otros males actuales, un artículo a propósito de la lectura del libro El aprendizaje de la creatividad (2013), donde José Antonio y Eva Marina hablaban de una posible “burbuja” de la creatividad. De un modo similarmente revelador, hace unas semanas llegó a mis manos La estetización del mundo, de Gilles Lipovetsky y Jan Serroy (2015). Los autores sugieren que vivimos en la época del capitalismo artístico, donde el arte -más concretamente su dimensión estética- impregna la economía, los mercados... en definitiva, forma parte intrínseca del capitalismo, ampliamente acusado de afearlo y destruirlo todo durante tantos años.
Esta provocadora tesis se desarrolla al largo del libro a partir de diferentes ámbitos donde la estetización se hace más patente, centrándose en la moda, la comida, el diseño o la producción de entretenimiento o espectáculos.
Así pues, en relación al arte, si bien la creatividad se situaría en el terreno de las ideas y su plasmación, la estética se situaría en el plano de la recepción, el consumo o la experiencia. Se trataría, de este modo, de las dos caras de una misma moneda en la que asistimos de un modo progresivo a una ‘artistificación’ que habíamos comenzado a intuir en algunos artículos (Pagès y San Cornelio, 2014), sobre todo a partir de la observación de cómo determinados aspectos de las profesiones creativas resultan deseables y se trasladan a otros ámbitos laborales. Sería, por tanto, de otra dimensión de este mismo fenómeno que espero poder investigar en el futuro.
Sugieren Lipovetsky y Serroy que, desposeído el Arte del monopolio de la producción estética, esta última se traslada de un modo omnipresente a las distintas esferas de la vida cotidiana, donde la experiencia estética, entendida tanto en su acepción más trascendente -como forma elevada de conocimiento o placer sensorial- como en su visión más superficial o hedonista, se sitúa tanto en la elección de la vestimenta y artilugios tecnológicos, como en la arquitectura, la publicidad o el urbanismo.
Más concretamente afirman: “El capitalismo artístico no es ya un simple sistema económico racional, sino una máquina estética que produce estilos, emociones, ficciones, evasiones, deseos, y no solo para una élite social, sino para todos los consumidores: no cesa de construir universos que son a la vez comerciales e imaginarios”. La consecuencia de todo ello es la aparición de un consumidor transestético ilimitado, que consume experiencias estéticas situadas en diferentes objetos, productos, imágenes, medios, espacios, etc.
Entre las interesantes ideas expuestas en el libro, esta es quizás la contribución más poderosa: establecer un concepto de estética que atraviesa los diferentes medios y soportes (transestética), sin distinguir ni estigmatizar entre formas cultas y formas populares, es algo que, además de iluminador (en un sentido positivo, dado que anteriormente Baudrillard utiliza este término en un sentido un tanto diferente), derriba barreras disciplinares fuertemente arraigadas en los departamentos universitarios. Si bien otros conceptos anteriores como el de cultura visual ya intentaban priorizar la importancia de las imágenes en nuestra sociedad, casi nunca se trasladaba al terreno de la estética como disciplina filosófica y tampoco se formulaba en términos de teoría social.
A partir de este momento, me declaro y propongo la figura del investigador o académico transestético, como aquel interesado en las formas estéticas, vinculadas a la creación, producción simbólica y experiencial, independientemente de quién las produzca y en qué contexto, especialmente teniendo en cuenta los medios sociales, la redes y toda la producción digital.
Y a modo de ejemplo de la importancia de la producción estética en nuestra sociedad me gustaría resaltar las contribuciones realizadas, esta vez como acto político, vehiculado a través de los colectivos de diseñadores gráficos (movimiento de liberación gráfica en Madrid y Barcelona), que se adhirieron a diversas candidaturas de origen popular en las elecciones municipales del pasado domingo 24 de mayo. Más allá de la dimensión de comunicación política inherente a estas acciones, la producción de imágenes alrededor de algunos candidatos proliferó en un intento de ‘embellecer’ la política y la experiencia de las ciudades, epicentro de este capitalismo transestético, que tiene diferentes aristas y puntos de vista.
Para saber más:
Lipovetsky, G.; Serroy, J. (2015). La estetización del mundo: Vivir en la época del capitalismo artístico. Barcelona: Anagrama.
Pagès, R.; San Cornelio, G. (2014). “Material conditions of production and hidden romantic discourses. New media artistic and creative practices”. Leonardo Electronic Almanac, 20 (1).
Cita recomendada
SAN CORNELIO, Gemma. Notas sobre un capitalismo transestético. COMeIN [en línea], junio 2015, núm. 45. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n45.1541
Profesora de Comunicación Audiovisual y Diseño de la UOC