La primera actividad de la asignatura de Comunidades de práctica que imparto en el marco del Posgrado en Redes Sociales e Intercambio de Conocimiento es un ejercicio de reflexión que los estudiantes deben hacer sobre el concepto de compartir. Sus aportaciones me han servido de inspiración y a ellos les debo la idea de escribir este artículo.
Acabamos de dejar atrás las navidades y durante estas fechas, por la mayoría de las casas, habrán pasado multitud de personajes mágicos: el Tió catalán, el Apapaldor gallego, el Olentzero vasco, el Esteru cántabro, el Papa Noel, los Reyes Magos… y cada uno de ellos habrá dejado regalos y juguetes. Así, cada 7 de enero, los padres revivimos dos recurrentes problemas: el primero, dónde guardar los juguetes nuevos, y el segundo, recordar a los más pequeños que los juguetes hay que compartirlos. Esto último es algo que nuestros progenitores nos enseñaron desde bien pequeños, y que nosotros enseñamos a nuestros hijos y que éstos enseñarán a los suyos.
Algunos autores como Kropotkin (1920) consideran que compartir es una condición innata en el hombre. El hombre ha compartido sus experiencias y su conocimiento para poder progresar. Desde el Neolítico, pasando por los gremios de la Edad Media y hasta llegar a nuestros días aumentados por las redes sociales, podremos encontrar multitud de ejemplos sobre lo que Kropotkin defiende. Los hombres del Neolítico compartían trucos de cultivos y técnicas de alfarería. En los gremios artesanales, los aprendices trabajaban sólo a cambio de aprender un oficio; su salario era el conocimiento que le transfería el maestro. Y así hasta llegar a la actualidad en la que, a través de las redes sociales, compartimos fotos, informaciones, sentimientos y casi cualquier cosa compartible. Una de las últimas tendencias es el consumo colaborativo. En www.consumocolaborativo.com se puede compartir coche, parking, bicicletas, intercambiar casas, etc.
Pero si es así, si realmente llevamos en nuestro ADN esta tendencia, ¿por qué nos cuesta compartir un juguete? Probablemente, porque no necesitamos compartirlo. Necesitamos intercambiar nuestro conocimiento, nuestras experiencias pero no necesitamos compartir un juguete a no ser que nos interese el juguete del otro y queramos intercambiarlos. Creo que todos estaremos de acuerdo en que nos cuesta menos compartir una idea en Twitter que dejarle el coche a un amigo.
Las comunidades de práctica, de las que ya he hablado en artículos anteriores, se basan en el aprendizaje e intercambio de experiencias profesionales. Sus miembros se comprometen a compartir sus buenas prácticas, su pericia y conocimiento con aquellos que desempeñan la misma responsabilidad o actividad profesional. Descrito así suena fácil y atractivo para empleados y –sobre todo– empresas que ven en las comunidades de práctica la oportunidad resolver problemas y aumentar el rendimiento de sus trabajadores. Pero con el simple compromiso de sus empleados no basta; éste debe basarse en algo más fuerte que el interés, los incentivos o la imposición de la dirección de turno. Y no hay nada más fuerte que la necesidad.
Si un grupo de trabajadores debe cumplir unos determinados objetivos de venta puede que decidan compartir sus tácticas y estrategias para convencer a los clientes y así aumentar sus resultados. Si los profesores de estadística de distintas facultades se proponen mejorar el rendimiento de sus estudiantes, probablemente intercambiarán técnicas docentes y recursos didácticos. Y los unos y los otros –sin tan siquiera saberlo– crearán comunidades de práctica exitosas.
La necesidad es el primer factor de éxito de las comunidades de práctica. Es la necesidad lo que hace compartir a sus miembros su conocimiento y pericia. En ella basarán su compromiso y mantendrán su interés en la comunidad mientras tal necesidad exista o sea reemplazada por otra.
Compartimos por necesidad. En la prehistoria necesitábamos intercambiar, cooperar y colaborar para progresar. Y lo hemos seguido haciendo a lo largo de la historia de la humanidad y lo continuaremos haciendo. Porque así funcionamos. Lo mismo que a todos los niños –a unos más que otros– les ha costado, les cuesta y les costará prestar sus juguetes, pero aprenderán a hacerlo.
Para saber más:
SANZ-MARTOS, Sandra (2012). Comunidades de práctica: el valor de aprender de los pares. Barcelona: Editorial UOC.
Cita recomendada
SANZ MARTOS, Sandra. ¿Qué cuesta más compartir: una idea o un juguete? COMeIN [en línea], enero 2014, núm. 29. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n29.1402
Profesora de Información y Documentación de la UOC