Número 12 (junio de 2012)

Sistema financiero: ¿aprenderemos?

Josep Cobarsí-Morales

Para garantizar un funcionamiento adecuado y seguro de las entidades financieras es importante y urgente replantearnos algunas premisas de su funcionamiento. En este sentido, no se puede olvidar que los productos financieros son intangibles que transportan información, y donde la confianza de los implicados y su capacidad para tomar decisiones son imprescindibles.

 

“¡Que aprendan!”, dijo un famoso presidente del Barça en época de éxitos deportivos. ¿Aprenderemos? Es la cuestión que nos tenemos que plantear ante los fracasos financieros de los últimos años.

 

En términos generales, no parece que las turbulencias y los derrumbes que se han producido desde 2008 hasta ahora hayan llevado a replantear en profundidad de forma efectiva el  funcionamiento del sistema financiero global. Autores como Max Otte sostienen que, después de la primera gran sacudida en 2008 en Estados Unidos, una vez inyectado dinero público en las entidades “sistémicas” en peligro inminente, se continuó funcionando bajo los mismos principios.

 

Una de las facetas de este asunto es la gran complejidad que el sistema financiero ha adquirido, tanto desde el punto de vista de los usuarios como de los gestores, con el consiguiente aumento de la incertidumbre y la desconfianza. Esto ha afectado la capacidad de toma de decisiones de unos y otros. Y ha favorecido comportamientos de huida hacia adelante o de pasarse de listos, que habrían sido más difíciles con un sistema bajo regulaciones más claras y transparentes.

 

Por ejemplo, quienes tenemos cierta edad recordamos todavía la época en que los productos financieros eran computables. Como cliente, si querías más interés tenías que depositar el dinero a un plazo más largo y poner una cantidad mínima más grande. Podías estar más o menos de acuerdo, pero sabías a qué jugabas. Tenías un marco para tomar decisiones según tus circunstancias y según tu carácter. En cambio, actualmente, los productos de ahorro y sus nombres varían continuamente. Además, bajo el glamour de un determinado nombre hay condiciones difíciles de comprender y sujetas a incertidumbres diversas. Esto ha llegado a extremos cómicos cuando te ofrecen un producto a un año que te propone darte, o bien un interés goloso si el IBEX 35 queda por encima de un determinado tope, o bien un 0% si no se logra este tope. Y esto se ofrece a usuarios particulares, la mayoría de los cuales tenemos una idea vaga de qué es el IBEX 35, y ya no digamos respecto a predecir valores. La situación no es tan cómica si aceptas un producto como las llamadas acciones preferentes. O si firmas según qué hipoteca.

 

Por otro lado, en la propia gestión interna del sistema financiero se juega con combinaciones complejas de productos inexistentes hace unos años. Así, un conjunto de hipotecas y otras deudas puede ser paquetizado y comercializado de una entidad a otra, para facilitar la financiación y mejorar la gestión de riesgos. La idea de partida no era mala, y podía dar más margen de maniobra al conjunto del sistema para asumir compartidamente el riesgo, combinando los previsiblemente buenos pagadores con los otros. Pero su utilización masiva, y el encadenamiento de ventas y reventas de estos paquetes entre diferentes entidades, comportaron que los propios gestores perdieran la noción de los productos en juego y del riesgo consiguiente que asumían.

 

¿Cuál es la opción? ¿Volver atrás 25 años? No. Hay algunas líneas de futuro que podrían mejorar las cosas.

 

De entrada, los productos de ahorro o de crédito para el usuario final tendrían que estar claramente etiquetados y tipificados. Los nombres comerciales pueden continuar siendo glamorosos y el contrato que se firme incluir letra pequeñita, pero incorporando una clasificación clara y un checklist de sus características básicas, y si se tercia alguna advertencia puntual. Y todo esto aplicable a cualquier producto de cualquier entidad. Pensamos, por ejemplo, en los medicamentos: nos puede costar leer un prospecto, pero tiene una determinada estructura y una nomenclatura que, cuando menos, dan orientaciones clave al personal sanitario y a los pacientes.

 

Además, las pruebas previas –con una combinación de experimentación controlada y simulación computacional– del uso masivo en condiciones reales de un determinado producto financiero tendrían que devenir estándares. Si forman parte de los procedimientos normales en el diseño de un nuevo medicamento o de un nuevo modelo de avión, ¿por qué no en el caso de los productos financieros? Se entiende, evidentemente, según las características específicas de estos productos.

 

Y por otro lado, habría que reforzar los sistemas de trazabilidad, de report voluntario y anónimo a una autoridad independiente en caso de incidencias menores o detección de riesgos potenciales, y los procedimientos y criterios para facilitar la investigación en caso de incidencia mayor.  También en estos aspectos, del sector de la aviación civil se podrían extraer ideas interesantes.

 

Iniciativas como estas son dignas de consideración y, de hecho, están siendo consideradas por parte de la comunidad científica. No se trata simplemente de clonar en el sector financiero procedimientos propios de otros sectores o disciplinas. Pero sí de aprovechar lo que la ciencia ha aprendido los últimos años, aplicado hasta ahora a sistemas complejos como la red Internet o a ecosistemas (como los estudiados por Ricard Solé), al servicio de una reformulación profunda del sistema financiero, que también es un sistema complejo.

 

Ahora bien, la ciencia y la tecnología servirán de poco sin reforzar la noción de responsabilidad. Tenemos que investigar a fondo cómo hemos llegado hasta aquí y extraer todas las conclusiones para actuar en consecuencia, si no queremos que el futuro sea una lamentable repetición del pasado.

 


Para saber más:

 

Otte, M. (2010). El crash de la información: los mecanismos de la desinformación cotidiana. Barcelona: Ariel.

 

Solé, R. (2009). Redes complejas: del genoma a Internet. Barcelona: Tusquets.
 

 

Cita recomendada

COBARSÍ-MORALES, Josep. Sistema financiero: ¿aprenderemos? COMeIN [en línea], junio 2012, núm. 12. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n12.1247

gestión de la información;  gestión del conocimiento; 
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