Dejando aparte los catálogos bibliotecarios, colectivos o no, la mayoría de grandes bases de datos documentales han sido tradicionalmente de pago, por la calidad y por la inversión llevada a cabo por editoriales o sociedad denominadas a veces “no de lucro”. Esto ha provocado que, para grandes estadísticas, búsquedas documentales exhaustivas e incluso para la evaluación por parte de instituciones públicas, hayan sido referentes. Sería el caso, por ejemplo, de Chemical Abstracts, ahora reconvertido en la mayoría de usuarios como Scifinder.
Evidentemente, no obstante, el gran referente en cuanto a las bases de datos documentales ha sido el Science Citation Index, creado a principios de los años 60 por un visionario, Eugene Garfield, químico. Ciertamente, todas las publicaciones secundarias, creadas para localizar fuentes primarias como por ejemplo artículos, ya establecían una correlación entre citas. Si un artículo citaba otro, probablemente los dos tenían alguna relación temática, y así se podían hacer búsquedas al pasado. Una de las originalidades y del trabajo que se hacía también en el Institute for Scientific Information era la posibilidad de establecer quién había citado posteriormente un artículo, de forma que, a partir de un artículo, se podían encontrar artículos escritos posteriormente más o menos relacionados.
En aquel momento, parecía únicamente una forma de buscar bibliografía. Con el tiempo, sin embargo, se fue consolidando una idea. La citación no era sólo una idea de vínculo temático, sino de calidad. Así, los mejores artículos eran los más citados. Cuanto más citaciones, mejor es el artículo. Esta premisa, discutible, a pesar de que no es el objeto del artículo, acabó consolidándose, siendo así que se estableció que, cuanto más citado un artículo, mejor es. A partir de aquí, en lugar de basarnos en los artículos como elemento de medida, la que se pasó a ponderar fue la revista. Así, la revista que acumulaba más citaciones también era mejor revista, estableciendo una media de citaciones por artículo: los llamados, y temidos, factores de impacto.
Este es el trabajo del Journal Citation Reports, que ha sido asumido para el mundo académico y las instituciones públicas que evalúan –y que financian, no lo olvidamos– como estándar de hecho, poniendo pues en manos privadas unos índices que sirven para evaluarnos a todos. Cómo se diría en El Señor de los Anillos, “Un Anillo para gobernarlos a todos; un Anillo para encontrarlos; un Anillo para atraerlos a todos; y a la oscuridad ligarlos; en la Tierra de Mordor, donde se extienden las sombras“. Adquirido por Thomson Reuters, son junto con Scopus, la herramienta creada por Elsevier, las principales bases de datos documentales multidisciplinarias, de calidad y de pago.
De un tiempo a esta parte, parecía que una buena alternativa a estas bases de datos documentales, podrían ser los depósitos digitales, donde de forma colaborativa, los autores podían depositar sus artículos, documentos, informes, etc. Los repositorios han triunfado de forma muy diferente. Así, mientras que la Física, disciplina pionera, ha consolidado ArXiv, otras disciplinas como la Química vieron como los primeros intentos de depósito eran adquiridos por Elsevier, el gigante editorial, y acababan desapareciendo en lo que pareció una respuesta defensiva a la posible amenaza latente.
Quedaba pues un principal frente de donde podían provenir las principales alternativas, dejando de lado a Steve Jobs y Bill Gates, dedicados a sus propias luchas ofimáticas. Era y ha sido Google, el monstruo, en sentido metafórico, que todo lo devora y todo lo traga.
Y así ha sido. En primer lugar, Google lanzó en 2004 en versión beta el Google Scholar: una base de datos con la exhaustividad de un motor de búsqueda como Google. Dejamos la evaluación de la herramienta, que tantas líneas ha ocupado en la red (recomendamos especialmente el blog ec3noticias, del grupo de investigación Evaluación de la Ciencia y la Comunicación Científica, EC3).
La principal reflexión de este artículo, pues, es ver como una empresa innovadora y que constantemente mejora sus productos acaba siendo una amenaza directa para empresas como Elsevier y Thompson Reuters, que casi tenían un monopolio documental. Y lo hace gratuitamente, de forma que Google continúa entendiendo que los modelos de negocio no van ligados a la compraventa de información sino a su gestión y presencia.
Últimamente, Google ha ido más allá creando el Google Scholar Citations, lo cual resulta lógico dado que en Google Scholar ya se correlacionaban los enlaces de quiénes citaba a quién, de forma que construir el algoritmo de ordenación de citaciones es bastante sencillo. Todavía con una versión mejorable, y mucho, nadie duda que lo puede hacer, y seguramente lo hará. ¿Y entonces? ¿Implicará la revisión de infinitas políticas de evaluación? Desvestiremos un santo para vestir otro? ¿Será Google el siguiente monopolio documental? ¿Seguirá la subvención de millones de euros, dólares y otras monedas de fondos públicos dependiendo de fuentes documentales privadas?
Cómo en otras cuestiones, no tenemos la respuesta. Pero esto no quiere decir que no tengamos que hacer parte de nuestra tarea como académicos, que es hacer preguntas, aunque sean incómodas.
Cita recomendada
LÓPEZ-BORRULL, Alexandre. Google: ¿el fin de los oligopolios documentales o el inicio de otro? COMeIN [en línea], mayo 2012, núm. 11. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n11.1232