«La duración de 800 vidas encadenadas puede abarcar más de 5.000 años. Pero de estas 800 personas, 650 pasaron sus vidas en cuevas o en sitios peores; solo las últimas 70 han crecido teniendo algún medio realmente efectivo para comunicarse con los demás, solo las últimas 6 han podido ver alguna palabra impresa o tenido los recursos para medir el frío o el calor, solo las últimas 4 ha podido medir el tiempo con cierta precisión; solo las 2 últimas han usado un motor eléctrico; y la inmensa mayoría de los elementos que componen nuestro mundo material fue desarrollada en el intervalo correspondiente a la última de las 800 personas» (Buchanan, 2010).
Es desde la perspectiva de esta última persona desde donde venimos analizando y sentenciando el significado de las tecnologías y su implicación en nuestra evolución.
En El mito de la máquina, Lewis Mumford, allá por el año 1967, reflexionaba sobre la desmesurada importancia que personas investigadoras y diferentes divulgadores y divulgadoras dan a las herramientas y a la tecnología como motor de la evolución humana. Para Mumford, la «fabricación de herramientas no tuvo nada de singularmente humano hasta que se vio modificada por los símbolos lingüísticos, diseños estéticos y conocimientos socialmente transmitidos».
Esta vorágine sin freno en la confianza tecnológica es así, en parte, porque los ritos, el lenguaje o la organización social no dejaron huellas materiales en las primeras etapas de la evolución humana (o muy pocas), pero en parte también por el desmesurado empeño en los discursos tecnofílicos que defienden la evolución tecnológica como fundamento de todo, como «una fuerza productiva y mecanismo capitalista para aumentar la plusvalía» que se defiende públicamente desde la «utilidad y la eficiencia» (Hui, 2020).
En nuestra actual sociedad digitalmente tecnológica y post-transhumanista (Braidotti, 2015), viene siendo habitual definir, entender o influir con invertir en nuevas tecnologías, hacerlas accesibles (difundirlas) o denunciar sus implicaciones ideológicas, pero hay dos factores que sistemáticamente nos dejamos al margen: por un lado, los ritos, el lenguaje y la comunicación como vehículos de transmisión cultural (Mumford, 2010); y, por el otro, la escasez de tecnodiversidad (Hui, 2020).
Munford argumenta que el ritual, el mito, la tecnología corporal, como la danza o la conversación, son los artefactos propios del lenguaje y que este, por su «estructura ideal y su rendimiento cotidiano, sigue siendo el modelo… (de mayor éxito) en cuanto a estandarización y consumo masivo», dada su facilidad para ser transportado y para ser difundido: «la producción de palabras introdujo la primera economía de la abundancia». También tenemos que entender Tik-tok, Instagram y otras herramientas desde la perspectiva de la comunicación que allí se trata: desde los bailes (los trends y su tecnología corporal), los rituales (hashtags, filtros, bromas…), hasta la imitación (la herramienta más primitiva de socialización humana).
Pero también hay que hablar de tecnodiversidad. Hui entiende la actual globalización tecnológica como una forma «neocolonización que impone su racionalidad instrumental» básicamente macha y occidental (Morgan, 1973). El futuro, según esta visión globalizada de la tecnología, se nos presenta como uno solo y única opción, eliminando diversidades culturales y tecnológicas, como único proceso de modernización que permitirá a la humanidad trascender de sus limitaciones o carencias biológicas.
Desde esta perspectiva, se hace necesario investigar cómo las actuales herramientas digitales transmiten y promueven no únicamente ese discurso macho y occidental, sino cómo las tecnodiversidades brillan por su ausencia, cómo no existe biodiversidad en el mundo tecnológico que nos fuerza a pensarnos y comunicarnos de una única manera, desde una única posición ideológica pensada en términos de eficiencia y máxima plusvalía. Pero también es fundamental investigar qué papel tienen el lenguaje, la comunicación, los signos lingüísticos o los conocimientos estéticos en una sociedad donde no existe diversidad tecnológica, sino estandarización.
Para saber más:
BRAIDOTTI, Rosi (2015). Lo Posthumano. Barcelona: Gedisa.
BUCHANAN, Mark (2010). Átomo Social. Murcia: Tres Fronteras.
HUI, Yuk (2020). Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad. Buenos Aires: Caja Negra.
MORGAN, Elaine (1973). Eva al desnudo. Madrid: Círculo de Lectores.
MUNFORD, Lewis (2010). El mito de la máquina. Técnica y evolución humana. Logroño: Pepitas de Calabaza.
Cita recomendada
ARANDA, Dani. El mito de la máquina y la tecnodiversidad. COMeIN [en línea], abril 2021, no. 109. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n109.2124
Profesor de Comunicación de la UOC
@darandaj