Pasemos revista a algunos términos frecuentes en nuestras sociedades en red: innovaciones tecnológicas, prácticas comunicativas basadas en la colaboración, interactividad, copyleft, remix, mashup. Henry Jenkins, profesor y periodista estadounidense, y uno de los pioneros en el estudio de la cultura de la red, nos invita a reflexionar sobre los cambios en la producción y el consumo cultural que ha comportado la irrupción de Internet en nuestra vida cotidiana, a partir de la noción de cultura participativa.
La expresión apunta directamente a uno de los rasgos fundamentales de nuestro ecosistema comunicativo: una cultura que convierte usuarios en constructores de mensajes y a espectadores en potenciales protagonistas de la producción e intercambio de contenidos. Y es que la convergencia tecnológica, con sus múltiples y seductoras combinaciones de formatos, lenguajes y estéticas, parece habernos conducido desde un mundo de audiencias receptoras (aunque no necesariamente pasivas) a la panacea de las audiencias productoras (aunque no necesariamente creativas o críticas).
Entre los muchos territorios en los que la cultura participativa supuso un catalizador de cambios paradigmáticos, el campo de la producción artística es uno de los que más debate ha generado. Cultura libre, creación colectiva, netart, ciberactivismo, son solamente algunos de los conceptos que se dejan escuchar en el mundo del arte y de la estética digital, donde Internet se ha transformado en un soporte privilegiado para la producción artística contemporánea.
Trabajar de manera colaborativa y a distancia es una de las muchas posibilidades creativas que nos aporta la web 2.0. Es en este contexto que emerge el arte colaborativo, un movimiento que retoma el sentido crítico de las vanguardias y promueve la participación del espectador, la coautoría y la libre circulación de trabajos artísticos. Podríamos decir que Internet reviste de nueva actualidad lo que Walter Benjamin ya alertaba en los años 30 del siglo pasado: con la reproducibilidad técnica la obra de arte se vuelve manipulable. Apropiación y remezcla se convierten en prácticas esenciales de la cultura digital, donde las interacciones sociales posibilitadas por la Web 2.0 dan potencia a la creación de obras que se realizan a muchas manos y con sensibilidades diferentes.
Un buen ejemplo de esta tendencia es el proyecto Inside Out, del artista francés JR. La propuesta es de todo menos modesta: involucrar al mundo entero en la acción de poner el mundo al revés. (Si quieres participar, visita la web. ¡Aún estas a tiempo!).
Mucho más modesto, pero con un toque entre divertido e irreverente, el proyecto de unos jóvenes artistas californianos Take a Photo es otra propuesta que se adhiere a la misma tónica. La consigna es sencilla: coge la cámara, haz una foto, muestra tu punto de vista.
Y, cómo no, el mundo de la publicidad, siempre atento a las ultimas tendencias, aporta también su grano de arena. Con The Beauty of a Second, Montblanc supo apropiarse muy bien de esta misma idea. El celebrado director de cine Wim Wenders lidera el proyecto, que invita a todos los cineastas aficionados a enviar videos de un segundo de duración que capten momentos de la vida cotidiana. Breves pero intensos.
Estos son, entre muchos otros, trabajos que defienden una manera diferente de entender las relaciones entre sociedad y producción estética, poniendo en entredicho algunos de los conceptos fundamentales de tradición artística moderna. Por ejemplo, la idea de obra original, acabada y cerrada, entendida como objeto excepcional, exhibida y contemplada en espacios silenciosos por un espectador pasivo. En su lugar, el arte colaborativo sugiere abrir espacios creativos, generar formatos, métodos y dispositivos, que pueden ser utilizados por un espectador-creador. La obra ya no es obra en mayúsculas, sino que se despliega en conversaciones o intercambios, improvisaciones, traducciones o composiciones colectivas que funcionan más como asambleas dispersas que como colecciones de objetos o mensajes.
Pero siempre es bueno recordar que toda oportunidad genera también limitaciones. Poner en relación creación estética e Internet implica no olvidar los vicios y virtudes de un arte más efímero, difuso y fragmentado. En la red, dónde circula todo tipo de contenidos generado por una multitud de usuarios dispersos por el mundo, producir imágenes, textos o música es una forma de comunicación y expresión destinada casi siempre al consumo inmediato, tan efímera como la tecnología y los formatos que le dan soporte. Las preguntas que nos podemos hacer son muchas. ¿Qué criterios de valoración son aplicables en este nuevo contexto creativo? ¿Qué significado adquiere la apreciación estética en medio del creciente flujo de información que circula entre un público cada vez más acostumbrado a la digestión rápida de todo aquello que consume? ¿Quién determina lo que es bueno? ¿Cómo se reconfigura la relación entre arte y mercado?
Es posible que Internet haya elevado las posibilidades de la obra abierta, a un nivel insospechado por aquellos que acuñaron el término en los años 60 del siglo pasado. Pero como muy bien nos recuerda la escritora y filósofa Margarita Schultz, la conexión entre arte e Internet nada garantiza a favor o en contra de la calidad artística. Nos queda su advertencia: “la máquina no hace el arte, tampoco lo impide. Otro tanto sucede con los pinceles, el óleo, el lienzo...”.
Temas sobre los que vale la pena seguir pensando.
Cita recomendada
CREUS, Amalia. El mundo al revés y otras posibilidades creativas de la sociedad digital. COMeIN [en línea], enero 2012, núm. 7. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n7.1204
Profesora de Comunicación de la UOC
@amaliacreus