ArtículosNúmero 120 (abril 2022)

Gallardo, retrato intermitente de la modernidad democrática

Ignasi Gozalo Salellas

Si la muerte de José Pérez Ocaña, Ocaña, interrumpía el retrato más radical de la Transición española en 1983, casi cuarenta años después los adioses de Miguel Gallardo y de Pau Riba sellan una etapa en Barcelona y en el Estado español narrada por el underground cultural. Se resisten al epitafio definitivo unas pocas figuras como Nazario Luque Vera, Nazario.

El día 21 de febrero de 2022 moría en Barcelona Miguel Gallardo de una enfermedad cerebral. Desaparecía así una figura capital de la cultura nacional durante el periodo democrático. En un destino cruel, su cerebro ha puesto fin a una mente insaciable que ni la desmemoria respecto al pasado ni la banalización del presente de la modernidad democrática pudieron evitar. La euforia que inundaría los años ochenta –desde el éxtasis preolímpico hasta la hecatombe del Fòrum 2004– sería una maquinaria de destrucción masiva de la creatividad underground que, como diría Manuel Vázquez Montalbán, vivía mejor contra Franco. De Ocaña a Pau Malvido, de Mercè Pastor a Pepe Sales, la desgracia se fue vistiendo de diferentes texturas: de infortunio, de drogas, de pobreza endémica, de marginalidad. La exuberancia creativa de los momentos iniciales de la Transición –la droga, el subidón– a menudo no previó el inminente vacío que Teresa Vilarós definiría como el «mono del desencanto» (Vilarós, 2018)

 

No hablamos de un artista. El legado de Gallardo no es una obra, sino un testimonio exitoso gracias a lo que él mismo definiría como la habilidad del tradujante, capaz de decir con imágenes lo que circula en la sociedad sin haber encontrado las palabras. Su capacidad de transformismo formal, técnico y temático, pasando del cómic brutalista underground de El Víbora a la ilustración universal para las páginas de The New Yorker, The New York Times, The Washington Post o La< Vanguardia, confirma que la mejor crónica de un país, España, y de su transformación hasta el abismo la han hecho los artistas y no los historiadores. La historiografía ha elaborado la crónica de esta cuestión a cuarenta años vista, como hemos comprobado a lo largo de la última década (Ruiz-Huerta Carbonell, 2013; Monedero, 2017), mientras que los creadores lo han esculpido a tiempo real (Luque, 2016). Las imágenes que ha producido este largo tiempo de utopías, innovaciones y olvidos son la mejor herramienta hoy para un análisis con perspectiva de todo el periodo.

 

Vivencia y narración de un tiempo se fusionan en Gallardo en múltiples formatos: cómics, libros, portadas, carteles, ilustraciones, animación. Cada formato, cada estilo y cada materialidad por los que Gallardo transitó durante los últimos 45 años contribuyen a su vez a entender el recorrido de una obsesión colectiva, casi esquizofrénica, por el sueño de la modernidad. Así, su creación atraviesa una Transición salvaje (con el cómic underground), unos años ochenta entre la resaca transicional y la investigación de la modernidad (de las revistas a los carteles festivos), los noventa abocados a la depresión postolímpica (para él, el abandono de la escena local y un giro hacia los medios de comunicación globales), unos 2000 que reclamarán una nueva y íntima honestidad (con la renovación del género de la novela gráfica que representarían las dos obras de Gallardo sobre su padre Francisco y su hija María) y hasta los últimos años de crisis, reencuentros y dolor.

 

Un creador personal y heterogéneo

 

Gallardo traza su recorrido personal y creativo por un tiempo difuso, a veces imprudente y a menudo paradójico, desde el vertiginoso underground hasta una modernidad kamikaze que arrasa con las comunidades alternativas durante los años ochenta y noventa, a través de la empatía y la proximidad testimonial. Gallardo retrata tanto el lumpen barcelonés encarnado en un quinqui fugado del frenopático, Makoki, como comparte con nosotros las heridas emocionales de su padre, ejemplo familiar de los perdedores de la Guerra Civil y víctima de los campos de concentración franceses (destapando en 1997 en Un largo silencio una enorme vergüenza colectiva). Nos narrará también su crecimiento como padre mediante su relación con María, hija autista (primero en el libro María y yo y posteriormente en un film documental) y nos abrirá las puertas, en un honesto soliloquio sobre el destino, a su enfermedad mortal, el cáncer, en Algo extraño me pasó camino de casa. La fluidez con que enlazó periodos creativos generó una estela entre generaciones que garantiza hoy una enorme actualidad creativa. No será el autor de una sola generación, sino el hilo conductor de un largo devenir colectivo. Él mismo definiría su gran personaje, Makoki, como «una leyenda que conectaba con nuestra generación y que impactó en un par más de generaciones de hermanos menores».

 

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‘Makoki’, ‘Un largo silencio’ y ‘María y yo’, tres obras que explican tres estados de ánimo colectivo del periodo democrático español

Fuente: https:miguel-gallardo.com

 

Lo que conecta toda su obra es una fina mirada, transformadora e irónica, pero que no se toma demasiado seriamente a sí misma, y que se muestra sensible a todas las formas de diferencia: las minorías culturales, las heterodoxias sociales, los derrotados, las identidades impuras, las condiciones especiales o las ideologías más punk. Aun así, también fue un autor premiado. El Premio Nacional de Cómic de Cataluña por María y yo dignifica no solo su obra sino una sociedad a menudo injusta con las obras en vida. Con el paso del tiempo, los grandes reconocerán su Makoki como la mejor crónica de la Transición y los jóvenes lo descubrirán como una herramienta para entendernos mejor como sociedad compleja. Superviviente del underground, Gallardo representa un tenso equilibrio entre libertad creativa y eficiencia comunicativa, en un espacio nada sencillo en el que la radicalidad huye de la marginalidad. De Disco Express, Star o El Víbora, del que fue miembro fundador, hasta The New Yorker, siempre fue amo y señor de sus historias. Si eran suyas las vivencias, lo serían también las formas de narrarlas.

 

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Sus ilustraciones van desde el cómic popular (‘El Víbora’, a la izquierda) hasta las portadas para revistas de alta cultura (‘The New Yorker’, derecha)

Fuente: ‘El Víbora’ y ‘The New Yorker’

 

Aquel muchachito llegado desde Lleida en la Barcelona de los años setenta romperá desde muy pronto las barreras formales, narrativas y de relato que a menudo se autoimponen las artes aplicadas. Gallardo nos anima a no categorizar el arte en compartimentos. Combinando todo tipo de materiales, telas e hilos para vestir desde señoras de la Diagonal a quinquis del Raval, Gallardo es tal vez quien mejor ha cosido y dado forma a nuestra modernidad. ¿La clave? Disponer y hacer uso del más variado y completo cajón de sastre

 

Para saber más:

GALLARDO, Miguel (2007). María y yo. Astiberri Ediciones.

GALLARDO, Miguel (2012) (2ª edición). Un largo silencio. Astiberri Ediciones.

GALLARDO, Miguel (2020). Algo extraño me pasó ando de casa. Astiberri Ediciones.

LUQUE, Nazario (2016). La vida cotidiana del dibujante underground . Editorial Anagrama.

MONEDERO, Juan Carlos (2017). La Transición contada a nuestros padres: Nocturno de la democracia española . Catarata.

RUÍZ-HUERTA CARBONELL, Alejandro (2013). Los ángulos ciegos. Biblioteca Nueva.

VILARÓS, Teresa (2018) (2ª edición). El mono del desencanto: una crítica cultural de la transición española (1973-1993) . Siglo XXI.

 

Citación recomendada

GOZALO SALELLAS, Ignasi. Gallardo, retrato intermitente de la modernidad democrática. COMeIN [en línia], abril 2022, no. 120. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n120.2228

cómic;  arte;  creatividad;