La ostentación en muchos balcones de todo el territorio catalán -especialmente en Barcelona-, de banderas españolas pro-selección (bautizada ésta bajo el nombre de La Roja), ha sido sustituida, en pocos años, por las estelades a favor del proceso soberanista de transición nacional. Muchos han sido los cambios que hemos vivido en un tiempo récord y, en ocasiones, esquizofrénico. El origen de estas transformaciones radica en la crisis económica y la consiguiente irrupción del Movimiento de los Indignados (2011) y el auge del independentismo. En parte, el lema “Sí, se puede” de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) ha inspirado el nuevo apodo de la selección, con el hashtag #LaRojaSÍpuede (Telecinco/ Cuatro, Mediaset España, 2014). Se trata de una usurpación o asimilación por parte del poder, que despoja de contenido la reivindicación asociada a esta consigna, con el objetivo de desactivar la protesta. El viejo recurso de apoderamiento empleado por la cultura dominante de símbolos críticos con el statu quo pretende desvirtuarlos, banalizarlos y despojarles de carga ideológica subversiva.
Nos encontramos, por tanto, ante una campaña de marketing que -como era de esperar- es oportunista. Hace años, el cambio de imagen de la selección se apropiaba de la expresión “la roja” con un significado diferente: por un lado, los publicistas querían jugar con la asociación del logo España con el color rojo y, por el otro, diluir del imaginario colectivo la etiqueta de rojo/a, usada de forma estigmatizadora contra los militantes comunistas, durante los períodos de la Guerra Civil -por parte del bando nacional- y el franquismo. En todo caso, los artífices de esta imagen renovada perseguían la exaltación de un nuevo patriotismo, el denominado por algunos expertos como patriotismo democrático.
Un patriotismo democrático presentado ante la opinión pública como el nuevo orgullo nacional, que desvanece los tópicos referidos a la adhesión o animadversión catalana en relación con las selecciones estatales. Sus impulsores buscan identificar la selección con una realidad plural y diversa de la sociedad española. La pretendida renovación del nacionalismo hegemónico quiere ser ideológicamente transversal: dejar de ser patrimonio de la derecha, haciendo más visible el nacionalismo de izquierda. La simbología de la “marea roja” vende virtudes inclusivas. Por eso, en 2008, el éxito de La Roja se convirtió inconscientemente en la excusa para que aflorara el españolismo catalán sin complejos. En esos momentos se quiso interpretar como un baño de realismo para muchos catalanes.
Pero, ¿por qué La Roja despertó tantas simpatías? ¿Los progres audiovisuales han inventado el patriotismo de La Roja, tal como algunas voces han insinuado? Esta explosión de alegría vivida en Cataluña en 2008, ¿puso de manifiesto, por tanto, una realidad social inesperada? El asesor de comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí nos proporciona algunas claves en su artículo “
La moda de la bandera roja” (2008). En definitiva, se ha querido crear la marca de una España enrollada, alejada de los agravios históricos del nacionalismo español o de la herencia franquista. No obstante, esta operación de maquillaje desprende nacionalismo inconsciente español. Para el escritor y periodista Javier Ortiz Estévez (2003), el nacionalismo inconsciente es aquel que disfruta de superioridad y hegemonía, y por ello, a menudo no se percibe o identifica como tal.
En el caso futbolístico, como ya sabemos, se mezclan sentimientos, afición y política. El nacionalismo se infiltra dentro del deporte pero, al mismo tiempo, la simbología deportiva es incorporada -ahora más que nunca- en la liturgia política. Muestra de ello es cuando los manifestantes a favor de la independencia de Cataluña o los partidarios de la unidad de España se envuelven respectivamente con sus banderas, imitando el comportamiento de los aficionados al fútbol. Unos y otros con la bandera atada al cuello. Cada uno con su equipo: unionistas
versus independentistas. Para el lingüista Teun A. van Dijk, en “
El análisis crítico del discurso” (1999), se trata de una estrategia de polarización, las opiniones se organizan en función de una pauta ideológica que contrapone el propio grupo con los grupos ajenos: Nosotros contra Ellos. Polarización definida como auto-presentación positiva y presentación negativa del otro.
Para saber más:
BAUMAN, Z. (2007). Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España.
BECK, U. (1998) La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós.
Cita recomendada
CABEZAS, Sílvia. #LaRojaSÍpuede: deporte, política y merchandising transversal (I). COMeIN [en línea], julio 2014, núm. 35. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n35.1449