El dúo Twitter-Musk no para de darnos titulares. El peligro de quiebra técnica por la reducción de trabajadores expertos en infraestructura tecnológica es el último capítulo de una corta pero intensa historia de terror de la era de internet: el miedo a la pérdida de la memoria digital, tan poco atendida en estos tiempos de condición efímera en los que la inmediatez, la fugacidad y la aceleración se imponen.
El juego de posicionamiento no es patrimonio exclusivo del fútbol. De hecho, también es algo fundamental en la profesión del marketing y de la comunicación. Por un lado, las marcas juegan a posicionarse en las mentes de sus clientes (actuales o potenciales) con unas fortalezas y debilidades concretas que las diferencien de la competencia. Por otro lado, las organizaciones también se ven obligadas a posicionarse en problemáticas sociales y medioambientales con el objetivo de acercarse a sus grupos de interés en aquellos temas que más les preocupan.
Marc-Uwe Kling ha escrito QualityLand (2017), una novela que no solo es un best seller, sino que además analiza de forma divertida los retos de la digitalización de la sociedad y está teniendo más impacto que cualquier texto académico. La novela es una distopia más sobre qué puede pasar si las tecnologías digitales que conocemos hoy en día siguen avanzando por donde van. Muy en la línea de otras novelas distópicas sobre tecnología, como El Círculo (Eggers, 2017) o Clara y el sol (Ishiguro, 2021).
¿Qué tienen en común House, Prison Break, Perdidos o La casa del dragón? ¿O Black Mirror, Boardwalk Empire, Juego de tronos, Los Soprano y The Wire? La respuesta inmediata parece fácil: se trata de ejemplos destacados de importantes series de televisión de los últimos años. Pero hay otra conexión menos evidente: la presencia de un mismo director o directora en, al menos, alguno de sus episodios.
El papel activo de la cultura tecnológica en la sociedad actual es indiscutible y constituye un fenómeno de estudio analizado desde todas las esferas actuales del saber. En las prácticas del arte, los impulsos creativos y la intimidad tecnológica producen crisis notables en la manipulación de códigos. Como respuesta activa, se está produciendo un interesante encuentro crítico y creativo entre prácticas artísticas, género y software libre. El marco conceptual de estas nuevas comunidades invisibles se orienta al cultivo de la socialización del conocimiento y el trabajo colaborativo.
Ante el uso de las plataformas de social media en el conflicto bélico de forma estratégica, las propias empresas se han visto en algunos casos en la necesidad de pronunciarse sobre su postura ante determinado empleo. La manera de actuar y reaccionar ha sido diferente, pero evidencia las medidas que estos entornos pueden poner en marcha para fomentar o limitar el alcance de algunos perfiles y contenidos.
Es probable que en los centros donde se estudia y se enseña periodismo se tenga que explicar a las estudiantes el escándalo que destapó The Guardian sobre la empresa de consultoría Cambridge Analytica y su papel en el resultado del Brexit o en la victoria de Donald Trump de 2016. No hace muchos días, un colega profesor de periodismo en una universidad pública de Madrid me explicaba que un grupo de sus estudiantes de cuarto curso lo interrumpió para preguntarle «qué era eso del Ferrerasgate». A pesar de su actualidad y gravedad, ambos casos parecen condenados al olvido, engullidos por la enésima crisis de Twitter.
En los últimos años, la irrupción y popularización de los social media ha producido un alto impacto en el ecosistema comunicativo. Sus usos y su consumo se han ido ampliando para cubrir desde las propias necesidades sociales hasta otras tan variadas como las informativas, de ocio y entretenimiento, formativas... También han dado cuenta de su importancia en hitos clave de la historia reciente, como en situaciones de catástrofe y emergencias, así como en campañas propagandísticas y en la difusión de las conocidas como fake news. De ahí el interés por reflexionar sobre el uso estratégico que están ahora adquiriendo en el conflicto bélico de Ucrania.
A veces la casualidad sitúa dos eventos en un tiempo próximo y te hace ver las cosas con una nueva perspectiva. En este caso, y este será el tema de este artículo, hablaremos de la primera condena por fake news y el futuro de Twitter. De todo ello me gustaría comentar algunos aspectos que me parecen interesantes.
Es indudable que todos los objetos diseñados, ya sean analógicos o digitales, consumen o han consumido energía eléctrica. Ya sea en su producción (una silla) o en su distribución, la han consumido. Y muchos de ellos se alimentan de la electricidad para funcionar regularmente, como por ejemplo una cafetera o un teléfono móvil.