En Gràcia, donde vivo, ha abierto hace poco una nueva biblioteca. Concretamente en el barrio barcelonés de Vallcarca-Penitents. ¿Es motivo suficiente para hacer un artículo? Entiendo que sí, y básicamente por dos motivos, y dejo expresamente fuera del debate el hecho que abre un nuevo equipamiento en esta época de crisis económica.
El primero de los motivos va ligado al nuevo papel de las bibliotecas en zonas urbanas. Ya no son sólo, tal como se entendían antiguamente, reserva de fuentes de información. Actualmente actúan también como nodos de atracción de actividad, y más en aquel barrio, en parte urbanización y en parte poco estructurado en tejido asociativo y comercial. Así, cada vez más bibliotecas toman roles de dinamización de sus entornos, y también, como herramientas de cohesión social, no sólo por la parte cultural y de alfabetización informacional, sino porque son sitios de encuentro y dónde ocurren cosas, exposiciones, charlas, abiertas en los barrios. Además, la nueva Biblioteca dispone de fondos especializados, uno dedicado a la música de jazz y blues, y otro dedicado a la vida sana y los hábitos saludables.
Es cierto que una biblioteca no es un centro cívico. Pero también lo es que el cambio del acceso a la información hace que las bibliotecas puedan acontecer motores culturales, un papel público paralelo (no sustitutivo ni competitivo) de la larga tradición de ateneos y bibliotecas populares de principios del siglo XX. Me felicito, pues, por la apertura de la nueva biblioteca, que los primeros días ya recibió muchísimas visitas.
El segundo motivo para citar la nueva Biblioteca es más simbólico, pero como profesión y como colectivo también es importante. Se trata de la primera biblioteca con nombre de bibliotecaria. Sí, tuve un papel (si bien pequeño) como profesional de la información, para resolver una necesidad informativa (la busca de un nombre de mujer de Gràcia) por parte del Consejo de mujeres de Gràcia.
El mérito importante lo tuvo gente como Assumpció Estivill, Amadeu Pons y Teresa Mañà que hicieron el ejercicio de memoria histórica de un colectivo a veces poco visible, ligado a la guerra y también a la posguerra. Tal como ellos mismos mencionan, por ejemplo, mantuvo su servicio en la biblioteca de la Escola de Bibliotecàries hasta el mismo día en que las tropas franquistas entraban en Barcelona. Continuó trabajando en aquellos años difíciles con los problemas de censura y dominación ideológica. Posteriormente trabajó en la Biblioteca de Cataluña y la Central de Bibliotecas Populares, donde empezó poco a poco a crear focos de difusión de la cultura catalana, preservando dentro de lo posible el espíritu de las bibliotecas popular de la Generalitat de antes de la Guerra Civil, organizando clases de catalán, por ejemplo.
Así pues, de la misma forma que se han hecho muchos homenajes a las generaciones de escritores, autores y intelectuales que “ens van salvar els mots” (nos salvaron las palabras), en palabras de Espriu, hace falta también rendir el merecido reconocimiento a aquel colectivo, a menudo invisible, que hizo lo posible para “salvar-nos els continents dels mots” (salvarnos los continentes de las palabras), como podríamos definir los libros en aquellas épocas predigitales.
Para saber más sobre las bibliotecas urbanas.
Cita recomendada
LÓPEZ-BORRULL, Alexandre. Biblioteca Antonieta Cot i Miralpeix: ¿una biblioteca más? COMeIN [en línea], diciembre 2011, núm. 6. ISSN: 1696-3296. DOI: https://doi.org/10.7238/c.n6.1128